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Entrar y salir

La decisión de algunos restaurantes de cerrar a la una de la madrugada ayuda a la conciliación de los hosteleros y a ordenar el ocio

Supongo que es cosa de la edad. No de los años cumplidos, sino de las obligaciones que casi todos, unos más y otros menos, vamos adquiriendo a medida que sumamos primaveras. El problema no es tanto de resistencia como de capacidad para asumir las consecuencias de nuestros propios excesos. Por eso, cada vez trasnocho menos. Lo que en algún momento de la vida era algo más o menos habitual, hoy es excepcional. No es que no me guste salir con mi gente. Que me aburra o que no me lo pase bien cuando quedo un rato con mis amigos. Tampoco soy de esas personas que se cansan enseguida y, pasada una determinada hora, están deseando regresar al tierno abrazo de su hogar. A mí siempre me pasó más bien lo contrario. Lo difícil no era sacarme de casa. Lo complicado era hacer que volviese a entrar. Eran otros tiempos. Hace algunos años, seguía haciendo esas escapadas religiosamente: de Pascuas a Ramos. Ahora, ni eso. Sé por experiencia que las noches alegres derivan en tristes mañanas. Como decía mi abuela, "o que perde a noite, perde o día". Y eso son lujos que, a estas alturas, uno ya no debe permitirse. Por su propio bien. 

No se trata de replegarse a una vida monacal o de convertirse en individuos asociales. En anacoretas del siglo XXI que viven a través de las ficciones de Netflix o HBO. No es eso. Simplemente hay que adaptarse a nuevos horarios. Más razonables y acompasados con el tipo de vida que llevamos, con obligaciones laborales y familiares que nos marcan el paso. Hay que buscar esos momentos para quedar con la gente a la que queremos. Es una necesidad. Tratar de conciliar los deberes con el tiempo de ocio. Sean más o menos prolongados, a una hora o a otra, debemos encontrar esos ratos. 

Dicho esto, expuesta mi situación, tengo que decir que no influye en el hecho de que me parece muy acertada la medida que en su día propuso la Asociación Provincial de Empresarios de Hostelería de Lugo y ahora han hecho suya los miembros del Grupo Nove, que integra a alguno de los mejores restaurantes de Galicia. Me refiero a su decisión de cerrar los locales a partir de la una de la madrugada. Con ello pretenden dignificar su profesión y, al mismo tiempo, respetar las condiciones laborales y de conciliación de sus propios trabajadores. Que también son personas y también tienen familias. 

La pandemia hizo cambiar nuestros propios hábitos, empujados por las restricciones de las autoridades sanitarias, que fijaban unos horarios de cierre muy estrictos. Algunos hosteleros con los que tuve ocasión de charlar esta semana recordaban, sin embargo, que antes de estos dos años de paréntesis, mucha gente llegaba a cenar a las once de la noche, después de tomarse las cañas, y alargaba la sobremesa hasta altas horas de la madrugada. Esa situación prolongaba las jornadas laborales de los trabajadores de la hostelería de una forma generalmente impredecible. 

El cierre de los restaurantes a la una puede contribuir a ordenar esta actividad y, por extensión, el tiempo de ocio de la gente, con unas horas para los vinos, otras horas para cenar y, por supuesto, otras para que los locales de copas atiendan a los noctámbulos. Uno de los problemas con los que se ha encontrado el sector en los últimos años tiene que ver con la falta de personal cualificado para trabajar en los locales. Es una profesión dura y esforzada. Quizás, algo de orden en los horarios contribuya a mejorar las condiciones laborales de autónomos y trabajadores de forma que el oficio sea atractivo para más gente. Puede ser. 

Está claro que los promotores de esta iniciativa intentan desterrar del presente, pero con la mirada puesta en el futuro, aquella expresión que tantas veces repitieron sus antecesores y ellos mismos hasta hace bien poco. La idea de que cuando trabajas en hostelería "se sabe cuando entras, pero no sabe cuándo sales". Era, es, tan real como injusta.

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