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Unidas Podemos ser monárquicas

Pablo Iglesias y Felipe VI. BALLESTEROS
photo_camera Pablo Iglesias y Felipe VI. BALLESTEROS

LOS BANDAZOS ideológicos o las mentiras, que vienen a ser la misma cosa, no afectan gravemente a los partidos históricos, que tienen una clientela fiel. Una persona que lleva toda la vida votando al PP o al PSOE puede no cambiar por mucho que mientan o roben. Son siglas que tienen una bolsa de votantes que en el peor de los casos les garantizan una amplia representación. Son los tres nuevos partidos estatales los que están obligados a demostrar que no están para traicionar a sus votantes. Fíjese usted, querida amiga mía, lo que ocurrió con Ciudadanos, hoy al borde mismo de la desaparición tras una larga serie de devaneos que sumieron a sus votantes en un estado de enorme perplejidad.

El último discurso del rey en la apertura de la legislatura fue aplaudido, yo diría que con exceso, por gran parte de los diputados y senadores. Ellos y ellas se mantuvieron en pie rompiéndose las manos durante cuatro minutos, como si Felipe VI hubiera ofrecido una interpretación magistral de un aria de Verdi o acabara de meter el gol de la victoria en una final de la Champions. En primera fila, los ministros de Unidas Podemos aplaudían con tanta intensidad y tanta euforia que daba la impresión de que se habían cambiado a Vox.

Fue Irene Montero la encargada de explicar aquello. Dijo dos cosas increíbles: una, que si para defender la igualdad o subir el salario mínimo había que aplaudir al rey, pues se le aplaudía. No lo veo. Juro por Dios, y que me muera ahora mismo si miento, que una y otra cosa se pueden hacer sin aplaudir al monarca. Su otro gran argumento roza el delirio. Dijo que aplaudir al Rey forma parte de los valores republicanos. Yo ya no sé nada salvo una cosa: que aplaudir al Rey no es de republicanos.

Hay otras maneras de mantener una actitud decorosa y un respeto a las instituciones sin enterrar seis años de discurso. Aplaudir un minuto y luego sentarse, por ejemplo, y dejar que sigan palmeando los hooligans. Sería una manera de no ofender a los monárquicos y lanzar un mensaje a los republicanos. Seguramente hay otras, pero no soy yo aquí el experto en educación ni en protocolo.

Yo ya no sé nada salvo una cosa: que aplaudir al rey no es de republicanos

Cuando Montero e Iglesias se compraron el chalé mucha gente se enfadó. Es verdad que su vivienda, si la comparamos con las de sus principales adversarios, parece una chabola a los pies de un vertedero, pero lo que causó estupor no fue eso. Fue que Pablo Iglesias, sin que nadie se lo pidiera, había prometido que jamás abandonaría su pisito en Vallecas, y eso, el incumplimiento de la palabra, es lo que se le reprochó. Por eso y por otras cosas perdieron en pocos años la mitad de sus votantes y de sus diputados. Porque todavía hay gente a la que no le gusta que les mientan.

Es como cuando renunciamos al cuello cisne. ¿Por qué lo hicimos? ¡Nos quedaba divinamente! Yo fui un niño que vestía a diario un jersey blanco de cuello cisne. Me otorgaba mucha prestancia, era calentito y cómodo, de textura amorosa, y además era el uniforme de mi cole. Hoy ya nadie lo viste. Dejamos de creer en él un buen día y lo abandonamos, puede que para siempre. Imagíneme a mí de chiquillo, un niño hermoso y delgadito, de cierta altura y proporciones áureas, vistiendo un cuello cisne bajo mi cara de angelito y una cabellera rubísima que me cubría incluso la cabeza.

Olvidemos el magistral párrafo anterior, y lo digo con falsa modestia, que para desarrollarlo haría falta escribir un libro de cuatro tomos sobre mis complejos y volvamos al asunto que nos ocupa. Recordará usted que hace no demasiado tiempo Irene Montero prometía visitar al Rey con una guillotina; Pablo Iglesias proponía un referéndum para abolir la monarquía y todos sus colegas rechazaban la institución con argumentos cabales. Pisaron moqueta y hoy compiten con la derecha monárquica en aplaudir un discurso del Rey, que a mí me pareció un discursillo normal.

Si yo fuera Pablo Iglesias pensaría mucho en todo esto. También es verdad que si yo fuera Pablo Iglesias estaría ahora mismo en una isla del Pacífico disfrutando del dinero que a estas alturas ya le habría robado a las arcas del Estado, correteando alegremente por una playa desierta, comiendo marisco con mis pelotitas al aire. Pero como Pablo Iglesias es él, que no yo, le recomendaría que no se comporte como un yeyé, contrariando todo aquello que lo llevó a una vicepresidencia. Lo mismo diría de Montero, de Garzón y de Yolanda Díaz, que me cae muy bien. Una cosa es que cumplan su programa, que ojalá, y otra que cumplan con sus votantes y que hagan honor a sus promesas, no vaya a ser que de tanto parecerse al PSOE acaben mimetizados, fagocitados o abandonados por sus votantes. Que no, que no son republicanos quienes se comportan como monárquicos, como no son del Barça los que visten a diario una camiseta del Madrid. Mejor seguir siendo culé y ganar la Copa del Rey que cambiar de camiseta para perderla.