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"Un verano de mierda"

Nos espera un otoño complicado por la pandemia y sus consecuencias en la economía local
Un cartel recuerda el uso obligatorio de mascarilla. EFE
photo_camera Un cartel recuerda el uso obligatorio de mascarilla. EFE

"HA SIDO un verano de mierda". Escuché la frase hace unos días. No es mía, aunque en ocasiones soy también bastante dado a la hipérbole. Exagerado, pero solo a veces. La expresión que verbalizaba una persona situada a pocos metros de mí, lo suficientemente alejada en todo caso para garantizar la distancia de seguridad interpersonal, le pone voz a una impresión que comparten muchos de nuestros semejantes. Este estío, que nos dejó hace apenas unas horas, ha sido raro. Diferente, en líneas generales, a lo que es el habitual período de vacaciones. Podríamos decir que ha sido austero, pero por obligación, no por devoción. Aburrido, pobre, incluso triste. Es curioso, estos días decía un eminente virólogo que la situación que estamos viviendo en este momento a causa de la pandemia es consecuencia directa de nuestro propio comportamiento en los últimos meses. A juicio del doctor, hemos vuelto a la casilla de salida, o casi, porque hemos estado viviendo como si el virus hubiese desaparecido. No estoy de acuerdo. Es mucho más sencillo echarle la culpa a la gente, a esa masa informe eindeterminada, supuestamente irresponsable, despreocupada e irreflexiva, que buscar otras explicaciones que permitirían señalar con el dedo a personas y colectivos muy concretos.

Sería absurdo negar que hay individuos que se pasan las normas por el forro. En todo caso, no se puede hacer regla de la excepción, sea más o menos representativa. No es fácil concienciar a los adolescentes de la necesidad de adoptar una serie de medidas de precaución que van en contra de su propia naturaleza en pleno verano. Ni conseguir que aquellos que somos más mayores rompamos de un día para otro hábitos que se han convertido en nuestra propia forma de vida. Nadie estaba entrenado para esto. Soportamos meses de confinamiento y luego nos fuimos adaptando a las medidas que fueron dictando las autoridades sanitarias. Este verano no hubo fiestas ni verbenas. En mi entorno tampoco reuniones familiares. Desde luego, la mayoría de la gente se comportó, al menos aquí, de una forma más o menos aceptable. Se hizo uso de la mascarilla, corrió el hidrogel como lo hubiese hecho la cerveza en los buenos tiempos y se respetaron las restricciones de aforo y la distancia de seguridad. Puede que en algún momento hubiese algo de relajación. Estamos en una situación inédita para casi todos. Es difícil mantener esa tensión durante todas las horas del día, también por esa falta de un adiestramiento previo. De costumbre, a fin de cuentas.

Aún así, hasta ahora han sido noticia las excepciones. Los cuatro o cinco que están por encima del bien y del mal. Los listos del grupo. Creo que la mayoría que formamos todos los demás ha sido razonablemente disciplinada. Lo hemos sido, además, a pesar de los vaivenes de quienes tenían que guiarnos en este momento de incertidumbre. Primero la mascarilla no era necesaria y ahora es obligatoria. Ya no sabemos si la distancia de seguridad es de un metro, metro y medio, dos metros o una legua. A los pobres niños se los calificó como vectores transmisión, pero luego se llegó a la conclusión de que propagan la enfermedad con poca frecuencia. Se decía que el contagio se producía por las bolitas de saliva que escupimos al hablar, pero ahora parece que el virus también está en el aire. El período de cuarentena recomendado va por barrios. Se nos aconsejó que nos codeásemos con nuestros semejantes a modo de saludo, pero en este momento ya se nos recomienda que nos toquemos el corazón. A este paso, alguno acabará por tocarse otras partes de su anatomía para mandarlo todo a tomar por saco.

Eso sin olvidar que hay expertos que defienden que no estamos ante una segunda ola de la pandemia, sino que todavía no hemos salido de la primera. Que se ha reavivado porque aquellos que tienen que tomar decisiones acertadas, para eso cobran, pensaron más en la economía que en la salud. Abrieron las puertas y permitieron los desplazamientos entre lugares con una situación epidemiológica diferente. Todo para salvar el turismo, que apenas funcionó durante diez días, porque los rebrotes nos devolvieron más pronto que tarde a la realidad. Ahora estamos en una situación económica muy complicada. Se avecina una crisis larga y profunda, con mucha gente en el paro. Tenemos el virus desatado y se acerca el invierno. Pero antes, por desgracia, vamos a pasar un otoño de mierda. Con perdón.