Blog | Patio de luces

Luces

ME GUSTA la Navidad. Aun así, procuro no precipitarme. Detecto en los últimos tiempos una cierta ansiedad en el personal en lo relativo a la decoración de las viviendas y de los lugares de trabajo. Supongo que todo se contagia. Algo similar se percibe en las instituciones públicas. Parece que nadie quiere quedarse atrás, ni en número de bombillas ni en jornadas con el alumbrado ornamental encendido. No sé de quién es la culpa, la verdad. Podemos echársela, por decir algo, a Abel Caballero y a sus ocurrencias. En todo caso, el alcalde de Monforte y presidente de la Diputación, José Tomé, le recordó hace unos días a su homólogo de Vigo que la ciudad del Cabe va a tener más luces por habitante que la capital olívica durante estas fiestas. Las victorias son victorias, aunque sean en términos porcentuales y relativos. También la euforia es una cuestión de actitud. Es un sentimiento que ni siquiera tiene que mostrar apego por la realidad.

Hace un mes, más o menos, me sorprendió ver la silueta iluminada de un árbol de Navidad a través de la ventana de una vivienda en la Rúa San Roque. Por supuesto, cada uno es libre de decorar su casa, con mejor o peor gusto, con mayor o menor sentido de la oportunidad, como le venga en gana. De todas formas, me pareció algo ligeramente extemporáneo. Lo mismo pensé cuando vi a alguien montar el Belén en un centro de trabajo a mediados de noviembre. A este paso cantaremos villancicos el día de San Froilán. Cinco de octubre, fun, fun, fun.

Puedo entender, en cambio, que el comercio se anime a engalanar un poco antes sus escaparates. A fin de cuentas, tenerlos bonitos y recordarle a la gente que se acercan las fiestas puede incentivar de algún modo a los potenciales clientes a abrir con más alegría sus carteras. El estado de ánimo influye en las personas. Si uno está contento y se siente moderadamente optimista, por el motivo que sea, seguramente será más proclive a gastar parte de lo que tiene, o de lo que espera tener. Siempre hubo cigarras y hormigas.

La ciudad de Lugo estrenaba ayer por la tarde un mercado de Navidad en la Praza Maior. Una iniciativa interesante, vistosa. Al estilo de esos que se organizan en Centro Europa, con sus casitas de madera, sus renos, sus adornos y la familia Noel casi al completo. Por supuesto, no faltó una notable representación de una parte del gobierno municipal. La otra mitad anunciaba por la mañana el resto de la programación navideña para las fiestas que se avecinan, hasta la misma Cabalgata de Reyes, y el encendido esta tarde del alumbrado ornamental en toda la ciudad. Juntos, pero no revueltos. Marcando en la medida de lo posible, y dentro de las más elementales normas de cortesía, el territorio de cada cual.

Lo mismo sucedió esta semana con la celebración de los actos para conmemorar el aniversario de la declaración de la Muralla de Lugo como Patrimonio de la Humanidad. El exalcalde Orozco no se cansaba de repetir aquello de "conseguímolo entre todos", pero dos décadas después, los todos de un lado y los todos de otro lo celebran por separado. La Xunta de Galicia y el Ayuntamiento organizaron sus respectivos actos, cada uno por su lado, en una especie de competición absurda por demostrar mayor sentimiento por un reconocimiento que, en su momento, supuso un punto de inflexión en la autoestima de la propia ciudad.

Me encanta la Navidad. La iluminación, los escaparates decorados, la música, la animación por las calles, los días libres, el sorteo de la Lotería. En todo caso, lo que más me gusta de estas fiestas es reunirme con las personas a las que aprecio. Con la gente a la que conozco desde siempre y con aquella otra con la que fui encontrándome en el camino y, poco a poco, fui sumando también a mi familia. Echo de menos especialmente en esas fechas a los ya no están y lamento que otros no estén tan bien de salud como a mí me gustaría. Aun así, disfruto cuando todos nos reunimos alrededor de una mesa, con nuestras diferencias, que las tenemos, pero conscientes sobre todo de lo que nos une.

Las instituciones deberían dar ejemplo a los ciudadanos. Copiar de lo que hacen muchas familias en estas fiestas. Los partidos que las gobiernan deberían aprender a trabajar juntos por el bien común. Dejar de mirarse un ombligo que solo ven ellos cuando se miran al espejo. Hay sombras que ni un millón de luces pueden disipar. Una lástima.

Comentarios