Blog | Patio de luces

Edulcorante contra el coronavirus

Si algo está poniendo de manifiesto esta crisis sanitaria es que, realmente, estamos rodeados de gente buena y de personas solidarias que piensan en los demás. Pero desafortunadamente no es lo único que ha destapado. También nos está haciendo comprender, con una crudeza acentuada por la propia magnitud de las circunstancias, que en medio de todos esos individuos hay una nómina nada pequeña de malnacidos. Personajes que alimentan sus propios comportamientos con el egoísmo que siempre, y ahora seguramente más que nunca, ha guiado su miserable existencia. Además, hemos podido comprobar que es tiempo de valientes, pero también de cobardes. Hay quienes se enfrentan a lo que les ha tocado en suerte a pecho descubierto e incluso tratan de ayudar a sus semejantes aún a riesgo de ponerse ellos mismos y a los suyos en peligro. Otros luchamos día a día para gestionar el miedo y tratamos de comportarnos de la forma más digna posible. Seguramente, nada se le puede reprochar tampoco a quienes definitivamente sucumben al pavor que provoca la presencia de un enemigo invisible y, además, en una situación hasta ahora inédita.

Tener miedo forma parte de la propia condición humana. Por eso merecen nuestro reconocimiento aquellos que cada día se enfrentan a sus propios temores y salen a la calle para asegurar que sigue funcionando todo aquello que hace posible que los demás podamos mantener el confinamiento. Por supuesto los sanitarios, que están en primera línea de batalla, pero también transportistas, personas que trabajan en supermercados, tiendas de alimentación o farmacias, repartidores y otros muchos profesionales que siguen en el tajo para que nuestro modo de vida no se desmorone. Por ello, precisamente por eso, resultan tan vergonzosos y vergonzantes determinados comportamientos. Provoca bochorno, rabia, desasosiego e incluso algo de pena, comprobar hasta dónde puede llegar el egoísmo del ser humano. Todos tememos al contagio o, lo que es peor, a acercar el bicho a nuestras respectivas familias y, de forma concreta, a aquellas personas que por su condición son vulnerables. Aun así, es indecente ampararse en la clandestinidad para repudiar a la puerta de su propia casa a esa gente que se expone por los demás.

Les ha sucedido en los últimos días a médicos y enfermeras Edulcorante contra el coronavirus en varios puntos del país, pero también a una cajera de supermercado e incluso a un carnicero gallego. Alguno de sus vecinos, amparado por la valentía del anonimato, colocó carteles para invitarlos a irse a vivir a otros lugares, fuera de sus casas, al menos hasta que dejen de estar expuestos a un posible contagio por las particularidades de su trabajo. A una ginecóloga de Barcelona llegaron a hacerle una pintada en el lateral del coche, en el garaje comunitario de su propio edificio, con el mensaje: 'Rata contagiosa'. Seguramente, alguien debería explicarle al espabilado del espray que los múridos son los primeros que dejan el barco cuando empieza a hundirse, no aquellos que se encaraman a lo más alto del palo mayor para asegurarse de que la tripulación se pone a salvo. Está claro que hay quienes se merecen el aplauso de la sociedad y otros, como muy poco, un sonoro abucheo. Por no decir un buen par de hostias. Queda feo y es política - mente incorrecto.

En estos momentos de zozobra tendemos a recrearnos, también los periodistas, en historias que endulzan la condición humana. Hay muchas, auténticos ejemplos. Pero también hay que hablar de esas otras. Escuché decir estos días que seremos "mejores" después de esta crisis. No lo creo. Serán mejores los que ya eran buenos. Seguramente seguirán igual los que siempre fueron malos. Eso si no empeoran. No hay azúcar ni edulcorante suficiente para enmascarar el amargor que transmiten algunos individuos. Hay que cuidarse de ellos. Casi tanto como del virus. Salud.

Comentarios