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Foxo de lobos

Sin nombreEl foxo de lobos es un elemento arquitectónico propio del noroeste peninsular y aunque también se puede ver en otros territorios, Galiza concentra con mucha diferencia la mayoría de los foxos. Hay tipología variada pero la más frecuente se puede definir así: dos paredes que pueden llegar a medir más de un kilómetro de largo y algo menos de dos metros de altura. Los muros conforman una "V". Se trata de una trampa para cazar lobos, que hubiera debido empezar por ahí, aunque ocasionalmente también se utilizaban para cazar jabalíes, osos y algún que otro ciervo.

Bien, el sistema de caza era tan básico como eficaz. Una vez localizada una manada, los cazadores asustaban a los animales haciendo ruido con palos, con cacerolas y a grito pelado. Los animales, asustados, entraban en la abertura de la "V" a todo correr sin escapatoria posible. No podían dar vuelta por miedo a sus perseguidores. La única solución era seguir hacia adelante. Los muros se iban estrechando hasta llegar al vértice, donde caían en el foso propiamente dicho, un agujero profundo del que era imposible escapar. Allí eran apaleados o lanceados hasta morir.

Se desconoce cuándo se construyeron los primeros foxos, pero su primera presencia documental se la debemos, como tantas otras cosas, al gran arzobispo Xelmírez, quien en época tan lejana como principios del siglo XII, casi mil años hacen ya, instaba a todos los vecinos de todas las parroquias incluidos clérigos y caballeros a participar en las batidas de lobos o en las labores de construcción y mantenimiento de los foxos, todos los sábados del año salvo en Pascua y Pentecostés. O sea que de paso ya sabemos qué hacían nuestros ancestros lo sábados.

Un par de siglos más tarde, en 1326, otro obispo, Berenguer de Landoria, confirma las órdenes de Xelmírez, advirtiendo de fuertes multas a quienes no compareciesen a la caza del lobo. A partir de ahí la documentación se vuelve más abundante. Habrá de hacer notar que si Xelmírez dictaba esas órdenes hacia el año mil ciento y poco, los foxos existían desde bastante antes.

La utilidad de los foxos de lobo duró hasta entrado el S. XX, cuando la extensión de las armas de caza dejó el otro sistema anticuado y la eterna lucha entre el hombre y el lobo tomó otros derroteros menos artesanales. Se conservan en Galiza todavía muchos foxos de lobo, algunos en perfecto estado, unos pocos restaurados y muchos en ruinas. Se trata de uno de los elementos arquitectónicos menos conocidos en nuestro país, pues somos los campeones mundiales de ignorar el patrimonio en lugar de utilizarlo como reclamo cultural y turístico y si cada dos por tres destrozamos una mámoa para montar un molino eólico o pasamos una desbrozadora por encima de un petroglifo, ya me dirá usted lo que nos importan los foxos de lobo.

Pero impresiona recorrer uno, sobre todo si es de los grandes y está en buen estado. Yo lo hice un par de veces y créame si le digo que conociendo la función para la que se construyó resulta un poco estremecedor el caminar viendo cómo las paredes se van estrechando cada vez más hasta encontrarse de frente con el foso. Se siente uno o una acorralada.

Por fortuna para los lobos y para todos los demás, ni los foxos ni las escopetas lograron acabar con el lobo gallego. Matar lobos no es buena cosa. Que de vez en cuando atacan al ganado, vale. Qué van a hacer, ¿comer berenjenas?

Volviendo a los foxos, merecen ser conocidos, restaurados y puestos en valor. Durante mil años o más formaron parte de las vidas de nuestros antecesores y eso es importante, o debería serlo. Y sabemos que al menos entre los siglos XII y XIV, sábado sí y sábado también todo el mundo que viviera en una parroquia con foxo, sin excepción, tenía que dedicarlo a participar en las batidas o en la construcción y mantenimiento de las trampas. O sea que un respeto. Yo invitaría a cada gallego y a cada gallega a conocer uno. Los hay en abundancia y algunos son de fácil acceso. Se trata de una de esas cosas que hay que hacer al menos una vez en la vida, que tampoco cuesta tanto: sentirse como un lobo acorralado por unos minutos es una experiencia nueva, aunque decir eso en estos tiempos pueda sonar a broma, también hay que decirlo. No hay muchos ensayos dedicados a este tema, pero yo recomiendo la de Hortensio Sobrado Correa: ‘Los enemigos del campesino: la lucha contra el lobo y otras alimañas en la Galicia de la Edad Moderna’, cuyo título no hace honor a la obra, dicho sea de paso.