Blog | Patio de luces

Rock and Roll

LE ESCUCHÉ decir a una señora esta semana, mientras hacía cola para pagar en el supermercado, que en su casa mandaba ella, pero solo cuando todos los demás estaban ‘dormidos’. Empiezo a pensar que eso mismo nos pasa a la mayoría de los ciudadanos en lo que se refiere a la elección de nuestros representantes en las instituciones públicas. Nosotros vamos a votar por uno u otro partido, pero es la organización la que nos pone delante de las narices a sus candidatos. Si no estamos de acuerdo con su criterio de selección, podemos optar por otra opción o, simplemente, quedarnos en casa. Lo cual implica, en todo caso, renunciar a apoyar unas determinadas ideas o resignarse a lo que venga. Hasta ahí llega nuestra libertad y nuestra capacidad de decisión si no optamos por la militancia activa bajo el manto de unas siglas. Si esa situación ya nos debería hacer reflexionar sobre la concepción actual de la democracia, lo que ha sucedido en el Ayuntamiento de Lugo desde el inicio del presente mandato invita a cuestionarse un par de cosas. Con la salida de Jaime Castiñeira de la vida municipal y la renuncia de Santiago Fernández Rocha a seguir ejerciendo como portavoz de Lugonovo, se da una circunstancia curiosa. Ninguno de los aspirantes a la Alcaldía de las tres formaciones más votadas en los últimos comicios locales permanecerá al frente de sus respectivos grupos. A mitad de faena, cuando aún faltan dos años para la siguiente convocatoria electoral, las personas elegidas por los votantes para defender sus intereses han hecho las maletas de forma prematura. Al menos aquellas que encabezaban la lista y, consecuentemente, el proyecto político que nos vendieron a todos en sus respectivas campañas.

Después de haber elegido entre los aspirantes que las propias formaciones políticas seleccionaron para encabezar sus respectivos carteles electorales, se ha producido un plantón a los propios votantes. PP, PSdeG y Lugonovo sumaron en las elecciones locales de 2015 casi el 73% de los votos emitidos en la capital. Entre los tres partidos agruparon casi 34.500 sufragios de algo más de 46.000 emitidos y válidos. Los populares fueron la fuerza más votada, con Castiñeira al frente de la lista; los socialistas fueron la segunda, con Orozco como principal reclamo; y Lugonovo se quedó en tercera posición, con Fernández Rocha como cabeza de cartel. Si fuésemos más susceptibles, podríamos llegar a pensar, al igual que la señora del supermercado, que realmente los ciudadanos mandamos mucho, pero solo cuando los aparatos, asambleas u otras formas de gobierno de los partidos están ‘dormidos’.

Si fuésemos personas picajosas, podríamos entender lo que sucede como un cierto desaire a la voluntad de los vecinos de Lugo. Lo dice el refranero popular. No hay mayor desprecio que no dar aprecio, en este caso a lo que ha votado la gente. De hecho, las actuales circunstancias, unidas a los legítimos pactos que se cierran entre partidos después de unos comicios, pueden dar lugar a reflexiones más o menos difíciles de asimilar. Derivar en último caso, al menos en la mente de ciertos malpensados, en la idea de que hace tiempo que ya no vivimos en una democracia plena, sino más bien en una partitocracia. Podemos entregar nuestro apoyo a unas siglas. Después, ya serán los rectores de la correspondiente organización política los que harán con nuestro voto lo que les venga en gana. Sacar a uno, poner a otro; formar gobierno, quedarse en la oposición; apoyar o bloquear los asuntos de enjundia municipal e incluso, llegado el caso, dictar sentencia antes que los propios jueces.

Fue lo que hizo Lugonovo con Orozco. Exigir su cabeza política para facilitar un gobierno socialista, antes incluso de que ningún juez tomase la decisión de abrir juicio oral contra él. De hecho, varias de las causas en las que estaba imputado han sido archivadas. Hay que decir, en todo caso, que fue defenestrado con la anuencia de su propio partido, que no supo, o no quiso, defender a sus candidatos, ni en el Ayuntamiento de Lugo ni en la Diputación Provincial. Dos años después, es el propio Fernández Rocha quien coge las maletas, incapaz de lidiar con tantas sensibilidades como afloran al calor de la asamblea. «No hubo un entendimiento adecuado», acertó a decir. Parecía un hombre de consenso, de acuerdo, de buscar soluciones. A lo mejor no es eso lo que se lleva en estos tiempos de nueva política.

En el PP todo es más previsible. Nunca hay grandes sorpresas. La marcha de Castiñeira era cuestión de tiempo. Para no romper con todo, su segundo queda de portavoz hasta final de mandato. Reciben premio las dos personas que, supuestamente, influyeron de forma definitiva en la victoria de Elena Candia en Lugo capital. Dedicación exclusiva para Manuel López y para Enrique Rozas, que dispondrán de tiempo para hacer lo que saben. Puede que a unos les falte rock and roll, pero a otros se les sueltan las piernas con demasiada facilidad. El problema es que todos bailamos al son de la música que ellos tocan y no al revés. Como debería ser.

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