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Nuestro papa gallego, a muerte con él

Hubo un papa gallego, Dámaso I. Probablemente tenemos dos más según antiguas teorías, pero de ellos hablaremos en otra ocasión, si puede ser. Estos dos últimos casos son discutibles, aunque las propuestas gallegas parecen fundamentadas, pero el de Dámaso no, ese es seguro. Fue un papa importante que dirigió la Iglesia entre los años 366 y 384, cuando nos dejó. Hay diversidad de opiniones sobre su lugar de nacimiento, siempre en la Gallaecia romana, pero parece contrastado que era natural de Idanha-a-Velha, hoy en tierras de nuestros hermanos portugueses, que reclaman a Dámaso como propio. No tienen toda la razón, pero tampoco vamos a negarles el compartir al papa. Dejémoslo que era un ciudadano galaico, probablemete galaigo-romano natural de la Gallaecia y todos felices. 

Papa

Fue el suyo un papado largo. Por aquellos tiempos los papas morían a veces en meses, los ahogaban en el Tíber, los secuestraban o los mataban de cualquier manera. Al principio no lo tuvo nada fácil, pues mientras lo elegían a él, en otro cónclave nombraban a un tal Ursino. Ursino no es nuestro amigo. Nosotros a muerte con Dámaso. El caso es que durante un corto período hubo dos papas. Tras varias trifulcas entre partidarios de uno y otro, con todo y guerra civil, las cosas se resolvieron, como es lógico, en una iglesia, la de Santa María de Trastevere, en cuyo interior se libró la batalla fi nal, que dejó un balance de 137 muertos, la mayoría seguidores de Ursino, o sea que ganaron los nuestros. Ursino se había refugiado allí con sus fi eles y como es natural, Dámaso sitió la iglesia y los mató a todos, pero en su infi nita misericordia dejó vivir a Ursino y lo envió al exilio. 

Resuelto ese enojoso asunto a su entera satisfacción, Dámaso I puso los cimientos de la futura Iglesia. Construyó un par de basílicas, una proeza en el siglo IV, luchó con las potentes sectas de arrianistas, priscilianistas y un montón más para unifi car las corrientes cristianas e imponer una doctrina común y encargó una nueva versión de la Biblia, la Vulgata, que es aún hoy la más extendida. Resulta que se manejaban entonces diferentes traducciones y transcripciones de los libros bíblicos traducidas del hebreo y del griego, cada una de su padre y de su madre, la mayoría incompletas y con interpretaciones dudosas. El encargo se lo hizo a San Jerónimo de Estridón, su secretario, quien hizo tan buen trabajo que ninguna versión en latín ha superado a la suya. Y esa versión es la que hoy se publica y se traduce a todos los idiomas. 

Sentó también las bases de una correlación de fuerzas entre el poder de la Iglesia y el del Imperio, cosa que no le resultó muy difícil, ya que en esos tiempos los próceres romanos habían adoptado el catolicismo y no les quedaba más remedio que reconocer que sobre Dios no había nadie, ni un emperador, mientras que por su parte el papa era el mejor brother de Dios. También ayudó que el Imperio romano comenzara a vivir una larga decadencia y necesitaba a los papas como salvavidas para aguantar hasta donde fuera posible. En las décadas posteriores las piezas del Imperio fueron cayendo como fichas de dominó y cuando nos dimos cuenta, ya no estaban. Los restos de todo ese poder los heredó la Iglesia, que en siglos posteriores se ocupaba de los asuntos de Estado de todos y cada uno de los reinos católicos, el primero de los cuales fue el nuestro, como usted sabe de sobra. 

A su manera fue un papa revolucionario que puso la vista en consolidar el poder de la Iglesia a largo plazo

Dámaso era hijo de un sacerdote. De jovencillo lo mandaron a estudiar a Roma y aprovechó tan bien su tiempo que fue escalando posiciones en la jerarquía católica hasta que lo hicieron papa con 64 años. Pudo haber ido más rápido, bien pensado, pero para llegar a papa había y hay que esperar a que muera un montón de gente y sortear las traiciones internas y externas, rodearse de gente más papista que uno y hacer malabares para mantener el equilibrio, cosa nada fácil y menos en aquellos tiempos en los que la vida de un papa no valía nada para un anti-papa, como ese maldito Ursino que nos quiso arrebatar la gloria. 

A su manera fue un papa revolucionario que puso la vista en consolidar el poder de la Iglesia a largo plazo, el primero que pensó en una institución que habría de durar miles de años. Apagó las rebeliones internas excomulgando a los seguidores de otras sectas, que entonces todas lo eran, también la suya, libró batallas sangrientas y consiguió dirigir la Iglesia hasta morir de viejo a los 80 años. Claro que luego muchas cosas cambiaron. Dámaso, por ejemplo, no creía en la Santísima Trinidad, pues Dios solo podía ser uno y no tres en uno, pero claro, es que pasaron 1.700 años o casi y algo tendría que cambiar, pero sin Dámaso hoy tendríamos una Iglesia católica muy diferente, no sé si mejor o peor, pero nosotros siempre con el papa gallego.

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