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El revólver y la pata

"El mundo se divide en dos categorías: los que tienen un revólver cargado y los que cavan. Tú cavas”". Se lo dice Clint Eastwood a Eli Walach en la escena final de ‘El bueno, el feo y el malo’. En este caso, la distinción entre ambas categorías es sencilla: hay dos personajes y solamente uno tiene un revólver cargado. Se encuentran en un cementerio, rescatando un tesoro enterrado en una tumba. Aquí, quien tiene el poder lo utiliza con justicia, perdonando la vida al que cava y dejándole la mitad del tesoro, aunque con las manos atadas y sin caballo para salir de ahí.

No siempre es tan fácil la distinción entre quien cava y quien ordena cavar. En Bruselas los que tenían las armas eran los terroristas y todos los demás estaban cavando. Hasta ahí parece claro. Pero unos días antes la Unión Europea decidía tratar a los refugiados como si en lugar de cavar llevaran pistola, y entregarlos a Turquía. Se generan así dos escenarios contradictorios y tremendamente perversos; en uno paralizamos una ciudad durante días, cerramos transportes y escuelas, sacamos al ejército a la calle, ponemos velas y flores, rendimos homenaje a víctimas casuales cuyo único mérito es el de haber estado allí; prometemos unidad y cantamos Imagine. Tardamos apenas unos segundos en inventar un logo. Poner un logo a un atentado es una estupidez: en París fue una Torre Eiffel que imita al símbolo de la paz; en Bruselas fue Tintín llorando. En Valencia será una paella. Es el escenario que más conviene a los terroristas, uno de cuyos objetivos es ése, que todos los ciudadanos acusen el golpe y que la repercusión mediática dure semanas y sea lo más viral que pueda ser. La liturgia casi religiosa que estamos creando alrededor de los atentados es tremendamente nociva.

El otro escenario que hemos creado también conviene a los terroristas. Decenas de miles de refugiados caminando hacia Europa para ser inmediatamente devueltos a un campo turco, o las bombas cayendo sobre Siria e Irak y provocando que ciudadanos que no se meten en guerras, sólo las sufren, acaben desplazándose en busca de refugio. Los desplazados precisamente huyen de esas guerras provocadas o alentadas por todos los que tienen revólveres cargados, sean del Daesh, de Estados Unidos, Rusia, Europa o de los ejércitos asediados. Son víctimas civiles cuyos pueblos saltan por los aires. Son de los que cavan, como usted o yo, que podemos morir en un atentado o podemos acabar como ellos, refugiados. No sería la primera vez que un ciudadano europeo huye de una guerra. Llevamos haciéndolo desde el principio de los tiempos.

Una de las primeras medidas que tomó el gobierno belga para luchar contra el terrorismo fue la de enviar bombarderos a las zonas en conflicto, sin darse cuenta de que su zona conflictiva está en Bruselas. Las leyes belgas, muy respetuosas con los derechos humanos, impiden a la policía registrar de noche la casa de un terrorista. Es la ley más absurda que he conocido en mi vida junto a otra de Florida que prohíbe a las mujeres saltar en paracaídas los domingos. Los terroristas tienen derecho en Bélgica a que se respete su sueño, pero esas mismas leyes permiten a Bélgica bombardear de noche un pueblo de Irak provocando más refugiados y sirviendo en bandeja un argumento a los que reclutan terroristas belgas en territorio belga para cometer atentados en Bélgica, contra los que Bélgica muy poco ha hecho.

Europa se ha marcado el objetivo de no dejar entrar ni a un refugiado. Pero por lo que se sabe, algunos de los que atentaron en París o en Bruselas, esos sí, entraron y salieron varias veces de Europa a Siria, y aún identificados como potenciales terroristas, incluso interrogados, nadie se molestó en detenerlos.

Hasta hace no mucho el objetivo de Occidente era llevar la democracia a Irak, a Afganistán, a Libia, a Siria. No se consiguió, entre otras cosas porque bombardear a un pueblo para que sea como nosotros es tan poco legítimo como poner una bomba en un aeropuerto para que nosotros seamos como ellos. Lo que se consiguió fueron más pistoleros, más guerras, más hambre y cientos de miles de gentes sin hogar a quienes luego negamos cobijo.

Estos días nos conmovió la imagen de un niño portando un cartel en el que lamentaba los atentados de Bruselas. No seamos idiotas: ese pobre niño, como cualquier niño, no sabe nada de guerras ni de atentados. No comprende el texto de ese cartel. Sólo tiene miedo. Ese niño acabará encerrado en un campo. Vagará sin destino durante meses o años, tendrá frío y pasará hambre. Ya ha perdido su hogar y con toda seguridad a buena parte de su familia. Si no tiene tanta suerte, estará muerto en cuestión de días. Pero nos enternece porque creemos que somos justos y tenemos el revólver y el control de la situación. El mundo, por desgracia, siempre se dividirá entre los que tienen revólver y los que cavan. Métaselo en la cabeza. Usted no tiene el revolver. Usted cava.

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