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La lanza

QUIEN TIENE un amigo, tiene un tesoro. Pueden considerarse afortunados aquellos que encuentren a su lado personas fiables en las que apoyarse. Tipos leales a carta cabal, para lo bueno, para lo malo y para lo peor. Hablamos de amistad sincera, de un sentimiento verdadero que, por desgracia, es mucho menos frecuente de lo que quiere darnos a entender esta sociedad frívola y superficial en cuyas entretelas vivimos a diario. No debe confundirse con el compañerismo ni con la camaradería de aquellos que comparten intereses comunes. Ni siquiera con el cariño que profesamos hacia determinada gente o la simpatía con la que acogemos el comportamiento de algunos sujetos con los que compartimos trabajo, momentos de ocio o aficiones. Evidentemente, la afinidad propicia favoritismos a la hora de escoger compañía, pero no basta. Cualquiera puede servirnos en un momento dado para tomar una caña o ver un partido de fútbol. Nos referimos a algo más profundo, capaz de superar esa actitud voluble y veleidosa tan propia de nuestros días. Una forma de querer y de ser querido, comprometida y constante. Un sentimiento que hay que cultivar, compartir y cuidar. Algo que, además, tiene que ser recíproco y retroalimentarse. Si no es así, si sólo fluye en una misma dirección, acaba por desgastarse y, finalmente, se rompe. Puede recuperarse, sin duda, pero las heridas, aún curadas, siempre dejan cicatrices.

No sé si es posible algo así en política. Es perfectamente factible entre individuos, con independencia de su militancia o simpatía por unas determinadas siglas. Entiendo, en cambio, que la amistad sólo puede existir entre personas, pero nunca entre organizaciones. De forma más o menos cotidiana escuchamos hablar de partidos que son «amigos», pero no es más que una forma de simplificar relaciones que están vinculadas con la afinidad ideológica de determinadas formaciones, con la cordialidad entre sus respectivas direcciones o con la proximidad que han mantenido históricamente en cuestiones varias del politiqueo patrio. Rara vez se puede hablar de una verdadera confraternidad entre agrupaciones que defienden sus intereses e ideas propias sobre la gestión de lo público, con matices que, al menos de cara a la galería, las hace diferentes incluso de aquellas otras que están más cerca de sus postulados. La experiencia nos ha demostrado que hasta resulta difícil mantener ese concepto de hermandad dentro de cada bando. El motivo es muy sencillo. Están integrados por hombres y mujeres, con filias y fobias, con sus ambiciones personales y sus propias e íntimas frustraciones.

Si no podemos hablar de amistad entre organizaciones políticas, evidentemente tampoco de enemistad manifiesta. Lo uno va unido a lo otro. Son dos caras de una misma moneda. Es innegable, de todas formas, que existe por parte de determinados partidos cierta aversión hacia lo que otros representan e incluso una clara y evidente antipatía por sus ideas o por su forma de entender la gestión de las instituciones públicas. También puede haber ojeriza entre sus líderes o resentimiento por cuitas más o menos próximas en el tiempo, pero eso es otra historia. Vimos esta semana tres posturas bien diferentes en el Ayuntamiento de Lugo con respecto a las dudas sobre la contabilidad de Lugonovo.

El partido de Santiago Fernández Rocha publicó en su página web un balance económico del año 2016 en el que se recogía una partida de 32.400 euros bajo el epígrafe «ingresos Concello». El problema es que la propia normativa impide que los fondos asignados a los grupos municipales para su funcionamiento sean desviados para pagar gastos de las organizaciones políticas. Lugonovo dijo que fue un error, pero el Partido Popular olió la sangre y pidió explicaciones para desgastar a En Marea. Ciudadanos se atrevió a hablar de una supuesta «caja B», pero tanto Esquerda Unida como el BNG acogieron el asunto con cierta indiferencia.

Sólo salió en su defensa el gobierno local de Lugo. Además, lo hizo de forma vehemente. Su portavoz, Miguel Fernández, quiso «romper una lanza» a favor de Lugonovo y dijo que, al menos por parte del grupo socialista, no existe «la más mínima duda» sobre su «transparencia y compromiso ético». Aceptó las explicaciones de Fernández Rocha y asumió que la publicación de esa información no fue más que un «error, sin más recorrido ni transcendencia».

Parece que hay buen rollo. O al menos una confluencia de intereses. Al fin y al cabo, favor con favor se paga. Aún queda mucho mandato por delante para seguir remando en minoría y seguro que habrá muchas batallas políticas en las que Lugonovo podrá devolverles a los socialistas la lanza que rompieron en este envite. La amistad es otra cosa. Lo dicho, algo que hay cultivar, compartir y cuidar. Algo recíproco. En contra de la opinión de muchos de sus votantes, los lugonovitas rechazaron entrar en el gobierno para asumir responsabilidades compartidas. Prefirieron instalarse en su confortable papel de oposición. Pueden dar cera o jabón, según el día. Eso es cómodo, pero no amistoso. Desde luego.

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