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Las dos torres

Decir que el gobierno local de Lugo no hace nada es simplificar mucho las cosas. Es un recurso habitual por parte de los rivales políticos y a veces, no siempre, el mensaje llega a calar en la opinión pública y se va filtrando poco a poco, como el agua a través de una tela gruesa, hacia la intención de voto de los electores.

Es una forma de caricaturizar la realidad para que los fracasos o la inacción en determinados asuntos empañen cualquier otro ámbito de la gestión municipal. Puede que el equipo que encabeza Lara Méndez haya metido la pata en algunas cosas y haya demostrado una cierta incapacidad para resolver determinados problemas o sacar adelante iniciativas que deberían haberse desarrollado de una forma mucho más ágil. Aún así, no puede decirse que esté mano sobre mano y las buenas intenciones se le presuponen, al igual que a los demás grupos que forman parte de la corporación.

Hay que reconocer que la alcaldesa está gobernando en una situación complicada, entre otras cuestiones porque su partido ni siquiera ha sido la fuerza más votada en las últimas elecciones. Cuenta con un ejército demasiado reducido y, para su desgracia, formado mayoritariamente por soldados sin demasiada experiencia en la refriega política.

En cuanto a los posibles aliados, un día le pasan la mano por el lomo y al siguiente le ponen la cara colorada a hostias. A todo eso, hay que añadir, además, el problema de personal que arrastra la propia institución, sin olvidar que muchos de los incendios que está intentando sofocar desde que cogió el bastón de mando son heredados de la época de su antecesor. Hablamos de la situación del sistema Ora, del contrato de la grúa municipal o del lío monumental que hay montado a cuenta de las torres de O Garañón, asuntos, por otra parte, que están también bajo la lupa de la Justicia. Ahora bien, la regidora local se cuida mucho, al menos públicamente, de lanzar cualquier tipo de reproche contra un tal Besteiro, que fue su padrino político, o contra un tal Orozco, que era la persona que encabezaba la lista en la que ella iba de segunda. El mismo que, seguramente, evitó con su presencia un descalabro electoral mayor por parte de las filas socialistas.

Lara Méndez no es lega en política ni en el funcionamiento de las administraciones públicas. O no debería serlo. Fue vicepresidenta de la Diputación durante un tiempo más que suficiente para aprender cómo se resuelven determinadas cosas. Ahora bien, ponerse al frente del gobierno municipal de una ciudad como la de Lugo es algo bien diferente. En la Administración local hay que hacer algo más que repartir dinero por lotes o a granel, que es a lo que se dedica, a trazos gruesos, la institución provincial. Hay que bregar con el día a día y solventar problemas concretos, que influyen directamente en la vida de la gente. Da una imagen lamentable que las ayudas para la compra de material escolar no hayan sido ni convocadas una vez iniciado el curso, que las asociaciones o colectivos sin ánimo de lucro esperen meses para cobrar las ayudas concedidas o que unas ordenanzas fiscales, con los precios públicos actualizados, no puedan entrar en vigor por retrasos en su gestión. Cuestiones de intendencia cotidiana que deberían estar solventadas de forma casi automática. Asuntos en los que nadie se fija demasiado si todo se mueve dentro de lo normal, pero que minan y acaban por deteriorar la imagen de un gobierno local cuando hay fallos.

Un alcalde, por otra parte, nunca puede ponerse de perfil. Es posible que la nuestra aprendiese en la vieja escuela de la Diputación que cuando vienen mal dadas es mejor escurrir el bulto. Nada de echarle narices. Si nunca pones la cara, el riesgo de que te la partan es, sin duda, mucho menor. Algunos asuntos, si los dejas el tiempo suficiente, acaban por pudrirse y mueren por si solos. Tuvo un buen maestro en eso de navegar entre dos aguas y en capear temporales sin apenas mojarse. En todo caso, a estas alturas ya se ha dado cuenta, o debería, de que en el Ayuntamiento la famosa estrategia del avestruz puede funcionar ante determinadas situaciones, pero a la hora de solucionar problemas y de gobernar, en el más amplio sentido de la palabra, rara vez ofrece réditos satisfactorios.

Hay que buscar una solución para lo sucedido en O Garañón. Todo el mundo, incluso el promotor, se ha dado cuenta de que habrá que demoler esas dos torres. Todos menos el gobierno local, que aún continúa deshojando la margarita. Recurrir al Supremo o no hacerlo, esa es la cuestión. Seguir enredando o asumir la realidad. Prolongar lo inevitable o tratar de salir de este atolladero sin que la factura nos deje temblando de frío. De nada sirve, a estas alturas, meter la cabeza en el agujero. Hace falta voluntad política. Seguramente, también un punto de valentía. Un alcalde permitió, o al menos no evitó, que se alzasen ambos monstruos en las cuestas del parque. Otro tendrá que derribarlos. Podría ser Lara Méndez. En todo caso, para poder serlo, primero tiene que querer.

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