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Sin pilas

ES DÍA DE Reyes. Aunque poco a poco la tradición anglosajona va ganando terreno y Papá Noel desatasca en Nochebuena muchas más chimeneas que hace unos años, sigue siendo una jornada entrañable. Al menos para aquellos que no pierden la ilusión y siguen disfrutando de la tradición, cada uno en la medida de sus posibilidades, de compartir regalos con la familia y los amigos. Quizás, eso es cierto, no provoque en los niños de hoy el mismo entusiasmo que entre los pequeños de mi época. No se percibe, creo, el mismo grado de excitación infantil en las casas. Ahora ya no tienen que esperar todo un año para conseguir aquello que desean. Si la situación económica lo permite, sus antojos e incluso sus caprichos son satisfechos con relativa premura. Siempre hay alguien que pase por el aro, padres, tíos, padrinos o abuelos. Vivimos todos, hijos y tutores, demasiado rápido. El buen comportamiento ya no se evalúa cada doce meses. No hay que esperar a diciembre para hacer balance "de lo bueno y malo", como cantaba Mecano. La valoración se hace a corto plazo y el premio, no siempre merecido, es prorrateado en función de la demanda de los propios interesados. A veces, simplemente, para que no se pongan demasiado pesados. Para que vivan y dejen vivir. Por supuesto, hay honrosas excepciones a un comportamiento tan cuestionable desde el punto de vista de la educación en valores. En todo caso, no merece la pena ahondar demasiado en el tema. Ellos y ellas ya saben quiénes son.

Los tiempos cambian, afortunadamente no siempre para mal. Recuerdo que en una ocasión me quedé profundamente chafado durante la mañana del día de Reyes. Sus Majestades habían dejado en mi casa un precioso coche teledirigido. Un Mercedes 300, de color dorado y tope de gama, que se controlaba con un mando de color amarillo. Era un regalo de la leche. No corría tanto como los modelos radiocontrolados de hoy en día, pero no se defendía nada mal en terreno llano. Además, tenía la mítica estrella de la marca en el morro y hasta se le levantaba el capó para verle las tripas. El problema es que, como sucede con los vehículos convencionales, el consumo era mayor entonces. En un par de horas, su motor eléctrico devoró un par de pilas del tamaño de granadas de mano. Al ser festivo no había ningún comercio abierto, o eso me dijeron, para reponer combustible. Si fuese hoy, le habría calentado la cabeza a mis padres para que se acercasen a cualquiera de los establecimientos que abren las 24 horas de los 365 días del año. El caso es que a mediodía mi lujosa berlina se había convertido en un simple carro de tracción animal. Cuando me aburrí de empujarlo por el suelo del salón, quedó aparcado en una estantería a la espera de repostaje. Un presente tan bonito, y seguramente bastante caro para la época, me dejó, literalmente, a medias.

Hace unos días, me pidieron que identificase para un anuario dos de las principales noticias que ha dejado en Lugo el año que acabamos de pasar y otro par de referencias en clave de previsión para el 2017, que apenas hemos estrenado. Después de reflexionar un ratito, elegí la implantación del servicio de Radioterapia en el Hula y el remate de la obra civil del auditorio de la capital lucense. En el primer caso, por la mejora que supondrá para los pacientes oncológicos la posibilidad de recibir tratamiento para su enfermedad más cerca de casa, habida cuenta de que hasta ahora unas ochocientas personas de esta provincia tenían que viajar hasta A Coruña, a veces en unas condiciones penosas, para ser tratadas de cáncer. Con respecto al segundo, porque se trata de una infraestructura cultural necesaria para la ciudad, largamente demandada y cuya puesta en servicio se ha visto demorada durante un par de décadas. Curiosamente, al plantearme las perspectivas para el curso que acabamos de comenzar, caí en la cuenta de que ambas, al igual que aquel Mercedes 300, nos han dejado a medias. Una bastante más que otra.

En el caso del servicio de Radioterapia, el segundo acelerador lineal que funcionará en el Hula ya ha sido instalado y acaba de conseguir la necesaria autorización del Consejo Nacional de Seguridad Nuclear, de modo que, previsiblemente, comenzará a funcionar en las próximas semanas. Nada se sabe, en cambio, de cuándo abrirá sus puertas el nuevo Auditorio de Lugo. Con vergüenza o sin ella, se supone que no pasará de este año. Ahora bien, para ello es preciso que alguien dé un paso adelante y alguien lo dé hacia atrás. Los gobiernos de la Diputación, el Ayuntamiento y la Xunta de Galicia siguen enrocados en su postura y mantienen un bloqueo absurdo. Todos exhiben sus argumentos, tan válidos para justificar su posición como inútiles para solventar el problema real.

Hacen falta más de tres millones de euros para equiparlo y ponerlo a funcionar. Pague quién pague, el dinero saldrá del mismo bolsillo. Tal día como hoy, no está de más recordar que un auditorio cerrado, por caro que haya sido y aparente que pueda resultar el edificio, es tan inútil como un juguete sin pilas.

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