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Ruido o nueces

EN ALGO coincido con Mariano Rajoy Brey. Nadie, y mucho menos ningún partido, tiene el patrimonio de las buenas intenciones. Quiero pensar que nuestros representantes electos además de arreglar su vida, también buscan mejorar, o al menos no empeorar, la de los sufridos administrados. A mi edad ya he superado la ingenuidad pueril de los que dividen el espectro político entre buenos y malos. Las organizaciones tienen sus intereses, algunos legítimos y otros no tanto. Gestionan las administraciones públicas cuando les toca la responsabilidad, pero también cuidan de su propia supervivencia. Además, están formadas por personas, con sus virtudes y miserias. En todas hay personajes que se meten en esto para sacar tajada, por cauces legales o con el cazo del egipcio, pero también habrá gente que da el paso con la intención de asear un poco el mundo que le ha tocado en suerte. Por otra parte, no podemos olvidar que, como toda obra humana, son lamentablemente imperfectas. A veces los individuos más brillantes son condenados al ostracismo mientras que la lealtad de los mediocres y palmeros es premiada con desmedida generosidad. Aún así, a pesar de sus defectos, es mejor quedarse con la idea de que su fin último, cada una a su manera y de acuerdo con sus ideas, es hacer cosas buenas para la mayoría de los ciudadanos. Cuestión diferente es el mayor o menor acierto en la gestión o las prioridades que cada una se marca en función de su ideología partidaria.

Por eso, a algunos nos resulta exasperante la excesiva teatralidad de las campañas electorales. El mensaje simplón de los candidatos, sin aristas ni matices, procesado para que el personal lo pueda deglutir sin esfuerzo. Conviene mirar más allá, pasar al otro lado de esa pantalla construida a base de discursos apocalípticos y cincelado con un reduccionismo insultante. Si gobierno, lo voy a arreglar todo, porque tengo en exclusiva el amor a este país y a su gente. Si es otro el elegido, la desgracia y la miseria caerán sobre esta tierra y sus hijos. Los populares advierten de que un posible gobierno en coalición de los partidos de izquierda sería "terrible" para Galicia; mareas, nacionalistas y socialistas avisan de que si Feijóo reedita mayoría absoluta seguirá haciendo lo mismo que hasta ahora, "nada" según ellos. Los mensajes son tan caricaturescos con respecto al rival que resultan, salvo para los convencidos, tristemente artificiales e inverosímiles.

El sector lácteo está en crisis. Siempre lo ha estado, en realidad. No sale de una para meterse en otra. Probablemente, en su capacidad para superar todas esas piedras que se va encontrando en el camino reside su fortaleza. Es la determinación de los ganaderos, o la ausencia de un medio de vida alternativo para ellos, la que alimenta su vocación de continuidad. La difícil situación que atraviesa también ha entrado en campaña. Galicia es rural y las aldeas despensa de alimentos y granero de votos. El candidato socialista acusó a Feijóo de desentenderse de su gente. Vino a decir a Lugo que, si logra formar gobierno después de las elecciones, sentará a todos los agentes implicados en el mercado de la leche y no les permitirá que se levanten de la mesa de negociación hasta que garanticen un "trato digno" para los productores. Lo que no supo explicar es cómo va a conseguir algo que no ha logrado hasta ahora ningún ejecutivo, ni en el ámbito nacional ni en el autonómico. La promesa es tan candorosa, así planteada, que puede provocar ternura por el ‘buenismo’ necio que encierra. Desconfianza, también, e incluso indignación entre un personal que está de vuelta de todo y realmente sabe de qué va esto.

Por lo demás, especialmente oportuno ha sido el anuncio del que se ha apropiado el candidato popular. La implantación en Teixeiro de una nueva industria láctea que, después de una inversión de 70 millones de euros, tendrá capacidad para procesar en torno a un 15% de la leche que se produce en Galicia y además apostará por la innovación en el tratamiento de la materia prima. Un proyecto que, así presentado, vendría a solucionar dos de los graves problemas que arrastra esta actividad: la escasa industrialización y el pobre valor añadido que aporta la producción de las granjas gallegas. Una operación aplaudida y jaleada en campaña, pero que ha sido acogida con escepticismo por los rivales políticos y por una parte de los posibles afectados. Los críticos se quejan de la falta de concreción de esa iniciativa. Por otra parte, no está clara cuál será su incidencia en el precio en origen y, sobre todo, no remedia una llaga que viene sufriendo el sector desde siempre: la escasa participación de los ganaderos en el proceso de transformación, algo normalizado en otros países de Europa. Se intentó con Alimentos Lácteos, pero el resultado es el conocido. Un fracaso estrepitoso.

Más temprano que tarde sabremos si todo lo que se dice en campaña desemboca en algo o en nada. Si hay nueces o sólo ruido electoral.

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