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Lo importante es llegar

Podríamos decir que nunca es tarde si la dicha es buena, pero con el paso de los años el sentido de esa expresión se va diluyendo como un azucarillo en una taza de agua caliente. El tiempo perdido no vuelve. De todas formas, y supongo que es un mecanismo de protección que hemos desarrollado de forma natural como dique de contención ante la infelicidad permanente, los seres humanos tenemos a menudo una memoria tan corta como la que supuestamente tienen los peces. Nos olvidamos con frecuencia de las vicisitudes del camino, de charcos que hemos tenido que esquivar y de las piedras en las que tropezamos, si finalmente conseguimos levantarnos y, después de sacudirnos la ropa, somos capaces de llegar a nuestro destino. Hacemos nuestro aquel viejo lema de la Dirección General de Tráfico: lo importante es llegar.

Parece que los nuevos contenedores de residuos han llegado ya a la ciudad para sustituir a los viejos. Algunos están en una situación realmente deplorable. Desvencijados, sucios y, en determinadas calles, incluso mal colocados. Después de muchos años de servicio, son, salvo casos contados, como pequeñas pústulas que afean la imagen de los espacios públicos por los que transitamos a diario los vecinos de Lugo. Como venía diciendo, nuestra memoria es frágil. Aún así, seguro que mucha gente todavía recuerda, por la proximidad de los acontecimientos, la bochornosa recomendación que hizo el Ayuntamiento en plena pandemia. Se nos aconsejó, por aquello de no rozar con la mano superficies que otros habían tocado antes, dejar las tapas de los depósitos de basura abiertas, precisamente porque la inmensa mayoría de ellas estaban estropeadas y el pedal de apertura no funcionaba.

Entonces me pareció algo vergonzoso. Un episodio realmente lamentable, para sonrojarse y para cuestionarse hasta qué punto damos por buenas determinadas chapuzas, siempre y cuando no nos estallen en plena cara. Al final, el asunto no pasó de ser una mera anécdota en un momento complicado por problemas de mayor calado. La gente estaba confinada en sus respectivas casas, pendiente de su salud y de la de sus familiares, muchos sin poder trabajar, a la espera de noticias sobre un virus que lo puso todo patas arriba y segó la vida de decenas de miles de personas.

Lo importante es llegar. Seguramente, dentro de poco, los viejos contenedores, que a duras penas se sostienen sobre sí mismos, serán sustituidos por otros nuevos. No vivo en el barrio más bonito del mundo, ni siquiera en uno de los más lucidos de Lugo. Muchas calles son antiguas y las casas tienen sus años. Se hicieron, o se permitieron, determinadas actuaciones que ahora difícilmente tienen vuelta atrás. Las aceras, algún parque y la iluminación piden a gritos una renovación. Aún así, es un lugar cómodo, con algunos rincones encantadores, buenos vecinos en general y servicios aceptables. Un sitio agradable para ser y estar en el mundo. Su imagen mejorará, sin duda, cuando sean instalados los nuevos recipientes para la basura.

Solventado ese trámite, me queda por decir que la vida sería además mucho más confortable para los residentes si no tuviésemos que ir esquivando excrementos de perro por las aceras. En determinadas calles, es mucho más fácil pisar una deposición canina que encontrar una papelera. Se cuentan en mayor número que las farolas que iluminan nuestro paso. De ahí que sea aún más probable pisar uno de esos regalos orgánicos que determinados dueños incívicos dejan para el resto de sus vecinos. Esta semana, sin ir más lejos, tres enormes deposiciones custodiaban la puerta de entrada y salida del colegio de mi hija. Algunos padres despistados se llevaron a casa algo más que las mochilas de su prole.

A la espera de que alguien haga algo al respecto, conservando todavía la esperanza de los necios, nos queda el mismo consuelo. Lo importante es llegar. Aunque sea con mierda de perro pegada a la suela del zapato.

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