Blog | Patio de luces

Mal de muchos

La huelga de los transportistas complica todavía más la situación de algunos sectores que ya estaban muy tocados

Mal de muchos, consuelo de tontos. Es la frase con la que la sabiduría popular resume ese sentimiento de alivio que podemos sentir aunque nuestras cosas no vayan bien si vemos que aquellos que nos rodean están más o menos en una situación similar. Es casi tanto como decir que puedes tener menos hambre si ves que todos los demás también tienen ganas de comer y muy poco, o nada, que llevarse a la boca. No sé yo. Sin negar que esa expresión puede encerrar algo de verdad, prefiero pensar que a la mayoría de la gente no le aporta serenidad en su infortunio ver que al tipo de al lado tampoco le sonríe la suerte. Además, llegado el caso, no creo que aquellas personas que se sientan reconfortadas en la desgracia ajena, aunque sea compartida, puedan encuadrarse en el grupo de los imbéciles, que bastante tienen con soportar su estupidez. Probablemente, se acomodarían mejor entre malnacidos y canallas. En definitiva, en la banda de los crueles y malvados. 

Los transportistas que estos días están parados para protestar por una situación que es para ellos insostenible no buscan consuelo en perjudicar a todos los demás sectores que se están viendo afectados por la huelga. Es evidente. En nada los beneficia poner contra la espada y la pared a aquellos que, en condiciones normales, son sus clientes, los mismos que pagan los portes que realizan a diario para mantener su actividad. De hecho, el elevado precio del gasóleo no solo afecta a los profesionales de la carretera, porque también está lastrando la rentabilidad de las explotaciones agropecuarias y de los barcos de pesca, incapaces de repercutir en la leche, la carne o el pescado, una subida inédita en su desproporción. Y, además, consumada en un período de tiempo realmente reducido. 

Decían algunos camioneros de Lugo esta semana que, seguramente, se arruinarán antes si salen a la carretera en estas condiciones que si se quedan tumbados en su casa. El motivo es que están trabajando a pérdidas. O lo que es lo mismo, que cargar su camión y transportar una mercancía de un lugar a otro les está costando dinero, en vez de darles beneficios para pagar su salario y amortizar la enorme inversión realizada para comprar el vehículo. Un transportista me explicaba que, hace un tiempo, su camión facturaba en torno a 10.000 euros al mes. Entonces, el gasto en combustible suponía alrededor de 4.000 euros. En este momento, aseguró, la factura del gasóleo suma 8.000 euros, de modo que para seguir trabajando tiene que poner dinero de su bolsillo. 

Por eso, y por otros motivos que vienen de viejo, han convocado esta huelga, sin duda legítima y motivada. No hay que señalarlos a ellos, sino apuntar con el dedo a nuestros gobiernos. A aquellos que se están mostrando absolutamente incapaces y tristemente ineficaces a la hora de buscar algún tipo de solución que alivie, al menos, el tránsito por esta complicada situación. 

El problema es que su protesta está amenazando a otros sectores que ya estaban siendo muy castigados. El precio del combustible hace inviable, según los armadores, que los barcos pesqueros puedan salir al mar. Esta semana había una decena embarcaciones amarradas en el Puerto de Celeiro. Su situación no va a mejorar con cientos de toneladas de pescado almacenadas en cámaras frigoríficas por la imposibilidad de moverlas hacia los puntos de venta. También se quejaban estos días los comerciantes, porque no pueden servir los productos que venden a sus clientes, después de dos años muy limitados por la pandemia; o los distribuidores para la hostelería, afectados también por la escalada de los carburantes y cuya actividad se vio resentida por los cierres y restricciones impuestos por las autoridades sanitarias. 

Aún así, en peor situación están incluso los ganaderos de nuestra provincia. Llevan tiempo con el agua al cuello. Ahora tratan de coger alguna bocanada de aire para seguir sobreviviendo con la cabeza sumergida. El precio de la luz los está ahogando y el del gasóleo agrícola tensa aún más la soga. La subida de los abonos, de los plásticos y de los cereales los está arruinando. Son incapaces de repercutir esos incrementos en los costes de producción en la factura de la leche que entregan a las industrias. Ahora, además, a causa del paro en el sector del transporte, se están encontrando con dificultades para alimentar a sus animales y, por si fuese poco, alguna empresa ha suspendido la recogida. Sin embargo, y a pesar todo, ellos tienen que seguir trabajando. Son rehenes de unos y de otros. Los camiones pueden detenerse, los barcos permanecer amarrados a puerto, los comercios cerrar durante un tiempo, pero las vacas comen y deben ser ordeñadas todos los días. Granja que cierra, difícilmente vuelve a abrir. 

Lo que está sucediendo me recuerda a la historia de aquel viejo sabio que era tan pobre que sobrevivía solo a base de las hierbas que iba recogiendo por el camino. Un día se preguntó: ¿Habrá en este mundo alguien más pobre y triste yo? Su pregunta quedó respondida cuando al girarse vio a otro anciano que iba recogiendo los restos que a él se le iban cayendo. La cosa está tan mal que ni el más tonto de los tontos se consuela.

Comentarios