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3.000 castros abandonados

Maruxa

EN 2013, LA DIRECCIÓN XERAL de Patrimonio afirmaba tener más de 3.000 castros catalogados en Galiza. Se trata de una cita deslumbrante que nos da cuenta de la organización social, cultural y administrativa del territorio antes de la romanización y en los primeros tiempos de la misma. Un patrimonio histórico y arqueológico único en el mundo por su cantidad. Sin embargo, apenas unos pocos de ellos están excavados y en condiciones de ser visitados.

Siempre acabamos hablando de los mismos siete u ocho, bien por ser más espectaculares, bien porque se mantienen en condiciones de ser visitados. No voy a pedir yo aquí que Patrimonio tenga presupuesto para excavar y limpiar los dos mil y muchos que están comidos por la maleza y que lo único que se ha hecho con ellos es catalogarlos. Pero sí es exigible un plan de choque para realizar una actuación sistemática de rehabilitación y mantenimiento. El problema es que tanto Patrimonio, como la propia Xunta y los concellos ven esto como un gasto y no como una inversión. Un plan integral podría hacer una selección de aquellos que, por ubicación y por interés cultural e histórico fueran exacavados e incluidos en visitas guiadas, en rutas de senderismo y en actividades extraescolares. Son parte indispensable de nuestra Historia y nos enseñan mucho sobre la forma de vida de nuestros antepasados.

Si esto fuera Gran Bretaña, Irlanda o Noruega, todos y cada uno de los 3.000 castros estarían en perfecto estado de conservación

Muchos, tras ser excavados y puestos en perfecto estado de revista fueron abandonados a su suerte y hoy no hay forma de llegar a ellos. Otros fueron abandonados tras una excavación parcial sin que nadie se haya molestado en explicar los motivos. Pocos países como Galiza tratan con tan poco respeto y tanto desinterés a su patrimonio. Si esto fuera Gran Bretaña, Irlanda o Noruega, todos y cada uno de los 3.000 castros estarían en perfecto estado de conservación y estarían generando unos ingresos grandiosos por el turismo cultural, las visitas guiadas de centros escolares o las rutas de senderismo. Pocas maneras más agradables de pasar una tarde que una visita a un castro musealizado.

Pero aquí, como tenemos pulpeiras, playas y marisco que ofrecer a los turistas, para qué vamos a preocuparnos de mantener uno de los mayores patrimonios universales de construcciones milenarias. Y ya no nos ponemos a hablar de petroglifos, mámoas o pedrafitas, que a los de Patrimonio puede darles un síncope. Aquí dejamos caer alegremente castillos medievales, eso sí, no se le ocurra a usted salir a buscar petroglifos porque como le pillen le meten un paquete considerable.

En estos tiempos que vienen, en los que muchos sectores económicos sufrirán graves crisis, tenemos ante nuestras narices miles y miles de construcciones que ya están hechas, sólo hay que aflorarlas y darles acceso, pero no lo haremos porque para qué, si siempre tendremos a mano una queimada y un gaiteiro para entretener a los que vengan a conocer nuestra cultura. Tenemos un turismo basado en el folclore, el sol y la gastronomía. La parte cultural e histórica se la dejamos a la muralla de Lugo y a la catedral de Compostela, donde contamos la enorme patraña de que tenemos ahí a un Apóstol que no llegó a Galiza ni vivo ni muerto, como si Galiza la hubiera inven tado Santiago.

Una excavación no cuesta tanto, ni mucho menos el mantenimiento. Ahí están Santa Trega o Baroña, por poner dos ejemplos de los pocos que podemos poner. Si hoy tuviéramos que construir 3.000 castros, diría yo que es una soberana tontería, pues no habría en el mundo recursos técnicos, económicos ni humanos para emprender semejante hazaña. Pero resulta que ya están hechos y constituyen un legado maravilloso al que despreciamos olímpicamente, y no hay peor idea que la de abandonar de mala manera todo ese patrimonio que nos legaron nuestros antepasados, que si levantaran la cabeza harían bien en matarnos a palos.

El respeto al patrimonio material es algo que la mayoría de las naciones tienen como una prioridad. Vaya usted a donde vaya, encontrará el patrimonio histórico primorosamente conservado. Aquí somos más de coger una desbrozadora y destrozar un petroglifo o cargarnos una mámoa porque ahí queda bien un molino eólico.

Simplemente no merecemos lo que tenemos, ni sabemos enseñarlo, venderlo ni conservarlo. A duras penas lo catalogamos, que es algo tan simple como marcar un punto sobre un plano y anotar las coordenadas. Todo ese legado merece un respeto. Cualquier país del mundo presumiría de él, pero nosotros para qué, si tenemos playas y pulpeiras sobre las que soportar nuestra economía. Eso en cuanto al turismo; en cuanto al sector cultural ahí están la Panorama, la París de Noia y el Combo Dominicano, los tres grandes pilares de nuestra propuesta cultural. Cada una de esas orquestas vale más que mil castros.

Váyase usted a América, de México a Perú, países con muchos menos recursos, que algunos tienen mejores playas que las nuestras y comprobará con qué mimo cuidan su patrimonio arqueológico, en el que basan buena parte de su oferta turística y cultural. Lo nuestro no tiene otra explicación que la dejadez y el pasotismo.

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