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La edad de Noé según Jerónimo Feijoo

qweqweqweA Jerónimo Feijoo hay que leerlo mucho. Si le da a usted la gana, claro. Si no, tampoco pasa nada. A mí me gusta y hablo mucho de él porque era un fraile muy inteligente y un buen patriota gallego. Dedica sus ‘Cartas eruditas y curiosas’, que creo ya haber citado alguna vez, a desmontar bulos y falsas creencias. Y son muchas de entre esas cartas, en realidad ensayos breves, 155 en total, escritos a mediados del XVIII y que ocupan 5 tomos, los que valen la pena.

Como Martín Sarmiento, otro benedictino nacionalista gallego de su misma época, anteponía la razón a la cerrazón. Sarmiento lo hacía desde una perspectiva más humanista, entiendo yo, más histórica y antropológica. Feijoo era más analítico y salvaje. Argumentaba como una apisonadora y no dejaba resquicio de duda. Los dos reúnen lo mejor del pensamiento de su época y el valor para escribirlo. La Iglesia no se fiaba mucho de los benedictinos porque estudiaban mucho y eso nunca es bueno. Una de esas cartas, ‘Senectud del mundo’, la dedica a rebatir la longevidad que el Antiguo Testamento da a algunos de sus personajes, como Matusalén, de quien se dice que vivió casi mil años, o Noé, que sobrevivió 350 tras el Diluvio. Desmentir a la Biblia no era fácil. En aquellos tiempos se tenía un respeto por el Antiguo Testamento, no como ahora que ya no respetamos ni el Nuevo. El pueblo creía fervorosamente en cada detalle de los textos sagrados y que llegara un fraile o un sacerdote a desmentirlos rozaba la herejía.

Cuando se topaba con estos temas, Jerónimo Feijoo optaba por dar un rodeo para que fuera el lector quien llegara por sí mismo a la conclusión lógica. Así, tras citar el caso concreto de Noé, empieza hablando de otros conocidos ejemplos de longevidad extrema, que en todo caso declara falsos si superan más de lo habitual los 100 años de vida. Puede ser. Que la esperanza de vida fuera muy baja se debía más a quienes morían de jóvenes que a los que llegaban a viejos, que los había, pero sostiene con toda razón que no había manera de que una persona viviera mucho más allá de un siglo.

Cita como ejemplo irrisorio el testimonio de Veremundo Negueruela, párroco de San Xoán de Poio, quien afirmaba en septiembre de 1724 que en lo que llevaba de año había enterrado a 13 vecinos que en total sumaban 1.499 años de vida. Luego habla de varios casos documentados en los que la fecha de nacimiento se databa en base a testimonios de tercera mano, como el de un labriego de Fefiñanes al que al morir lo consignaron con más de 140 años, cifra que venía de que cuando se construyó una iglesia en Cambados ya andaba por ahí de niño, y como la iglesia se había levantado en tal fecha, pues salía casi siglo y medio.

Mientras va contando todos estos casos que califica como supercherías e invenciones, no habla de Noé, sino de otros ejemplos imposibles que va enumerando con elegante ironía, sin que se note mucho que en realidad sí habla todo el rato de Noé. Luego se extiende en explicaciones sobre la relación entre la longevidad, la alimentación y los avances médicos, proponiendo que difícilmente en tiempo tan remoto como el inmediatamente posterior al Diluvio las condiciones de vida pudieran ser mejores que las que se disfrutaban hacia 1750.

Lo más divertido de esas cartas de Feijoo es que no están escritas para ilustrar al pueblo llano, que no las iba a leer, sino para irritar a todos los que sabían leer pero no querían pensar. Así que sigue con su exposición y entonces sí vuelve a Noé, cuya longevidad no ha sido cuestionada en momento alguno. Decían los estudiosos de la Biblia y se le tenía por cierto, que de los tres hijos de Noé y de sus esposas había nacido numerosa descendencia y que a la muerte del constructor del arca, 350 años después del Diluvio y por tanto de la extinción de toda la humanidad salvo esa familia, sólo de Cham, el hijo más fértil, habían nacido 240.900 descendientes de Noé. Una barbaridad. Si contamos a los hijos y nietos de los otros dos hermanos de Cham la cifra bien podría aproximarse a los 500.000. Como mientras va contando todo eso lo va adornando con ejemplos exóticos de mentiras parecidas contadas en Ceilán o en Madagascar, siempre sin negar la edad bíblica atribuida a Noé, al final sólo se puede llegar a la conclusión de que en este asunto, como en tantos otros, la Biblia exagera. Pero nunca lo dice abiertamente, cosa que sí hace sin el menor cuidado cuando sus ‘Cartas eruditas y curiosas’ hablan de asuntos ajenos a la Iglesia.

Luego, como quien no quiere la cosa, acaba demostrando que el gigante Goliat no era más alto que cualquier persona alta de cualquier otra época. Y ahí sí se moja porque en el Antiguo Testamento se da la altura exacta de Goliat: seis codos y un palmo.