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Vehículos

Ir a votar es como comprarse un coche, si no lo eliges tú y sale malo, pensarás que deberías de haberte implicado más

A ver cómo lo explico. Estamos en la llamada jornada de reflexión. El nombre es chulo. Suena bien. A lo mejor es cierto que el día previo a unas elecciones la gente se para a pensar en toda la oferta electoral y dedica un momento de su tiempo a darle una vuelta al voto que va a meter en la urna el domingo. No sé. Eso sería como dar por bueno que el personal adopta en unas pocas horas una decisión que incluye una valoración de lo sucedido durante los últimos cuatro años y sus perspectivas de futuro para los cuatro siguientes. Puede ser. Hay individuos con mucha capacidad. Otros, simplemente, no se complican la vida. Apoyan siempre al mismo partido, sea cuál sea el candidato. Los tiempos han cambiado mucho, pero un buen amigo mío, que peina canas en los pocos pelos que le quedan en la azotea, me dijo una vez que determinados partidos podrían presentar como cabeza de lista "a una vaca pinta" y ganarían igual las elecciones en algunos ayuntamientos de la provincia. Le dije que eso no es posible. Creo que la normativa electoral no permite presentar a tercos cuadrúpedos. Aunque lleven corbata. 

Seguramente, habrá gente que reflexionará hoy sobre el sentido de su voto, pero creo que la mayoría tendrá más o menos definidas sus preferencias antes de la fecha previa a los comicios. En todo caso, en las mesas electorales solo cuentan las papeletas que entran en la urna. Por eso, los partidos hacen un llamamiento a sus fieles para mantener la tensión hasta el último suspiro. Son conscientes de que un par de votos pueden cambiar el destino de un gobierno municipal. Lo sabe bien el Partido Socialista. Ya le pasó hace años en el municipio de Palas de Rei. Se trata de convencer, de darle un empujoncito final a aquellas personas que siguen deshojando la margarita incluso horas después de la apertura de los colegios. También de estar atentos a esos otros que no sienten demasiado interés por el proceso, ni por la política en general. Que a lo mejor van y a lo mejor ni se molestan en levantarse del sillón. A veces, una resaca mal llevada o una digestión pesada pueden hacer que suba la abstención. 

Precisamente sobre la participación o no en estos comicios charlaba en las últimas horas con un grupo de personas. Muy pocos revelaron abiertamente el sentido de su voto, pero casi todos coincidían en que el domingo interrumpirán sus rutinas habituales y dedicarán un momento a ir a votar. Parece que las elecciones locales, la cercanía de los propios candidatos —si caen bien o mal— y el efecto directo que las decisiones de unos y otros pueden tener sobre su vida diaria, estimulan más a los electores. Alguno había, todo hay que decirlo, que era partidario de abstenerse en esta convocatoria o de votar en blanco. Me quedó la duda, en todo caso, de si lo comentaba realmente en serio, como algo meditado y decidido o, simplemente, por la comodidad de no mover el culo, ni en un sentido ni en otro. 

Hubo quien le aclaró que no es lo mismo votar en blanco, por desapego a todas las opciones que se presentan, que pasar de todo por incomparecencia. También hubo quien le dijo aquello de que "si no votas, después en cuatro años no puedes quejarte". Ahí me vi en la obligación de intervenir. Simplemente para aclarar que el derecho de réplica es inherente a nuestra condición de sufridos contribuyentes. A fin de cuentas, vaya o no vaya a depositar su papeleta en una urna, es quien, al fin al cabo, paga esta y otras fiestas de la democracia. Incluso los muchos guateques intermedios que nuestros representantes públicos se permiten entre fechas señaladas cada cuatro años. 

Llegados a este punto, a ver cómo lo explico. Ir a votar es como comprarse un coche nuevo. Una buena amiga ni siquiera se molestó en elegir el modelo que conducirá durante los próximos años. Se lo dieron todo hecho. Le importa un pimiento el mundo de la automoción. Se conforma con tener un vehículo que la lleve de un lado a otro. Si le sale malo, tendrá todo el derecho a quejarse, porque a fin al cabo, lo ha pagado con su dinero. Ahora bien, si eso ocurre, quizás también le dé por pensar que a lo mejor pudo implicarse un poco más en algo que afecta tanto a su día a día. Mejor no quedarse en casa.

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