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Suárez Illana o la nulidad personificada

Adolfo Suárez Illana. FERNANDO ALVARADO (EFE)
photo_camera Adolfo Suárez Illana. FERNANDO ALVARADO (EFE)

SÉ QUE que a usted Adolfo Suárez Illana le importa tres pepinos, como a todo el mundo. Por eso mismo hay que hablar de él cuanto antes, que de aquí a una semana nadie lo recordará por mucho que tenga nombre de aeropuerto. Cuando murió su padre mandó una carta a Juan Carlos I pidiéndole que se saltara la línea sucesoria y lo nombrara a él duque de Suárez, título que correspondía a su sobrina, hija de su hermana mayor. Ésas son las cosas que le importan al hijo de Suárez. Argumentó en esa carta que él se llamaba igual que su padre y por eso tenía más derecho, como si eso pudiera cambiar las leyes.

La primera vez que supimos de él fue cuando Aznar lo metió de candidato a las autonómicas de Castilla-La Mancha en 2003 para enfrentarse a José Bono. Su papel fue delirante. Una vez estaba en Povedilla, un pueblo de Alicante y se dirigió al público asegurando que a él le gustaba Povedilla porque todas las chachas de su familia habían nacido allí. Las llamó así, las chachas de mi familia. Muy normal no es: "¡Votadme, que vuestras madres y vuestras abuelas fueron mis chachas!". No lo votó nadie, ni en Povedilla ni en ningún lado y Bono sacó casi un 60%. Suárez Illana ni tomó posesión del acta. Salió corriendo de Castilla-La Mancha y desapareció del mapa.

Por aquellas fechas, en campaña o en precampaña, participó en un acto de repulsa por el asesinato de un Guardia Civil, perpetrado por ETA: sus declaraciones son también para enmarcar: "Lo primero que hay que trasladar es nuestra condolencia y nuestro pésame a la familia del guardia civil asesinado, que ya no podrá disfrutar de las cebollas rellenas de su querida Sama de Langreo". Y ya no era un niño; era un abogado maduro que nunca había salido de su condición de niñato pijo y clasista. Lo que le preocupaba de aquel asesinato eran las cebollas rellenas que ya no podría comer la víctima, como si en lugar de estallarle una bomba se hubiera puesto a dieta.

Personas de esta clase están entre nosotros; son como extraterrestres

No supimos más de él hasta que Pablo Casado lo recuperó para las elecciones generales de abril de 2019. Entonces dijo que en Nueva York había una ley que permitía decapitar a bebés recién nacidos, práctica común entre los neandertales. Lo de los neandertales lo desmintieron en tromba todos los antropólogos del mundo, pero lo de los bebés de Nueva York sí tuvo que aclararlo el propio Illana entre la carcajada general. Lo hizo diciendo que había llamado a sus abogados en Nueva York y que le habían dicho que no, que allí no decapitaban a los bebés. Y más o menos esto es lo que ha aportado Suárez Illana en sus dos infructuosas incursiones políticas.

Pasó los últimos años confirmando que es un personaje grotesco, carente de lucidez, prescindible. Al principio, cuando subían los de EH Bildu al estrado, se ponía de espaldas, muy serio y con los brazos cruzados, como un preadolescente enfadado. Luego optó por fingir que leía, cosa que no debe hacer un diputado y menos si es miembro de la Cámara, que no le paga usted para leer aunque sea de mentira. Nunca nadie vio pasar las páginas de esos libros, por eso el diputado Oskar Matute lo despidió en las redes sociales: "Ha pasado página".

Casado le dio también una fundación, Concordia y Libertad, se llama. Un chiringuito que no organizó ni una chocolatada en Reyes. La vagancia puede aburrir muchísimo, de ahí supongo que viene esta nueva espantada que pasó totalmente desapercibida, como un suelto olvidado en una esquina de la página 17, o ni eso. Es muy difícil pasar por la vida y no dejar huella, se sea diputada, fontanero o electricista. Todo el mundo hace algo bien de vez en cuando, algo que crea un buen recuerdo que luego perdura más o menos. No es el caso. Se va una de esas extrañas personas que no han hecho nada digno de recordar, salvo esas declaraciones absurdas que hacía siempre con una dicción perfecta y un todo de voz muy grave.

Yo, sin embargo, haría un esfuerzo por recordarlo de cuando en vez: cinco minutos al año, tampoco más, para tener muy presente que personas de esta clase existen y están entre nosotros, que son como extraterrestres. Se va de la política como entró las dos veces: demostrando una incapacidad absoluta, la nulidad total. Pero ahí lo mantuvieron en la fundación y en el Parlamento, a un tío que no es capaz de concentrarse unos minutos para leer una página y pasar a la siguiente y que es capaz de creer que en Nueva York decapitan a los bebés porque son tope abortistas. Me imagino la cara de sus abogados neoyorkinos cuando los llamó: "Oye, ¿allí les cortáis la cabeza a los recién nacidos, no? Espero que sí, que es que tengo un lío aquí montado que ni te cuento".

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