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Gaspar huele a vino

Rey Gaspar. EFE
photo_camera Rey Gaspar. EFE

Tomemos esto como un pequeño ensayo sobre el comportamiento social en ausencia de liderazgos cuando surge una situación sobrevenida en un círculo imprevisto de individuos. En diversas ocasiones a lo largo de mi vida me ha tocado ejercer de Rey Gaspar de manera más o menos voluntaria. Siempre exijo el papel de Gaspar por parecerme el menos exigente, el más discreto de los tres Reyes Magos. Lo he hecho en coles, en guarderías, en asociaciones vecinales y así.

En una de aquellas ocasiones, hace ya años, llegamos juntos los tres intérpretes y se nos dijo que hiciéramos algo de tiempo, cosa de media hora porque el programa iba con retraso, así que fuimos a pasar el rato a un bar. Cumplido el tiempo, nos presentamos nuevamente en el lugar y nos llevaron discretamente a un cuarto donde estaban preparados los trajes. Hasta aquí nada nuevo. Siempre es así. Me puse el traje, una peluca pelirroja esplendorosa y una barba a juego que ocultaba la verdadera. Cuando interpreto un papel lo hago a conciencia.

Una vez caracterizados, nos llevaron a la sala en la que esperaban los niños con sus padres y las personas que organizaban el evento. No estaba mal. Papis, mamis, niños y niñas esperaban sentados en el suelo. Había roscón con chocolate, que nadie nos ofreció, pues de inmediato nos sentaron en las tres sillas que estaban dispuestas para nosotros. Alguien tomó la palabra para anunciar nuestra llegada y una vez sentados en nuestros tronos, se improvisaron tres inmensas colas, una por cada rey. Nuestro papel es conocido: llegaba una niña o niño, se sentaba en nuestro regazo, preguntábamos cómo se llamaba y si se había portado bien y qué nos pedía, mientras los padres grababan o hacían fotos. 

Sigo creyendo que la organización asamblearia no es la más propicia

Yo ya había realizado aquel trabajo en otras ocasiones, pero no estaba en absoluto entrenado para la situación que se dio cuando un cabroncete, tras despedirse de mí empezó a gritar: "¡Gaspar huele a vino, Gaspar huele a vino!". Imagínese. La cola de en medio, que era la mía, se desvaneció al instante para engrosar las de mis compañeros, a quienes empecé a ver como serios adversarios. Tras los chillidos del niño, que hoy será un gran sumiller, se hizo un silencio espantoso seguido de murmullos y miradas asesinas, todas dirigidas a mí. Incluso los otros dos reyes me miraron con odio, los traidores. Yo sentí cómo los tres mundos que vivía en aquel instante se desplomaban sobre mi corona de plástico dorado: estaba fracasando como Gaspar, como actor y como individuo. Los organizadores; las madres y los padres y parte de la infancia me estaban sentenciando. Fue ahí cuando advertí la ausencia de liderazgo. Miraba a uno y otro lado y nadie reaccionaba. En un evento de esas características en el que hay Reyes Magos, niños, padres y organizadores, ¿quién lidera? Todos y todas son líderes pero nadie manda y eso es un gran error, al menos eso pensé entonces. Sigo creyendo que la organización asamblearia no es la más propicia, pero en determinadas circunstancias las situaciones aparentemente catastróficas se resuelven solas. 

Afortunadamente, tras unos segundos que a mí me parecieron milenios, una niña a mi lado, tras entrevistarse con Baltasar salió pregonando a gritos que él también olía a vino, lo que era cierto. Dios la bendiga. Y al cabo de unos pocos minutos, resultó que según el testimonio de otra personita, Melchor olía igualmente a vino. Surgió en ese momento una ola de comprensión y la cola que me tocaba se reforzó con rotundidad porque todos los papis y las mamis también olían a vino. Fue entonces cuando advertí que junto a la mesa en la que se servía el chocolate y el roscón para los niños, había otra para los padres, con empanadas, calamares, tortillas y, pásmese usted, botellas de vino de dos colores, muchas de ellas mediadas o vacías. Así que todos los que estaban dispuestos a tirar la primera piedra sintieron que no estaban libres de culpa y surgió un tsunami solidario del que fui el gran beneficiado.

Esto nos lleva de nuevo al principio: una sociedad recién creada o improvisada puede resolver por sí misma los contratiempos inesperados a poco que uno o dos de sus miembros sean capaces de encontrar soluciones, lo hagan o no de manera premeditada. Lo importante es que haya alguien capaz de hacernos ver que todos olemos a vino: los Reyes Magos, los padres y madres de los niños y niñas que iban a vernos, y los directivos de la asociación de vecinos que servían el vino y que al acabar el acto vinieron corriendo para ofrecernos una copa. Ese papel, el de líder, lo interpretó aquel día una niña, la que dio aviso de que Baltasar olía también a vino y abrió de par en par las compuertas de la verdad. No sabe lo mucho que todos los presentes en el acto le debemos, entre otras cosas porque su liderazgo no fue premeditado sino espontáneo, aunque se le veía madera. Fue la que puso a todos los presentes frente a un espejo. Luego, niños y niñas siguieron con el roscón y el chocolate y los adultos con el vino y los calamares. Una de las mejores tardes de mi vida. Mucho aprendí.

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