Blog | Patio de luces

Navidad

El camino que nos han marcado para el regreso a la «nueva normalidad» no convence a casi nadie

Después de cuarenta y dos días metida entre cuatro paredes, salía mi hija el pasado domingo a la calle, al igual que muchos otros pequeños de Lugo, y lo primero que se le ocurrió fue acercarse a ver a sus abuelos, que viven muy cerca y con los que mantenía hasta esta situación excepcional contacto a diario. En las últimas semanas hablaron por teléfono varias veces al día e incluso se vieron a través de videollamada, pero no es lo mismo. Hacía allí nos fuimos. Cuando estábamos frente a su edificio, les enviamos un mensaje para que se asomasen al balcón. Desde la acera, con sus cinco años y una mascarilla que le cubría media cara, intentó contarles en pocos minutos un montón de cosas. De forma atropellada, con el caos propio de quien siente la necesidad de expresar en un suspiro sentimientos macerados durante mucho tiempo, la niña quiso resumirles lo que había sido su prolongado confinamiento, lo mucho que se alegraba de verlos y, ya de paso, plantearles una lista nada pequeña de deseos que le gustaría ver cumplidos a corto, medio e incluso largo plazo. Supongo que entre lo desordenado que fue su discurso, las siete alturas que separan la vivienda de la calle y el hecho de que en medio hay una avenida por la que pasaba de vez en cuando algún vehículo, no se enterarían los pobres de mucho. Con algo se quedaron, eso seguro. Tengo que decir que poco más conseguí sacar yo en limpio de la comparecencia del presidente del Gobierno para explicar su plan de «desescalada». Al menos en frío.

No me tengo por el más agudo del barrio. Ni siquiera por el más listo de mi propia casa. Aun así, llegué a sorprenderme por el estado de confusión en el que quedé sumido tras escuchar los pormenores del «plan» para llegar la «nueva normalidad». Una situación que, salvo sorpresa de última hora, de normal, en un sentido tradicional del concepto, tendrá más bien poco. Terminado el circunloquio televisado, del que desconecté mentalmente en varios momentos —lo confieso—, encontré algo de consuelo, por aquello del mal de muchos. No tardaron en publicar el galimatías los principales periódicos en su edición digital. Casi al mismo tiempo aparecieron los primeros memes en las redes sociales y en los grupos de Whatsapp. Me gustó uno que decía: "Cuatro fases, dos semanas por fase, 50 provincias. Solo puede quedar uno. Que empiecen los Juegos del Hambre".

Para hacer más amena la explicación de su plan, el señor presidente pudo haber escogido alguna pieza musical que sonase de fondo. Una de las canciones de Jarabe de Palo hubiese quedado muy propia. «Depende. ¿De qué depende? De según como se mire, todo depende?». Y es que nada de lo anunciado es todavía seguro. Todo es susceptible de ser cambiado de un día para otro en función de la evolución de las circunstancias. Algo parecido a lo que ha venido sucediendo desde el inicio de esta emergencia sanitaria. Crucemos los dedos para que al menos los asuntos relativos a la salud empiecen a encauzarse. Parece que la pandemia económica ha venido para quedarse.

Resulta especialmente llamativa la unidad que ha concitado el plan del Gobierno para allanar el camino hacia esa normalidad a golpe de decreto. No solo en el Congreso, sino también en la propia sociedad. No ha dejado a nadie satisfecho. Estos días hablaba con profesionales de diferentes sectores. Si no fuese porque se están jugando el pellejo, algunos hasta se reirían de las ocurrencias que incluye. Los propietarios de peluquerías se preguntan cómo mantener a sus plantillas si solo pueden tener a un cliente cada vez en sus salones. Los hosteleros no alcanzan a comprender cómo llegarán a cubrir gastos con solo un tercio de la clientela habitual. Los comerciantes piensan en cómo atraer a los clientes si necesitan cita previa para entrar en sus tiendas. Y todos lamentan la ausencia de unas directrices claras sobre las medidas de seguridad que deben adoptar para protegerse a sí mismos y a las persona que entran en sus negocios.

Le decía mi hija a su abuela que está "deseando que acabe el coronavirus" y que vuelva "la Navidad". Como si ambas cosas fuesen indisolublemente unidas. El final de un tiempo triste que desemboca, a ojos de un niño, en el momento de mayor felicidad del año. No sabe y tampoco voy a explicárselo que, probablemente, las próximas fiestas navideñas no serán como las pasadas. Seguramente estaremos sumidos en la "nueva normalidad".