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Memoria

CUANDO MURIÓ el payaso Fofó, toda la prensa española dio cuenta de la conmoción que se vivía en todo el estado. Se dijo de él que había sido un buen hombre que había dedicado su vida a llevar la felicidad a millones de hogares y que su obra era imperecedera y permanecería para siempre en nuestra memoria. Eso fue en 1976.

Meses antes, en noviembre de 1975, tras la muerte de Franco, se glosó su figura diciendo más o menos lo mismo: que había sido un hombre justo, que había dedicado su vida a llevar la felicidad a millones de hogares y que su obra imperecedera tal y cual. Algunos llevaron este último caso al extremo, como el diario Marca, que junto al titular ‘Franco ha muerto’, publicaba un artículo bajo el título ‘Deportista ejemplar’, ilustrado con la imagen del dictador montando a caballo.

Para eso más o menos sirve la memoria histórica, para que no olvidemos las diferencias entre Franco y Fofó, que lo único que tenían en común era que ambos se disfrazaban para representar a personajes grotescos, aunque también es cierto que Franco lo hacía sin darse cuenta y Fofó no.

La memoria histórica lucha contra el reloj. Cada día que transcurre con un cadáver en una cuneta es el día en que pueden morir los hijos o los nietos del asesinado sin haber podido sacar su cuerpo de ahí. Las ocho décadas transcurridas desde 1936 son ya demasiado tiempo. Lo peor de todo es que si se dejan pasar otros veinte o treinta años, empezará por no importar a nadie. A mí me da igual si un ancestro mío murió asesinado por las tropas de Napoleón. De ser así, algo que ignoro, no pasaría de la categoría de anécdota familiar. Por eso tenía algo de razón Pablo Casado cuando hablaba de "“la guerra del abuelo"”. Cosas de viejos, sucedidas hace tanto tiempo que van perdiendo importancia hasta desaparecer.

Para el nieto de un asesinado es una cuestión de justicia porque ha visto el dolor de su abuela o de sus padres. Para el bisnieto la cuestión ya no interesa tanto. El tataranieto lo contará como un chiste a sus colegas en cuanto lleve tres vinos encima: “"Al padre de mi bisabuela le pegaron un tiro en el S. XX y lo dejaron tirado en una cuneta. Algo habría hecho, ja, ja”". La justicia solamente lo es cuando las víctimas la ven. Luego es innecesaria.

Decía el otro día Albert Rivera que hay cosas más importantes en España que andar poniendo y quitando placas con nombres de calles. No lo compro. Uno puede luchar contra el paro y, mientras lo hace, quitar de una calle el nombre de un asesino. A ver si va a resultar que una cosa impide la otra. Rivera es joven. Para él la guerra y la dictadura son cosas de viejos. Pues precisamente por eso es cada día más urgente acabar con esto. Para evitar que los jóvenes crean que todo aquello no fue asunto suyo y carece de importancia. Declaraciones como esa o la de Pablo Casado deberían inhabilitar a cualquiera para ejercer la política, como sucede en Alemania, por ejemplo, donde nadie se atrevería a defender una calle dedicada a un general nazi. Dijo también Rivera que aquello se cerró en la Transición. Pues no sé yo en qué momento de la Transición se acordó olvidar a los muertos y honrar a los asesinos.

Vivimos en el país donde se honra a los asesinos. Donde existe una fundación Francisco Franco que recibe dinero público por divulgar la “"obra"” de un dictador. Donde son legales las manifestaciones de grupos fascistas. Donde hay partidos políticos que se oponen a la retirada de honores concedidos al dictador, algo que debería hacerse por ley y como norma general. Donde todavía se discute si puede haber calles dedicadas al propio Franco, a Mola o a Millán Astray, como si en Alemania o Italia fuese normal una avenida Adolf Hitler o una plaza Mussolini. Donde cada día se escriben artículos como éste en los que se pide lo obvio; donde los monumentos a las víctimas son mancillados con pintadas o agresiones de todo tipo y donde todo eso da igual porque hay mucho paro, como si una cosa tuviese algo que ver con la otra y como si la aplicación de los derechos humanos pudiese aplazarse en espera de mejores índices de desempleo.

Ese argumento de que "“hay cosas más importantes"” es absolutamente estúpido. Nunca hay algo mucho más importante que el respeto que un pueblo se debe a sí mismo.

Y como alguien está leyendo esto y preguntando por las víctimas de Paracuellos, le digo desde ya que también. No hay víctimas mejores que otras, como no hay asesinos peores que otros. Cualquier juicio sumarísimo, fuese celebrado en uno u otro lado, debe ser anulado. Cualquier cadáver en cualquier cuneta vale tanto como el otro, independientemente del uniforme que llevase o de la bandera que defendiese.

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