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Un tranvía llamado Mariano

RAJOY ES como el antiguo tranvía Pontevedra-Marín. Era un tranvía famoso por su antigüedad, un aparato que en su día generó una inmensa literatura de gran calidad. Sobre ese tranvía escribieron Julio Camba, Castelao, Fernández Flórez o Valentín Paz Andrade. De aquella máquina, descrita por Camba como "abominable", se glosaban sus continuos descarrilamientos, averías, tropiezos y saltos. Fernández Flórez fue quien hizo la perfecta descripción de Mariano Rajoy al referirse al tranvía, empezando por su antigüedad y sus orígenes: "¿Cuál es la antigüedad del tranvía Pontevedra-Marín? Muchos dicen que es anterior a todos los demás tranvías; otros aseguran que existía ya antes que las sillas de posta. Nadie recuerda cómo apareció en aquellos lugares. Se cree que la máquina y los vagones trabajaban en épocas remotas en el interior de una mina de hulla y que desesperados por la rudeza de la labor aprovecharon la negrura de la noche para huir". Hasta aquí, la comparación es pertinente: los inicios políticos de Rajoy se hunden en el principio de los tiempos. Siempre ha estado ahí. Nadie recuerda ya cuándo empezó, ni cómo, ni para qué. 

Sigue Fernández Flórez: "En su larga existencia, este tranvía ha logrado crearse una mentalidad superior a la de muchos animales útiles al hombre y que con el hombre conviven. Puede marchar sobre un sólo carril, dar saltos para evitar alguna piedra que cayó sobre la vía, y en los días de invierno todo el mundo puede oír cómo, al subir una cuesta, la má- quina tose desgarradoramente". Eso también es verdad, a medias. La mentalidad de Rajoy no sólo es superior a la de muchos animales. También es superior a las de todos sus competidores. El otro día, por ejemplo, vimos a Pablo Iglesias hablando con un tronco, cosa que Rajoy no ha hecho jamás. A Rivera lo distinguimos cada día menos, mientras va difuminándose. Por su parte los socialistas no tienen ni líder a fecha de hoy. Y también es verdad que Rajoy ha aprendido a marchar sobre un carril, a saltar para esquivar las piedras y a renquear cuando sube una cuesta. Todo eso lo ha venido haciendo cada vez más y mejor.

Continuamos: "Todo Pontevedra y todo Marín viajan gratis. El verdadero negocio de la Empresa consiste en el aprovechamiento del hierro. El tranvía Pontevedra-Marín, más que otra cosa, es una mina de hierro elaborado. Cada veinte metros suelta un tornillo, una tuerca, un garfio, una plancha… Ha llegado a abandonar en la carretera piezas de tres o cuatro kilos de peso. No obstante, continúa marchando. La cantidad de hierro de que se desprendió en los últimos quince años es superior a la cantidad de hierro precisa para construir diez tranvías. Nadie se explica este milagro, ni aún Alfonso Castelao, el insigne dibujante, que tiene una gran erudición acerca del artilugio éste, al que ha dedicado notables artículos; nadie se explica el milagro pero es así. Cualquiera puede verlo". También eso le sucede a Rajoy. Va soltando por el camino tornillos, tuercas y planchas. Va desprendiéndose de piezas de cuatro kilos. Lleva toda la vida desprendiéndose de grandes cantidades de lastre, mucho más lastre del necesario para construir a diez políticos. Rajoy se va deshaciendo de todo lo que le sobra. No es que él lo arroje a la carretera; es que a Rajoy el lastre se le cae solo, como al tranvía. Y tampoco en este caso nadie se explica el milagro. Es de señalar, dicho sea de paso, que la referencia a Castelao fue suprimida en la edición de las obras completas de Fernández Flórez. Cuando escribió el artículo, publicado en ABC en 1920, todavía se podía hablar de Castelao, aunque sólo fuese como insigne dibujante. Las obras completas de Fernández Flórez salieron en tiempos de Franco, cuando cualquier mención a Castelao no pasaba la censura.

Volviendo al tema, Mariano Rajoy debía ser considerado, junto al tranvía aquél, una de las maravillas del mundo. Un fenómeno único e inexplicable. Cuenta Fernández Flórez que en una ocasión el tranvía Pontevedra-Marín perdió los frenos, cuesta abajo, y emprendió una carrera a toda velocidad. Frente a él, había una señora en medio de la vía. El maquinista le lanzó un trozo de carbón, pero la señora no reaccionó. Desesperado, el maquinista bajó del tranvía, fue andando hacia la señora, la puso a salvo, le reprendió el descuido, volvió a por el trozo de carbón que había tirado y se volvió a subir al tranvía, que seguía bajando por la pendiente. Así es la carrera desenfrenada que emprendió Rajoy últimamente. Una carrera loca para todos pero muy lenta para él, que la vive con absoluta tranquilidad. Mientras los demás se ponen histéricos, él va por un carril, salta, vuelca, renquea, se le van cayendo piezas o descarrila, pero sigue ahí, marchando de manera inexplicable, como si la cosa no fuera con él.

A Rajoy, dentro de un siglo o dos, le pasará como le pasó al tranvía. Un día, cuando ya había multiplicado de manera exponencial su esperanza de vida, fue sustituido por un trolebús. Eso ocurrió mucho tiempo después, cuando ya había cubierto tantos trayectos que decidió jubilarse de puro aburrimiento.

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