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Callejero

Perdura un claro desequilibrio entre las calles de la ciudad con nombres masculinos y femeninos

HAY MUCHAS formas de pasar por la vida. Seguramente tantas como personas. Cada uno sigue su camino. Algunos pueden permitirse el lujo de elegir la dirección de sus pasos. Lamentablemente, otros tienen menos opciones y no pueden aspirar a mucho más que a seguir caminando cada día. Es muy evidente que la suerte está bastante mal repartida. Unos viven bien y otros viven peor. A veces, rematadamente mal. También hay quien no tiene otro remedio que conformarse con sobrevivir. Es fácil lanzar piedras y juzgar a los demás desde una posición acomodada. Sin ánimo de ser condescendiente con aquellos que obran de forma malvada, está claro que las circunstancias de los seres humanos, aun siendo de la misma especie, son notablemente diferentes.

Dicho esto, aceptando los condicionantes exógenos, no podemos obviar que en situaciones similares hay personas que se conducen de una forma y otras de una manera muy diferente. Hay quien piensa que la gente es, en esencia, buena. No puedo negarlo de forma rotunda, pero aún menos presuponer la virtud en mis congéneres de forma tan alegre. Hay auténticos malnacidos entre nosotros. No es un insulto. Es una verdad objetiva. Cuando llegan a adultos y empiezan a manejarse, es fácil percatarse de que el día de su alumbramiento fue una jornada aciaga para todos los demás. La cosa empeora si la vida les pone en la mano algo de poder. Sobran los ejemplos.

Por eso, no está nunca de más celebrar la bondad de nuestros semejantes. Reconocerla y premiarla siempre que se presente la oportunidad para hacerlo. No diría que es imposible, porque sin duda algún caso habrá, pero es realmente muy difícil encontrar a personas que, de forma unánime, conciten una opinión favorable por parte de todo el mundo. La sabiduría popular nos dice que no es fácil ser profeta en tu tierra. Las relaciones humanas son complicadas y nosotros, aunque me cueste admitirlo, seres imperfectos. Incluso hacer el bien por costumbre implica pisar algún callo. Una vez me recordó un alcalde, poco tiempo antes de dejar su cargo, "que es imposible decirle a todo el mundo que sí".

PETICIÓN POPULAR. Reflexionaba sobre esto al enterarme de que los vecinos han reunido 3.500 firmas para pedirle al Ayuntamiento de Lugo que una de las calles del barrio de Albeiros lleve el nombre de quien fue su párroco durante medio siglo: Luis Soto Camino. Un reconocimiento que, según los promotores de esta iniciativa, busca que perdure en la memoria colectiva su proximidad, su generosidad con los más desfavorecidos, su compromiso con sus vecinos y su condición de benefactor para esa zona de la ciudad. Es probable que haya individuos que no estén de acuerdo con esta iniciativa y otros a los que les resulte absolutamente indiferente, pero podemos entender, incluso aquellos que no llegamos a conocerlo, que fue una persona querida por mucha gente. Eso ya tiene su mérito.

Me ha dado por pensar que las calles de las ciudades que llevan nombres de persona normalmente hacen referencia a individuos que, de un modo un otro, han destacado de forma más o menos notable durante su paso por este valle de lágrimas. Son escritores, médicos, científicos, políticos o dignos representantes de profesiones varias. Gente que destacó en el ejercicio de su actividad o, simplemente, individuos poderosos en su tiempo, pero no necesariamente buenas personas en el sentido amplio de la palabra. De todo habrá en el callejero. Seguro que se nos ha colado más de un malnacido.

Por eso, está bien de vez en cuando reclamar ese reconocimiento para personas que destacaron en algo tan meritorio como la bonhomía. Además, ahora que se acerca el 8-M, es un momento tan bueno como cualquier otro para recordar que las mujeres representan más o menos la mitad de la población, pero su presencia en el callejero está lejos de acercarse a ese porcentaje. Algo hemos avanzado, pero hace unos años las referencias masculinas multiplicaban por ocho a las femeninas en las calles de Lugo.

Tenemos que hacérnoslo mirar. Corregir de algún modo esa situación. Es de justicia. Es evidente que ese desequilibrio no atiende a razones de mérito. Las de otro tipo hace tiempo que deberían haber sido desterradas.

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