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Periodismo

El alarmismo y el miedo se propagan a mayor velocidad que el propio coronavirus
El príncipe Harry y Jon Bon Jovi. EFE
photo_camera El príncipe Harry y Jon Bon Jovi, durante a los estudios de Abbey Road.NEIL HALL (Efe)

SUPONGO QUE NO somos tan diferentes a las personas de otros lugares del mundo. También a Lugo ha llegado ese miedo irracional que se propaga a una rapidez mucho mayor que el propio coronavirus que lo provoca. Ese temor nace del recelo y de la desconfianza, más que de la información que llega a través de las autoridades sanitarias. Esta misma semana el Hula activó el protocolo ante un caso sospechoso, que finalmente dio negativo. Hubo gente que se puso muy nerviosa. Seguramente habrá muchos más episodios de este tipo en las próximas semanas o meses. Probablemente, al igual que ha sucedido ya en otros lugares del país, en algún momento se confirmará algún positivo. Aunque se tomen las debidas medidas de precaución para evitar contagios, a estas alturas parece evidente que no se le pueden poner puertas al campo.

El miedo es un sentimiento pernicioso. Es un veneno que se extiende y que acaba por nublar el entendimiento de la gente, incluso de personas a las que se les presume lucidez y buen juicio. Nos atenaza y, si no aprendemos a dominarlo, también nos aborrega. Nos impide reflexionar con discernimiento. Se adueña de nuestros pensamientos, de nuestros actos y hasta de nuestros sentimientos. Es como esa gota de tintura que cae en un vaso de agua y poco a poco va coloreando el líquido desde la superficie hasta el fondo. Lo que antes era transparente, se vuelve turbio en apenas un instante. Bien alimentado es el caldo de cultivo perfecto para la histeria colectiva. Un estado que puede dar lugar a comportamientos tan absurdos como peligrosos. Pensé en ello esta semana tras comprobar que las mascarillas se han agotado en todas las farmacias de Lugo. El alguna botica me confirmaron que escasean desde enero y que conseguirlas es prácticamente imposible. Entonces, qué pasa con la gente que realmente las necesita.

Las redes sociales aplaudieron en los últimos días una conexión que hizo desde el norte de Italia el periodista Lorenzo Milá. Desde Lombardía, micrófono en mano y sin caer en la tentación de cubrirse la cara con una mascarilla, como sí hicieron otros compañeros de gremio, dio una auténtica lección de cómo debe ejercerse nuestra profesión. Informar, con rigor y seriedad, tiene poco o nada que ver con rendirse al sensacionalismo que hoy impera en este oficio. Con su estilo habitual, con naturalidad, se puso a hablar de algo sobre lo que antes se había documentado convenientemente y sobre lo que había reflexionado. Hecho ese necesario ejercicio previo, intentó explicárselo a la gente. Dijo que el coronavirus "es un tipo de gripe" que afecta sobre todo a personas con defensas bajas, a gente mayor, y que tiene un índice de mortalidad "bajísimo", incluso menor que el de la gripe común, porque "se cura la gran mayoría de las personas que se han infectado". Para que quedase meridianamente claro, acabó por recordar que no estamos hablando "de un virus terrorífico como el ébola".

Hizo un llamamiento a la sensatez y a la cordura. Todo un ejercicio de periodismo. Sin duda, el mejor antídoto contra el amarillismo de algunos medios de comunicación, que han visto en la alarma generada por el virus una excelente oportunidad para captar audiencia o para conseguir más visitas en sus respectivas páginas de Internet. La autocrítica no es mala. Al contrario. Todos deberíamos reflexionar. Reconocer errores y tratar de enmendarlos. Aunque intenten convencernos de lo contrario, la sociedad sigue necesitando este oficio. Para ello, el periodista, además de serlo, debe ejercer con responsabilidad y ética su profesión. A partir de ahí, el miedo es libre.

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