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No fue por la sopa

El 31 de enero de 1867, Vicenta Sobrino, natural de A Guarda fue ejecutada por garrote vil, condenada por el asesinato de otra mujer, Vicenta Calza, en la calle de Fúcar, en el Madrid de los Austrias. Hace muchos años di con esta historia y la conté a medias, no intencionadamente, sino porque a medias estaba donde yo la leí. O sea, que no contaban la historia entera. No sé de dónde la saqué, porque hay varias fuentes que lo cuentan. Parece que fue un crimen famoso por las circunstancias que rodeaban el caso. Hace unos días, buscando otra cosa, me topé sin querer con la sentencia íntegra, lo que me permite contarla mejor. Podríamos dejarlo así, pero es un acto de justicia. Lo que escribí en su día, lo resumo.

Ilustración para el blog de RodrigoCota. MXLa gallega Vicenta Sobrino trabajaba al servicio de Vicenta Calza. Es un lío que las dos se llamen Vicenta, porque complica mi trabajo y el suyo, pero no vamos a cambiarles los nombres. Bien, una la Vicenta gallega sirvió un plato de sopa a la Vicenta madrileña. La Vicenta madrileña, indignada tras probar la sopa, le hizo saber a la Vicenta gallega que la sopa estaba sosa, y arrojó el plato al suelo. También le dijo que era una marrana. Así que la gallega, indignada, cuando la otra estaba dormida, la apuñaló, y luego la estranguló con una corbata. Como no moría, puso un colchón sobre la víctima y se sentó en él hasta que notó que ya no espiraba.

Luego, terminó su trabajo y se largó a Valladolid con algunos objetos que había robado. Cuando la atraparon, confesó los hechos más o menos como queda descrito. La historia me pareció anecdótica, hasta entretenida. Que una persona matara a otra en el siglo XIX por una queja sobre la sal de una sopa, tiene su aquel. Así que lo escribí y me olvidé.

Pero la lectura de la sentencia, de todos los testimonios tomados, de los resultados de las diligencias ordenadas por el juez, da un giro brutal a la historia. Brutal en todos los sentidos. El marido de la víctima y de la que estaba separado, un tal Carlos Casulá, fue sospechoso desde el principio y fue detenido igual que Vicenta Sobrino. Declaró que no conocía más que de vista a la asesina, con la que se había cruzado un día visitando a su ex.

Vicenta la gallega pidió declarar nuevamente. Mantuvo su versión sobre el incidente de la sopa sosa y sobre el modo en que había ejecutado el crimen, pero añadió que lo había hecho por orden de Carlos Casulá, con quien había mantenido una relación, y que el tal Casulá le había dado dinero y le había prometido encontrarse en Valladolid para huir juntos a Cádiz a darse la gran vida con la herencia de la Vicenta de Madrid. Y que al comprobar que él no había cumplido su parte del trato, pues mientras ella esperó en Valladolid no tuvo noticias suyas y sabiendo que él también se encontraba detenido, quería contar la verdad.

Se supo que poco antes del suceso, Casulá había obligado a su esposa a hacer un testamento; se supo que el tío había estafado a diversas mujeres de toda condición. Su coartada era dudosa. Unos colegas decían que habían estado con él hasta la madrugada jugando a las cartas, pero el sereno de la calle dijo que el hombre no había llegado a casa de madrugada. El móvil que ofreció la acusada en su primera declaración, el de la sopa sin sal, tampoco parece muy sólido, bien pensado. Ya me pareció absurdo en su día, por eso lo conté. 

También se supo que Carlos Casulá mantenía a su esposa en unas condiciones económicas lamentables. El dinero era de ella, de la dote que había aportado, pero el administrador era él. Eso le ocasionaba problemas y le impedía divorciarse, pues se arriesgaba a perderlo todo. De ahí que la forzara a firmar el testamento, según un testigo, poniéndole la pluma en la mano y escribiendo su nombre así, a dos manos, porque ella se negaba.

Se celebraron dos careos entre la Vicenta gallega y Carlos Casulá, en los que ambos mantuvieron con igual firmeza sus versiones. Finalmente, tras un millón de declaraciones, de diligencias y de pruebas que incriminaban a Carlos Casulá como inductor y cómplice necesario, éste fue absuelto.

La única condenada fue nuestra pobre paisana Vicenta Sobrino, víctima como Vicenta Calza de las fabulaciones de Casulá. Vicenta Sobrino, de 27 años era una mujer casada. Su esposo estaba ingresado en la cárcel de Viveiro y carecía absolutamente de todo. Pensó que sería una mujer feliz en Cádiz, viviendo un eterno romance con Casulá. La sentencia íntegra, en la Revista general de legislación y jurisprudencia, en el tomo XXX.

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