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El pleito de los obispos

Juan Pardo de Tavera, conocido como Tavera a secas, o Tabera, que de ambas formas se escribía y se escribe el apellido, llegó al arzobispado de Compostela el 12 de octubre de 1524. Un par de años después le puso un pleito a su antecesor, Alonso III de Fonseca, que estrenaba destino en Toledo.

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La cantidad que le reclamaba era una locura, 10 millones de maravedíes, que viene siendo si lo actualizamos más dinero del que existe en la galaxia. Sus razones tenía. Cuando hizo inventario de los bienes de la diócesis los encontró destrozados. Esos bienes eran principalmente castillos, fortalezas y alguna que otra villa, porque los obispos medievales, especialmente en Galiza, eran muy belicosos. 

Resulta que tanto Alonso III como su padre, Alonso II, arzobispo también de Compostela, no habían hecho las debidas reparaciones ni reconstrucciones de los bienes que la Iglesia había perdido durante las Guerras Irmandiñas, la Guerra de Sucesión y las distintas batallas entre feudales y la Iglesia que se habían dado bajo los mandatos de los Fonseca. Entre los principales deberes de un arzobispo se encontraba el de administrar y mantener en buen estado las posesiones del arzobispado. 

Castillos desaparecidos había unos cuantos, quizá el más destacable el de Rocha Forte, otros estaban medio derruidos o seriamente dañados. Y los Fonseca poco o nada habían hecho para recuperar ese patrimonio. Como prueba de la acusación, Tavera dijo, con razón, que los nobles gallegos habían reconstruido sus fortalezas y en muchos casos reforzando las defensas y ampliándolas, así que echando cuentas le salían esos 10 millones. 

El proceso fue recogido en su día aunque el texto completo no se publicó hasta bien entrado el siglo XX. Hoy día es inaccesible salvo en algunas bibliotecas. Es la mejor información y la más versátil que tenemos sobre los sucesos del último tercio del siglo XV, que es la época en la que se produjeron los destrozos. Hay 183 testimonios de todo tipo: arquitectos y canteiros, pero también de soldados, de panaderos o de mujeres labriegas. Gente que había presenciado los sucesos y testificaban sobre cómo habían ocurrido las cosas. Hay descripciones de castillos que apenas hoy sabemos dónde estaban la mayoría de ellos; hay datos muy concretos sobre el día y la hora en que cayó tal torre o tal muralla. Es un completísimo relato de la época más convulsa que ha vivido Galiza y da cuenta también de las andanzas de los nobles y de las tropas arzobispales, de las alianzas y de las traiciones, que de todo había. 

Mucho de lo que se sabe sobre esa época se lo debemos a la transcripción de ese pleito, si no recuerdo mal, publicado en dos tomos porque es muy tocho. La parte procesal es un coñazo para juristas interesados en el asunto medieval, pero las declaraciones de los testigos son pura maravilla. «Los gorriones corren tras los halcones», dijo un testigo de humilde vida para referirse a los Irmandiños, según recoge Carlos Barros en un ensayo genial. No puede haber mejor descripción ni de la revuelta ni de los protagonistas, que gobernaron Galiza durante dos años y nadie vino a decirles que si la España indivisible y tal. 

El pleito no llegó a resolverse. Alonso III murió y Tavera lo sustituyó como arzobispo de Toledo. Dejó pasar el tema acordando una indemnización de 200.000 maravedíes, que en todo caso ya no administró él, sino su sucesor en Compostela, que no recuerdo quién fue y tampoco es cosa de llenar esto de nombres. 

Falta mucha divulgación. Es cierto que la lectura de todo un proceso legal con sus más de 500 páginas no sea entretenimiento para casi nadie, pero me apuesto todo lo que tengo, que a día de hoy es un paquete de tabaco de liar, a que si alguien cogiera esos dos tomos y los recreara en un tono familiar para acercarlo a lectores y lectoras, sin duda suscitaría el interés de mucha gente a la que le gusta la historia de su país. Del pleito Tavera-Fonseca encontrará usted extractos más bien cortos por aquí y por allá, siempre en lecturas académicas. Ni el libro es accesible, pues no se reedita desde hace décadas ni hay una triste obra basada en él, lo que es una desgracia. Tanto conocimiento desperdiciado no es admisible. Algo así no ocurre en Euskadi ni en Catalunya, si es que tienen una obra de tal dimensión, que lo dudo. 

Yo lo leí hacia 2006 o por ahí, gracias al magnífico servicio de préstamos interbibliotecarios de las bibliotecas nodales. Me hacía falta para un libro en el que estaba trabajando. Saqué lo que me interesaba y lo devolví. Desde entonces no he sido capaz de encontrarlo. Tampoco es que haya dedicado mi vida a eso, pero de vez en cuando busco si hay algún ejemplar a la venta y nada. Y está ahí, escondido en cuatro bibliotecas públicas o particulares, tal vez para que nadie lo lea, no vaya a ser que descubramos la importancia de nuestro país en la Edad Media.

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