El cuarto en el que trabajo da a un diminuto patio de luces. Desde cualquiera de las ventanas que hay ahí, dos por planta, una por vivienda, se escucha lo que ocurre en todo el patio, que es como un túnel vertical con una acústica que ya la quisiera el mejor de los teatros. Tan buena, que todo se oye pero no se sabe a qué vivienda pertenece el sonido. Hay algún vecino que toca la guitarra eléctrica. Es muy bueno pero en casa ensaya poco. Igual es un viejo rockero que rememora otros tiempos o una chica que tiene una banda y algún día será famosa. Hay otra persona que silba con enorme destreza y ofrece un repertorio muy de Los Pecos, Camilo Sesto, Julio Iglesias, cosas así. Durante el confinamiento había alguien que tocaba una de esas flautas que tienen un teclado en lugar de agujeros, no sé cómo se llaman. Y luego hay quien pone música. Ayer por la mañana algún vecino nos deleitó con canciones latinas: rancheras, bachatas, cosas así. Se respetan. Cuando actúa el que silba no lo hacen el guitarrista ni el de la flauta ni el pinchadiscos latino. Es una norma no escrita, imagino. Respeto entre artistas.
También se escuchan las charlas. Cuando mi señora me quiere decir algo me hace salir de ahí para que no se enteren los vecinos y yo le digo que qué más da, si total yo también escucho a los demás. No creo que nadie preste demasiada atención, que cada uno va a lo suyo, o eso me parecía hasta hace un par de meses. Le cuento: vivimos en un edificio humilde. Muy bien situado pero humilde. Todos somos inquilinos de una señora que nos cobra un alquiler razonable y es buena casera.
Pues resulta que un día convocó un referéndum. El caso es que con el presupuesto que tiene para alimentar la caldera había dos opciones: pagar un suplemento en invierno o reducir los días y las horas de calefacción. Mi señora y yo no pudimos asistir, pero luego nos contaron que se había aprobado por abrumadora mayoría reducir el consumo. Hay vecinos que no tendrían problema en pagar más para no pasar frío, pero votaron pensando en los demás, sabiendo que algunos se verían en apuros si se optaba por pagar. Y eso está muy bien. Se solidarizaron con gente con la que no mantienen otra relación que la de cruzarse en el portal. Claro que igual entre nosotros vive un asesino en serie de esos que siempre saludan, Dios no lo quiera, pero me enorgullezco de pertenecer a esta pequeña comunidad de buena gente que se turna para hacer música y cuando hay que votar algo lo hace por el conjunto.
Ojalá pudiera extenderse este modelo de convivencia basado en el respeto y en la empatía. El nuestro es un edificio multicultural, por cierto, en el que hay un alto porcentaje de familias latinas saliendo adelante y trabajando mucho. No, no viven de papá Estado ni de subvenciones. Son gente honrada que están en Pontevedra labrándose una nueva vida y sus hijos e hijas son todas muy educadas, diría que más que la media de la infancia nativa.
Yo propongo formalmente que venga alguien a estudiarnos. Nunca antes había vivido en un edificio tan tranquilo, lo juro, y he hecho más mudanzas que Willy Fogg. Tiene que haber pautas que aquí se han establecido por sí mismas, sin mediación. A veces algo sale bien y nadie se pregunta por qué. Algo hay que hacemos de una manera diferente y sería bueno saberlo para aplicarlo a todo en esta vida, empezando por las relaciones humanas, tan descuidadas. Si todo el planeta funcionara como este edificio no estaríamos como estamos, votando si reducir o no la calefacción porque hay una guerra en la que no nos metimos los de nuestro portal.
Juraría que si coge usted a todo mi vecindario, lo reparte por el mundo y lo pone a gobernar ni cinco minutos tardaban en ponerse de acuerdo, y sin necesidad de negociar. Yo me excluyo, que si me dan poder no habrá caviar en el mar para sobrealimentarme. Llevamos aquí unos cinco años y no he visto a dos vecinos discutiendo ni quejándose de otro. Es una manera de hacer cada uno su vida pero sin perder de vista a los demás, ni a la hora de poner música ni a la de votar, aunque haya que abrigarse en invierno dentro de casa. Por cierto, a ver cómo viene el invierno, no vaya a ser que nos congelemos y la buena vecindad se vaya al carajo.
El respeto al derecho ajeno es la paz, decía Benito Juárez, un indígena que llegó a la presidencia de México. Si todos nos metiéramos eso en la cabeza no sería necesaria ninguna otra norma para andar por la vida. Creo que mis vecinos podrán pasar frío algún que otro día, pero pasar frío con la conciencia tranquila lo mismo vale la pena.