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Las siete columnas

Un operario en la Fira de Barcelona recogiendo material del cancelado Mobile World Congress ALBERTO ESTÉVEZ (EFE)
photo_camera Un operario en la Fira de Barcelona recogiendo material del cancelado Mobile World Congress ALBERTO ESTÉVEZ (EFE)

LO QUE ocurrió con la cancelación del Mobile World Congress lo predijo Wenceslao Fernández Flórez hace mil años, concretamente en 1925, en Las siete columnas, Premio Nacional de Literatura en 1926. Permítame un paréntesis, brother.

Por algún tiempo, a partir de los 12 años, mi libro de cabecera fue la más grande novela que se ha escrito jamás: Mujercitas. Me hacía llorar mucho, cosa que me gratificaba. También leía otras obras, como El Quijote y porquerías así, solamente para constatar que Mujercitas era con diferencia mucho mejor, por su estructura narrativa impecable, por un argumento insuperable y por millones más de motivos. Un día mi padre se enteró. Calculo que tendría por entonces unos 45 años. No él, sino yo, que él era mucho mayor. Indignado, arrojó sobre mí las obras completas de Fernández Flórez y me ordenó leerlas de principio a fin, cosa que hice, primero con gran disgusto y luego con cierto deleite. No era Mujercitas pero tampoco estaba del todo mal.

Del coronavirus preocupa lo que afecta a los pecados capitales

En el planteamiento de Las siete columnas, un anacoreta conversa con Satanás. El demonio confiesa su desencanto, pues la sociedad está perdiendo su capacidad de pecar. Pero hablando, hablando, el anacoreta lo convence para que elimine los siete pecados capitales, a saber: avaricia, gula, lujuria, pereza, envidia e ira. Originalmente la Iglesia incluía también la tristeza, pero los teólogos la eliminaron, unos porque la incluían en el pecado de pereza, otros, con mayor razón, porque sostenían que la tristeza no es un pecado sino un estado de ánimo. El paréntesis se hace largo, lo sé, pero espero tener espacio para llegar a la moraleja que liga todo esto con el Mobile World Congress. Si quiere usted comprobar si lo logré, salte directamente al final y ahórrese este párrafo y los siguientes.

Bien, eliminados por obra de Satanás los pecados capitales, el mundo entero se desmorona, pues los siete pecados capitales son en realidad los siete pilares que lo sostienen todo. Piénselo: sin gula cierran todos los restaurantes; sin avaricia, los empresarios se quedan en sus jardines cultivando rosas; sin lujuria dejan de nacer bebés. En ausencia de pereza, la gente hace cosas inútiles, ninguna que tenga que ver con los otros seis pecados. Los ejércitos desaparecen porque no existe la ira y la falta de envidia hace que todos nos conformamos con lo que tenemos. Desaparecen las competiciones de todo tipo, empezando por las deportivas, pues nadie desea ser mejor que nadie; desaparecen los gobernantes, siempre avariciosos, envidiosos e iracundos.

Ahora sí cerramos el paréntesis aunque no del todo para volver al cancelado Mobile World Congress, que no sé lo que significa porque en mi familia el tema del inglés nos lo lleva nuestra hija María, a quien visitaré en Dublín estos días, cosa que a usted le resultará indiferente pero a mí me emociona. Vale, en ese evento se juntaban de golpe los siete pecados capitales, de ahí que su cancelación sea apreciada como una catástrofe. Más que del motivo de la suspensión del congreso, el coronavirus, se habló de las pérdidas que provocan la suspensión de los siete pecados capitales: cancelaciones de reservas en hoteles y restaurantes, pérdidas de negocio de las grandes multinacionales que venían a presentar sus novedosos e innecesarios productos revolucionarios; bajadas de grandes empresas en la bolsa. No se habla, claro está, de las ventas que se han perdido en el negocio de la cocaína o de la prostitución que siempre acompañan a estos grandes actos, pero usted como yo sabe que todo eso también cuenta. Todo cuenta.

Del coronavirus preocupa sobre todo eso, lo que afecta a los pecados capitales: líneas aéreas que eliminan vuelos, empresas que caen en bolsa, el mercado turístico que se resiente, corporaciones que pierden millones. Todo por menos de 2.000 muertos, que cada vida importa, y que las autoridades sanitarias deben estar alerta, por descontado, pero eso es lo de menos. Lo que interesa a los medios es la repercusión económica. Todo son noticias sobre cómo la supresión de los pecados capitales durante un fin de semana, que es lo que iba a durar el congreso suspendido, afecta al valor de las acciones del Dow Jones, del Ibex o de como se llame esa tontería en cada país, como si todos, incluidos usted y yo, tuviéramos una cartera de valores y fuéramos dueños de Iberdrola, de Ence, del Santander o de Coca-Cola. Ahora imagínese usted que el efecto se extendiera a todas partes: que fuera por miedo a una infección o porque el demonio lo decidiera, desaparecieran los pecados capitales. Ahí volvemos al enorme Wenceslao Fernández Flórez, que nos ofrece una conclusión tan demoledora como certera hacia el final de su novelaza. Hace casi cien años que publicó Las siete columnas, pero tanto da. Como si lo hubiera escrito hoy.

Atentos a esto: "Los siete pecados capitales eran las siete columnas que sostenían el edificio social, la civilización y el progreso; nuestras civilizaciones, nuestras leyes y convenciones, nuestro trabajo, nuestro bienestar y hasta nuestros afectos, descansan su enorme y milenaria mole sobre ellas. Cayeron los siete pilares y todo cayó, junto a todas las multitudes". Lloremos, que esto último es una profecía que se cumple.

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