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La cacería

La ministra de Igualdad, Irene Montero. EFE
photo_camera La ministra de Igualdad, Irene Montero. EFE

ESTO DEL odio visceral venía de antes, como todo, pero diría que se reformuló durante el conflicto catalán y a día de hoy se nos fue de las manos. Recuerde que cuando lo de Catalunya el mundo se dividió entre los que cantaban el a por ellos y los del tomba tomba. Yo estaba con estos últimos, pero me molestaba que no se concediera el derecho de cada quien de no estar en ninguno de los dos bandos. Equidistantes, les llamaban y esa palabra se convirtió en un insulto. No podía usted permanecer indiferente, que cada uno es libre de interesarse por aquello que le plazca; y mucho menos podía manifestar una postura que no complaciera satisfactoriamente a una de las dos partes. O el a por ellos o el tomba tomba. La cosa llegó a tal extremo que los personajes más odiados no eran los del bando contrario, sino los equidistantes.

Cualquiera que se moviera un milímetro estaba acabado, ya fuera un artista, un periodista, un columnista, un futbolista o el señor que cenaba una mesa más allá. Y ahora esto ya es un no parar. Me preocupa la gente que trabaja en Madrid, los gallegos, claro, que deben estar haciendo equilibrios constantes para ser siempre suficientemente machistas o feministas, inclusivos o no inclusivos, más woke o menos woke, más de derechas o de izquierdas, dependiendo del medio para el que trabajan o su ideología. Cada día llega alguien y monta una lista negra de personajes indeseables.

A todo el mundo se le exige una fidelidad a la causa que raya el fanatismo. Lo bueno que tiene escribir en Galiza es que, al menos en este medio, no nos dicen qué tenemos que opinar o a quién hay que satisfacer. Somos libres. Grupo Progreso, su editora de confianza. Pero yo veo cómo se mueve la cosa por ahí adelante y está todo salpicado de sangre. No me refiero a gente como Jiménez Losantos, Eduardo Inda o Alfonso Rojo. A esos se les ve venir y nadie duda de los intereses y la ideología que defienden. Ni tienen nada que temer ni dan miedo.

Si uno no condena enérgicamente la sobrada machista que sufrió Irene Montero, es que es de Vox. Ahí estaban todos echando una carrera a ver quién era el que más y mejor defendía a la ministra. Y pronto empezaron a retratar desde Podemos a quienes no habían condenado o lo habían hecho con cierta desgana, incluso entre los suyos. Claro que es un asunto en el que yo no tengo ningún problema en decir que la ultraderecha es impresentable, pero tampoco tengo la tarea que tienen muchos y muchas en Madrid, que es la de mostrar un posicionamiento instantáneo, radical e inamovible ante cualquier acontecimiento mayor o menor.

Por todas partes hay gente analizando cada palabra o cada coma que se escribe, cada pausa que se escucha, para determinar si el autor es lo suficientemente leal a la causa o a la empresa. Le piden a cada persona la lealtad de un caballo y ha de demostrarse a diario bajo pena de ser señalado como un traidor. No son debates sanos, ni se esgrimen argumentos: se lanzan insultos.

Yo no sé usted, pero cuando esto llega al Parlamento como llegó esta semana ya no sabe uno si esa clase política cree que representa a gente normal o si está convencida de que es una muestra fiel de un pueblo llano compuesto por fanáticos pidiendo que se corten cada día media docena de cabezas. Eso con Ana Pastor no pasaba, Meritxell Batet es muy blanda, en mi opinión. Le da miedo ejercer. Ana Pastor, sin elevar la voz pero dejando muy claro el tono, cerraba bocas chillonas y cuando era necesario recurría a una estrategia que nunca le falla, que es poner esa mirada que hiela la sangre de un pingüino. A mí me la lanzó una vez y desde entonces no consigo adelgazar. Ansiedad, estrés postraumático o yo qué sé.

Ya no hay moderadores, ni en las altas instituciones ni en los medios, porque los moderadores de tertulias políticas, salvo Xabi Fortes y pocos más, son más fieles a la causa que sus tertulianos. La cacería está servida y es imparable. Las descalificaciones personales, las faltas de respeto, los insultos inadmisibles, todo ello no son otra cosa que muestras de fidelidad; y las reacciones que ocasionan, más lo mismo. Deslegitimar a un gobierno que ha logrado un consenso mayoritario es obligatorio para las derechas. Hay que hacerlo cada día. Y muy a mi pesar, si uno del PP de Castilla-La Mancha quiere meter a gobernar a Vox, son las normas y son las mismas para todo el mundo. Esa gresca diaria aburre, pero la cacería de personajes preocupa. Que si Sabina ya no es tan de izquierdas, todos a por Sabina, como si lo que quiera pensar ese señor valiera más que la opinión de usted, la mía o la de cualquiera. Sería recomendable bajar la voz y la intensidad. No creo que la mayoría de la gente se sienta cómoda ante estos marcajes al que tiene que someterse cualquier persona, sea político, periodista, cantante o amante de la numismática.

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