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Depende de ellos

Hay campañas pronatalidad mientras muchas parejas esperan ayuda para tener hijos

HAN PASADO casi tres años, pero recuerdo perfectamente que sentí pena por ellos. Pena por todos, por la pareja de Carballo que viajó a Colombia con la supuesta intención de comprar un bebé, por los propios padres de la criatura y por el pequeño. Por los primeros porque a veces sentimientos difíciles de gestionar y anhelos muy profundos se dan de bruces con la puñetera realidad. Aparentemente, se metieron en el lío de su vida para rellenar el vacío que con toda probabilidad había en ella a causa de la imposibilidad de tener hijos propios. Lástima por la familia biológica del crío, porque a fin de cuentas este tipo de historias siempre están asociadas a la miseria. Y, por supuesto, también por el niño. La única víctima verdaderamente inocente de todo este episodio. Un ser humano indefenso, carente de cualquier tipo de egoísmo material o afectivo, cuyo protagonismo en este drama le vino dado por una simple cuestión de azar. A fin de cuentas, hay un detalle en el que rara vez reparan los apóstoles de las segregaciones raciales y los promotores de muros y cordones sanitarios. Los iluminados, en definitiva, que juzgan y sentencian a las personas por su lugar de procedencia. Hay muchas cosas que no podemos elegir. El lugar en el que nacemos y quien nos trae a este mundo son dos de ellas, sin duda.

Mientras la Administración se dedicaba a hacer campañas publicitarias para fomentar la natalidad con un lema que venía a decir algo así como depende de ti o es cosa tuya, una pareja de Lugo, seguramente una de muchas, luchaba a brazo partido para traer hijos a este mundo. Contó su historia en este mismo periódico. Una década de espera, un tiempo de dudas y de angustia, terminaba el pasado verano con el nacimiento de sus mellizos. Dos niños que al final llegaron gracias a una gestación subrogada en Ucrania. Antes habían estado siete años en lista de espera para conseguir una adopción, pero la organización que se ocupaba de la mediación en el extranjero cerró y los dejó colgados, después de haber efectuado el pago de 5.000 euros. Aparte del desgaste emocional que seguramente tuvieron que soportar durante todo ese proceso, los nuevos padres se dejaron por el camino más de 50.000 euros. Otros hubieran arrojado la toalla. Por la incertidumbre y la tensión del que aguarda por algo que quizás nunca llegue a producirse, por falta de fuerzas o, simplemente, por la carencia de medios económicos para emprender semejante empresa.

Mi empatía con toda esa gente que no puede o tiene muchas dificultades para tener hijos, a pesar de que los desea e incluso está dispuesta a hacer grandes sacrificios personales para traerlos a este mundo, rebrotó con fuerza al conocer que una pareja de Monforte de Lemos está entre ese medio centenar familias gallegas que se han visto atrapadas ahora por el conflicto de las adopciones en Etiopía. Una de las entidades oficiales que interviene en la tramitación de esos procesos internacionales acaba de pedirles a los futuros padres un nuevo desembolso de miles de euros para seguir con el procedimiento, supuestamente con el visto bueno de la Administración. Después de recorrer un largo camino, sobre todo si ha supuesto un gran esfuerzo, resulta difícil dar marcha atrás o pararse, especialmente cuando uno no sabe a cuánta distancia está la meta. Supongo que siempre queda la esperanza de verla aparecer a la salida de la siguiente curva.

Esperanza es también lo que buscan las miles de parejas gallegas que acuden cada año en busca de ayuda para tener hijos a las consultas de infertilidad del Sergas. Familias que se tiran meses y meses esperando, incluso años, y a veces sólo para dar a conocer su caso. Después viene todo lo demás.

Algunas de esas parejas, las que pueden, toman la decisión de recurrir a la sanidad privada. Es una ruta mucho más rápida. Sucede que no todo el mundo puede viajar por esa autopista de peaje. El coste de un tratamiento de fecundación in vitro cuesta miles de euros y no existe garantía de éxito.

Desconozco lo difícil que puede resultar convencer a una pareja que no quiere o no se plantea tener hijos para que cambie de postura y se decida a asumir esa responsabilidad, con todo lo que ello conlleva. Sospecho, en cualquier caso, que no es una cuestión en la que pueda influir una campaña de comunicación o la entrega de una caja finlandesa. Ni siquiera las ayudas o bonificaciones fiscales que pueda articular un gobierno. Tengo la impresión, y espero no equivocarme, de que la gente no toma decisiones tan trascendentes de la misma manera que cambia de teléfono móvil. A bote pronto, me parece más fácil prestar ayuda a quienes están deseando tenerlos. Dispuestos, a pesar de las dificultades, a hacer sacrificios personales y a montarse en una montaña rusa de emociones para intentarlo al menos. Sucede que eso no depende de ti, ni de mí, ni de ellos o de ellas. Depende de los que mandan, de los que tienen la sartén por el mango. De los que deciden, en definitiva, en qué se gastan y en qué no los dineros públicos. Ojalá acierten.

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