Blog | Galicia histérica

Hay que erradicar la cultura del capacho

La memoria colectiva suele ser condescendiente con el mal. Hasta la historia más dramática o el suceso más terrible acaba convirtiéndose en un relato épico. Por eso lo que se recuerda del hundimiento del Prestige es la imagen de las gentes del mar subiendo el chapapote a sus barcas; de las mareas de voluntarios que llegaron de todas partes para ayudar; de la solidaridad de asociaciones y empresas que pusieron lo que pudieron en una situación de emergencia.

Blog de Rodrigo Cota

Todo eso está bien, pero yo lo recuerdo con mucha impotencia y algo de indignación. Recuerdo a Álvarez Cascos, ministro responsable del transporte marítimo en nuestras aguas, que ni se molestó en cancelar su fi nde de caza, lo mismo que hizo Fraga, entonces presidente de la Xunta. Recuerdo cómo llevaron el barco de un lado a otro paseándolo por toda la costa gallega; recuerdo las promesas de que el petróleo no tocaría la costa cuando ya estaba en las playas. Y recuerdo, cómo no, a Rajoy reduciendo el siniestro a unos hilillos de plastilina.

Recuerdo la inoperancia de las autoridades, que se quedaron pasmadas mientras la organización era improvisada por marineros y mariscadoras; recuerdo que los voluntarios llegaban y tenían que buscarse la vida porque no había nadie dirigiendo aquello, ni equipos, ni medios ni nada. Para mí la icónica imagen del marinero todo él lleno de petróleo recogiendo chapapote con un capacho, lo siento, no tiene nada de digna. Galiza vive resignada a la cultura del capacho, que vale para cualquier desgracia. Siempre aparecen los capachos.

Lo digno hubiera sido que ese señor no estuviera obligado a defender el pan de sus hijos con un capacho; que las soluciones técnicas hubiesen sido rápidas, eficaces y modernas. Será por barcos que se habían hundido en nuestras costas. Los que tenemos una edad todavía recordamos convivir durante décadas con el pichi del Polycommander que se había hundido cerca de las Cíes y que no era otra cosa que chapapote que nadie había limpiado.

Recuerdo las protestas bajo el lema de Nunca Máis y del movimiento poético y reivindicativo del colectivo Burla Negra. No fueron ni de lejos sufi cientes ni proporcionadas ante el desastre ecológico que se estaba perpetrando ante nuestras narices. Lo digo con inmenso respeto a los únicos que dieron la cara.

Hay que acabar con la cultura del capacho, por mucho que eso duela en Galiza. Tenemos la falsa creencia de que unas docenas de capachos arreglan los desastres, llámense un petrolero partido en dos paseándose por nuestras costas, un incendio o el parto de un bebé. Sobrevaloramos la utilidad del capacho. Creemos en él como si tuviera propiedades mágicas. Creo más en las mangueras de los bomberos para apagar incendios o en barcos preparados para limpiar chapapote, aunque haya que traerlos de Singapur, si es que allí tienen alguno, pero en los capachos me cuesta mucho creer. Supongo que no hay estadísticas, pero apostaría la vida del obispo de Mondoñedo a que los capachos no recogieron ni el 1% del petróleo vertido. Fue un intento desesperado de luchar contra lo imposible. Nada que reprochar, válgame Dios, a quien se lanzó al mar con un capacho, pero creo que a estas alturas hemos dado sobradas pruebas de que el capacho no es la solución.

Es que el día que tengamos otro Casón, otro Polycommander u otro Prestige, que puede ser hoy o mañana, volveremos al capacho y eso asusta mucho. Yo quiero mucho al capacho como elemento etnográfico muy ligado a la cultura gallega, pero lo veo más para la vendimia que para frenar una marea interminable de chapapote, y mientras Galiza no entienda que el capacho no sirve para todo en esta vida, mal vamos.

No hubo ningún responsable político de aquel desastre. Nadie dimitió ni fue cesado ni los tribunales encontraron a ningún culpable más allá del capitán, porque la culpa siempre es del capitán o del conductor. Fíjese qué bien le vino a toda esa gente no molestarse en tocar un capacho.

Y recuerdo al pobre Man de Camelle, aquel escultor alemán que murió de pena cuando vio al chapapote cubriendo sus rocas y sus obras. "Hombre no querer a hombre, ni a mar, ni peces, ni playa", dijo llorando pocos días antes de dejarse morir. Arregle eso con un capacho.

Para cuando algo así vuelva a suceder, que sucederá como tantas otras veces, lo que hay que exigir son medios y eso corresponde en primera instancia al Estado español, que tiene las competencias. Entiéndase que cuando hablo de medios no me refi ero a capachos, sino a medios técnicos y humanos; y a protocolos y medidas como inspecciones a barcos que son bombas flotantes y que a diario navegan sobre nuestras aguas. Es necesario erradicar del pensamiento colectivo del pueblo gallego la falsa creencia en el capacho como solución a cualquier problema, insisto si me lo permite, que si seguimos por este camino llevaremos a bendecir los capachos al Corpiño de Lalín, tierra de Xosé Cuíña, único que pagó la crisis del Prestige con su cabeza, no porque el petrolero se hundiera, sino por suministrar capachos a precio de coste. 

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