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El "encamamiento"

ES COSTUMBRE en Poniente, el continente ficticio en el que se desarrolla buena parte de la trama argumental de Canción de hielo y fuego, de George R.R Martin, que el matrimonio quede consumado durante la misma noche de bodas mediante el conocido como rito del "encamamiento". No hace falta ser candidato al premio Nobel para intuir en qué consiste tan arraigada costumbre entre los reyes y señores de los Siete Reinos. Después de que la pareja jure sus votos en el septo, se celebra un gran banquete que termina, normalmente, con los presentes borrachos como piojos. En los estertores de la fiesta, son los hombres invitados a la ceremonia los que se llevan a la novia y la van desnudando camino del lecho nupcial, mientras que las mujeres se ocupan de dejar en cueros al novio. Una vez metidos en la cama, se les permite cierta intimidad. La gente sale de la habitación, aunque una parte de la comitiva se queda al otro lado de la puerta para asegurarse de que, efectivamente, los recién casados se entregan con la dedicación debida al cumplimiento de sus deberes conyugales. No está mal visto tampoco, por aquello de animarlos a la faena, que parte de la comitiva les grite comentarios procaces desde la entrada de los aposentos. De ese modo, los interpelados demuestran, además del ardor que se les presupone, poder de concentración en lo importante. Sellar lo pactado.

No hay que menospreciar el compromiso que exhiben en la literatura de Martin aquellos que se esfuerzan por cumplir con lo establecido. En la mayor parte de los casos, prima en los enlaces la obligación por encima de la devoción. Ambientado en la Edad Media, en ese universo ficticio no siempre hay lugar para el amor romántico. Las uniones entre miembros de las grandes casas son concertadas a conveniencia, normalmente para sellar alianzas estratégicas desde el punto de vista político y militar. Las nupcias son el camino nobiliario para acaparar poder.

Después de un cortejo más bien frío, que comenzó la misma noche del pasado 26 de mayo, este jueves se produjo el encamamiento político de socialistas y nacionalistas. Diez días tardaron los próceres de ambos partidos en encontrar un hueco en su apretada agenda para comenzar a negociar un hipotético gobierno de coalición. Más de una semana para empezar a hablar de lo suyo y de lo nuestro. En pleno siglo XXI y en la vida real, no fueron conducidos al lecho por una turba de borrachos. Además, se les permitió entrar en el salón de comisiones totalmente vestidos. A puerta cerrada seguramente sí desnudaron sus aspiraciones y acercaron posturas. Despojados ya de los artificios de la campaña y del sabor agridulce de la resaca electoral, unos y otros habrán puesto sobre la mesa sus condiciones para llegar a consumar el enlace. Fuera, a más de uno le hubiese gustado pegar la oreja a la madera.

Lo suyo no es cariño romántico. No hubo flechazo ni pasión a primera vista. La historia de ambas casas está poblada de acercamientos y de sonoros portazos. Además, aquellos que ahora tienen la obligación de arrejuntarse han tenido cuatro años para irse conociendo. El roce no hizo saltar la chispa. Al menos no la del amor político. Aun así están obligados a entenderse. El ambiente es cordial, a fin de cuentas el BNG nunca recurrió al lenguaje áspero de los populares en la oposición. Habrá matrimonio de conveniencia y se consumará durante cuatro años. Pasado ese tiempo, podremos juzgar si esa unión le convenía a la ciudad o solo a los desposados.