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Dulce introducción al caos

IMAGÍNENSE QUE se levanta usted un día, coge el periódico del buzón, porque usted es suscriptor, y lee en portada, a cuatro columnas, que su casa está ardiendo y que usted es el responsable. Recorre usted la casa de punta a punta y no ve ni una triste llama por ningún lado. Más tranquilo, enciende el televisor y ahí está otra vez la noticia: usted ha quemado su casa. Vuelve a revisarlo todo, sale de la vivienda, la rodea y sigue sin ver fuego, ni humo, ni nada que indique que tal cosa es cierta. Entonces usted se toma la molestia de desmentirlo. Llama a dos o tres medios de los que están machacando con la noticia, y les avisa: «Buenas, soy Perengano. Que mi casa no se quema». Y al otro lado del teléfono, una y otra vez recibe la misma respuesta: «Me va a decir a mí si su casa se quema o no se quema, maldito pirómano. Qué sabrá usted». Así que todo el mundo menos usted cree que su casa está ardiendo y que eso sólo pueden solucionarlo los bomberos.

Pues eso mismo ocurrió en Catalunya. Nos hicieron creer que el país entero estaba en demolición; que los catalanes estaban abocados a morir de hambre; que no quedaba una empresa en pie; que el turismo huía en masa; que todo ello era culpa de los independentistas y que solamente desde el Gobierno de España podría arreglarse el asunto. Pero resulta que los catalanes, que son los que viven su realidad diaria, no lo veían así. Al menos no la mitad de ellos, que entendieron que sus vidas transcurrían con normalidad hasta el 1-O y que la actuación policial ese mismo día, la posterior aplicación del 155, el encarcelamiento de los líderes sociales y políticos y el exilio de medio Govern fueron los factores que provocaron el incendio.

Rajoy, que nunca antes había calculado nada, decidió echar cuentas. Creyó que los catalanes son tontos de capirote y que creerían que su casa estaba ardiendo, que la aplicación del 155 serviría para acabar con los sediciosos, y que Catalunya votaría en masa a los constitucionalistas. Finalmente, una racha de viento nos visitó pero nuestra veleta ni se inmutó. Eso es de una canción de Extremoduro. Los independentistas pierden dos escaños, lo que no está nada mal si tenemos en cuenta que las condiciones en las que celebraron la campaña no fueron precisamente las más idóneas. Esta otra parte ya no es de Extremoduro: es mía. Me gustaría saber cuántos escaños sacaría Rajoy en el exilio y con Soraya en la cárcel.

Albiol, el hombre de Rajoy en Catalunya, perdió todo su capital político, convirtiendo al PP en un partido exótico que deambulará por el Grupo Mixto. No sé a quién se le ocurrió que Albiol era un buen aspirante. En tiempos de polarización lo menos aconsejable es poner a un candidato de cuatro metros que utiliza su vozarrón para gritar amenazas a los votantes. A mí ese tío me da miedo. Solamente lo votaría si se pone a mi lado cuando elijo la papeleta, pero por cobardía, no por convicción.

Me gustaría saber cuántos escaños sacaría Rajoy en el exilio

El bloque independentista se queda casi intacto y Arrimadas gana las elecciones, no nos engañemos, porque sus rivales concurrieron por separado. A quien ha ganado las elecciones Arrimadas es a Albiol, no a los independentistas. A los independentistas una racha de viento los visitó y al árbol ni una rama se le agitó. Eso es otra vez de Extremoduro. Un otoño el demonio se presentó, fue cuando el arbolito se deshojó. Eso también es de Extremoduro aunque no viene a cuento. El verdadero perdedor aquí ha sido Rajoy y su 155. Esto ya no es de Extremoduro. Lo que a Rajoy le ha funcionado de toda la vida de Dios es quedarse quieto, como las estatuas humanas. Si hubiera hecho eso, ponerse de estatua humana en las Ramblas, los independentistas se hubieran ido al carajo hace años, pero no, tuvo que intervenir. Eso le pasó por dejarse aconsejar. Harto de no hacer nada, por una vez se puso a escuchar, no sé, a Soraya o a Moragas y se puso a hacer lo último que puede hacer alguien en Catalunya: meterse donde nadie le llama.

Eso se traduce en una pérdida de ocho diputados, ocho, hasta quedarse en tres, que si me apura igual nos presentamos usted y yo con dos colegas y sacamos cuatro, como los de la CUP, también fagocitados, igual que el PP, por su agresiva vehemencia. Los votantes han huido de extremismos, tanto a la izquierda como a la derecha, pues el PP se ha comportado en todo este asunto como un partido de extrema derecha, y de tigres, leones, todos quieren ser los campeones. Esto es de Torrebruno. ¿Se acuerda usted de Torrebruno? Era aquel italiano pequeñajo y bonachón, un hombre al que yo le confiaría mi voto. La antítesis de Albiol, que es todo testosterona mal encauzada. Un abusón. Los abusones sólo tienen éxito en ausencia de democracia. De ahí que Arrimadas se lo haya comido con patatas ofreciendo un rostro amable. Nadie quiere ser gobernado por un matón. Eso lo sabe todo el mundo.

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