Blog | Estoy Pensando

Las rifas y los votos

En unas elecciones municipales vota a la persona en la que más confía 
Una persona votando en las pasadas elecciones de 2019.
photo_camera Una persona votando en las pasadas elecciones de 2019.

Hace cosa de 30 años o más, en la década de los 90, no sabría precisar el periodo, fui vicepresidente de un club de piragüismo cuyo nombre voy a omitir para preservar su buen prestigio. Cuando me lo ofrecieron les dije que sí, claro, tras advertir que yo de piragüismo ni idea. No sabía, ni sé a día de hoy, distinguir una piragua de un buque butanero, por lo que mi aportación sería cero. Eso daba igual, me dijo el presidente. Tenía a la directiva medio revuelta, el vicepresidente le había dimitido y necesitaba a alguien de confianza para ir a las asambleas y votar a favor o en contra, según fuera lo conveniente, a su parecer.

El club arrastraba un grave problema económico. Todos los años rifaban un coche y nos ponían a la pipiolada de Pontevedra a vender las rifas. Ésa era mi relación con el piragüismo: vendedor de rifas. Era un chollo. Costaban 200 pesetas y los vendedores nos llevábamos un 50%. Se vendían como rosquillas, porque aunque no eran baratas para la época, el coche era una maravilla. En los boletos aparecía una foto de un vehículo apetecible, de gama media-alta, y para más garantías, se daba la dirección del concesionario por si alguien quería ir a ver el coche, que estaba allí expuesto junto a un cartel del club.

El negocio era redondo para todas las partes: el concesionario se hacía una publicidad gratuita, los vendedores de boletos nos sacábamos una pasta y el coche nunca tocaba. Se hacía coincidir con la lotería de Navidad, que tiene 100.000 números en el bombo y vendíamos unos 5.000 boletos. Eso era un millón de pesetas: medio para el club y otro medio que nos daban a los vendedores, que éramos media Pontevedra. A cualquiera que apareciera por ahí se le daba un taco de rifas para que vendiera entre familiares y amistades. Cuando veíamos que el mercado en Pontevedra estaba saturado, nos desplazábamos a Vigo, a Marín, a donde fuera.

Un año, meses antes de que yo pasara de vendedor de rifas a vicepresidente, el coche tocó. El club ya había gastado el dinero en comprar material deportivo y cubrir otros gastos, así que se encontró con las arcas vacías y obligado a comprar un coche que costaba un potosí. Cuando yo entré, el club había contratado un préstamo a 5 años y no tenía más ingresos que las cuotas de sus socios, que eran cuatro patacos mal contados. Para comprar el coche, el presidente y varios directivos habían firmado como avalistas, de ahí los nervios y los desencuentros internos.

La ganadora del coche tuvo suerte por partida triple: porque le tocó el premio, porque pudo reclamarlo y porque el club tuvo que comprarlo para cumplir con el inesperado compromiso. Por alguna razón, pensaban que podrían estar así siglos y siglos sin que el coche le tocara a nadie. No eran gente de ciencias, supongo.

Cuando usted entrega un voto, tendría que ser obligatorio que recibiera a cambio una rifa para poder reclamar con todas las garantías que le entreguen su premio, que no es más que promesas de obligado cumplimiento, como la entrega del coche. En política, eso es sabido, las promesas pueden no cumplirse.

Ya no digo todas, que todas no las cumple ni Jesucristo Superstar, pero al menos las más importantes. Por eso en unas elecciones municipales no se vota a una marca y en muchos municipios los resultados son muy diferentes que los que arrojan unas autonómicas o unas generales. Se vota a la persona que te va a arreglar los baches, que tiene un proyecto ilusionante y que a fin de cuentas te la cruzas por la calle cada dos por tres. Vota usted, más que a nadie, a la persona en la que más confía, la que le entregará el coche si tiene usted el boleto premiado.

Por eso la propuesta, muy conveniente, de que las promesas se entreguen con garantías. Porque un candidato sí puede rifar un coche que no existe y quedarse tan ancho si gana y luego no lo compra ni lo entrega. De esa manera, quienes no votan, como quienes no compran una rifa, no tendrían derecho alguno a quejarse ni a reclamar el cumplimiento de los compromisos, llámele un proyecto político, llámele un sorteo de un coche. Por su parte, candidatos y candidatas se cuidarían mucho de prometer coches, que si sale el premio y les toca gobernar, estarían obligados a superar tiempos muy duros para pedir un préstamo, comprar el coche y entregarlo mientras el club, o el municipio, se sumen en la ruina. Eso, créame, se hace muy complicado. Por eso estas promesas quedan en el limbo, porque su cumplimiento es voluntario.

En fin, en municipales lo que se juzga es la fiabilidad del candidato y su grado de compromiso con el electorado, y eso es lo que se ve día a día durante cuatro años. Lo que han hecho y lo que no, sea gobernando o en la oposición. Es de todos, el voto más comprometido por la ciudadanía, porque las siglas y los logos se difuminan y sólo nos fijamos en la cara de quien encabeza la lista.

Comentarios