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El sentido de la vida

El cantante Camilo Sesto , fallecido en 2019, en una actuación. ARCHIVO DP
photo_camera El cantante Camilo Sesto , fallecido en 2019, en una actuación. ARCHIVO DP

En la pantalla que tengo siempre delante hay una mancha. Es delgada y alargada, pequeña, un milímetro como mucho. Es estirada, cosa de un milímetro de largo y menos de medio de ancho y se presenta en diagonal, con la punta de arriba apuntando hacia la derecha. Es una cosa diminuta que solamente aparece cuando el fondo de la pantalla está en blanco. En cualquier otro caso es invisible.

Apareció un buen día cualquiera. No la valoré al principio ni bien ni mal, pero luego empezó a hacerse irritable. Se parece a una tilde o a una coma. Tenía yo que leer y releer los textos o pasarlos de arriba abajo para comprobar si estaba ante una coma o una tilde mal puesta o si era la mancha que coincidía en el lugar exacto para engañarme. Traté de limpiar la pantalla una y otra vez para deshacerme de esa minúscula mancha que yo percibía como mi más poderoso enemigo. No hubo forma. Ahí seguía la mancha, deshaciéndome la vida.

Pensé seriamente en cambiar de pantalla. Tirar la mía con la mancha por la ventana y comprarme otra. No lo hice porque a favor estaba deshacerme del problema para siempre, pero en contra que no sé lo que vale una pantalla nueva. La mía es enorme porque estoy medio ciego, así que trabajo frente a una pantalla descomunal que tengo a medio metro de los ojos. Eso barato no es, calculé. Preferí no preguntar, que es lo que hago siempre cuando temo la respuesta. Me armé de paciencia.

Experimenté luego un proceso de adaptación. Poco a poco fui aceptando que la mancha estaba ahí y estaría en adelante, con su forma de tilde o de coma, con el color exacto de las letras que escribo, apareciendo o desapareciendo, engañándome o corrigiéndome, que también se da el caso. Por supuesto, hice lo que cualquier persona sensata debe hacer ante una duda existencial: poner a toda leche una canción de Camilo Sesto y bailar a la pata coja mientras se espera una solución, que en este caso, curiosamente no llegó.

Luego me hice amigo de la mancha. Estoy ya en un proceso en el que la relación está alcanzando una intensidad inesperada. En la fase actual, creo que la mancha es inteligente, que sabe lo que hace. Mi experiencia y mis conocimientos, por escasos que sean, que lo son, me dicen que de ninguna manera, que una mancha en una pantalla carece de sistema nervioso central, como Rajoy, y por tanto no siente ni padece ni piensa ni actúa, pues también como Rajoy.

Pero mi relación con mi mancha contradice a la ciencia, lo que me reafirma en mi posición. La ciencia también nos cuenta que el mundo no está gobernado por reptilianos, que nuestro planeta es esférico y que Ortega Smith es un mamífero bípedo que pertenece a la especie del Homo Sapiens. Todo mentira. Es sabido que los reptilianos gobiernan la tierra plana y que Ortega Smith salió de una excavación en Atapuerca.

Seguimos con mi teoría de la mancha inteligente. Comprobado que la mancha me pone tildes y comas a placer, con el tiempo voy llegando a la conclusión de que en comparación conmigo, es mucho más inteligente. No puede moverse, no es capaz de comunicarse de otra manera que con una pantalla con fondo banco sobre el que destaca su color negro, como una coma o una tilde. Si usted o yo estuviéramos en esa situación tendríamos dos opciones: bailar a la para coja una interpretación magistral de Camilo Sesto o rendirnos ante la evidencia de nuestra inutilidad. Pero la mancha de mi pantalla no cede, no negocia, no se rinde.

Voy encaminado a un proceso riesgoso. Dentro de una o dos semanas, si sigo por este camino, que seguiré, llegaré a la conclusión de que la mancha inteligente quiere comunicarse conmigo, y a través de mí con toda la humanidad, sin duda para ofrecernos un mundo mejor, un futuro paradísíaco en el que Camilo Sesto pone la banda sonora a la resurrección de una humanidad bailando sobre una pierna. En un par de meses, no más, que antes tengo que cubrir las municipales, empezaré a buscar patrones en los que la mancha milimétrica me envía una fórmula para comunicarse conmigo e intercambiar opiniones sobre la vida, yo qué sé, sobre las grandes dudas y las certezas.

Es mi plan. No ignoro los riesgos. Sé que si sigo por este camino puedo acabar ingresado voluntariamente en un centro siquiátrico. O no, nunca se sabe. Rajoy prometió la felicidad. Lo hizo solemnemente en un mitin, no como una frase de relleno sino como una promesa electoral. Y no lo cumplió, al menos en mi caso. La mancha de mi pantalla puede llegar mucho más allá: puede enseñarnos el sentido de la vida.

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