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Nacionalismo entreguista

La portavoz del BNG, Ana Pontón, durante su intervención en el Debate del Estado de la Autonomía. PEPE FERRÍN
photo_camera La portavoz del BNG, Ana Pontón, durante su intervención en el Debate del Estado de la Autonomía. PEPE FERRÍN

ESTUVE el otro día en la capital y volví en un autobús cargado de libros. Me explico: no estaba cargado de libros el autobús, sino yo. Resulta que me invitaron a conocer la sede nacional del BNG. Para un hombre como el que esto escribe, es mucho más sano y productivo volver cargado de libros que de otras cosas, y dejémoslo así.

Entre las publicaciones que me traje de vuelta estaban dos ediciones del Manifesto da Asamblea Nazonalista de lugo, firmado en 1918. Se trata de un texto primoroso en el que se sientan las bases del actual nacionalismo gallego. Una de las ediciones es de 2008, prologada por Xusto Beramendi y el otro, diez años después por Ana Pontón. Como el Manifesto ya lo conocía, ocupé el viaje de vuelta en leer con detenimiento los prólogos.

El Manifesto, una obra maestra de la predicción suscrito por las Irmandades da Fala, supera ampliamente los anteriores postulados regionalistas, ciertamente tímidos, para dar paso a un nacionalismo tan combativo como defensivo. Y ahora es cuando yo, que soy muy estupendo, debo llevar la contraria a los dos prologuistas, Beramendi y Ana Pontón, que fijan erróneamente ese Manifesto como el documento fundacional del nacionalismo gallego.

Estará usted de acuerdo conmigo, querida sobrina, en que tanto Xusto Beramendi como Ana Pontón tienen muchas más credenciales que yo para hablar de nacionalismo, pero con su permiso, que no lo he pedido, voy a contradecir: el nacionalismo gallego no se inició en 1918, sino siglos antes puede que muchísimo más de un milenio. Acepto que el nuevo nacionalismo necesite un aniversario, pero es totalmente erróneo fijarlo en el Manifesto da Asambleia Nazonalista de lugo. Y no es cosa menor, pues estamos o están hurtando al nacionalismo siglos y siglos de historia, por lo que es aconsejable reformular el devenir histórico de la reivindicación galeguista.

Diego Xelmírez, arzobispo de Compostela, fue un nacionalista gallego que vivió en el s. XI. No me cabe aquí explicar el cómo ni el porqué, pero hágame usted caso. El arzobispo Xelmírez fue, como muchos de sus sucesores, uno de los más redomados, como Fonseca III. Durante el último tercio del s. XV, destacados feudales como el conde de Lemos, el de Caminha o el mariscal Pardo de Cela, más que nacionalistas fueron abiertamente secesionistas. Mucho más nacionalistas de lo que somos hoy los más acérrimos.

La familia Andrade, pongo por caso, como la Soutomaior, luchaban en la Edad Media sin complejos por la independencia de Galicia, pero muchísimo antes los priscilianistas mantuvieron una guerra abierta entre el cristianismo, Galiza contra todos, en la que desde una óptica religiosa, defendían a Galiza como una entidad independiente.

Rechazar todo esto, pretender que el nacionalismo gallego tiene cien años de vida, supone renunciar a lo loco a un soporte histórico que si nos ponemos farrucos se remonta a la época de los suevos, que fundaron en Galiza el primer Estado europeo, allá por el siglo V.

El nacionalismo gallego es tan antiguo como Galiza

Es famosa la descripción de Castelao cuando habla de "doma e castración da Galiza" a la que nos sometieron los Reyes Católicos en el s. XV, pero entre los modernos nacionalistas, los que fijan la fundación del nacionalismo en 1918, parece que nadie cae en la cuenta de que si Galiza, tal como dijo Castelao, debía ser domada en mil cuatrocientos y pico, fue porque era un reino indómito, lleno de nobles levantiscos y fundamentalmente nacionalistas.

El nacionalismo gallego es tan antiguo como Galiza. No reconocerlo es privar a nuestro país y al nacionalismo de un soporte histórico milenario. Galiza ha sido siempre en mayor o menor medida, según la época, nacionalista, independentista, separatista, secesionista, póngale usted el nombre que le apetezca. También ha sido más o menos sumisa, acomodaticia o posibilista. Dependiendo del tiempo, ha habido momentos en los que ha sido más españolista que nacionalista, pero el nacionalismo jamás ha dejado de estar presente.

Galiza fue nación antes que ningún otro Estado, llámese Catalunya, Euskal Herria, Espanya, Mónaco, Andorra, El Vaticano o Francia. Renunciar a esa realidad incontestable supone una subordinación tan monumental como irresponsable.

A una historia como la nuestra no se le puede poner un punto de arranque tardío, pues de ser así estamos admitiendo que hay unos quince siglos de un recorrido nacionalista al que estamos dispuestos a renunciar y eso es un tremendísimo error. Otros como los catalanes, a los que guardo el mayor de los respetos, reescriben la historia para encontrar un soporte histórico que no se corresponde con la realidad, mientras nosotros, a los que nos sobra ese soporte, renunciamos a él, no sé muy bien por qué. Supongo que se debe a que buena parte de nuestra historia nacionalista se basa en la religión y otra buena parte en la Galiza feudal, como si eso fuera culpa nuestra, como un pecado original al que debemos renunciar, o una cruz que no estamos dispuestos a cargar.

El día que admitamos que Galiza ha sido nacionalista desde sus orígenes, ése día, podremos reclamar todo aquello que se nos debe. Mientras tanto seguiremos siendo una panda de pinflois exóticos que exigen algo que no merecen.