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Grosería

COMO DECÍAMOS ayer, este país nuestro se está rompiendo por las costuras, por aquellos hilos que deberían ser más férreos para poder caminar con la cabeza erguida. No hablo de los problemas sufridos por la crisis económica, eso, con una política liberal nivel 7 u 8 se soluciona en un par de años, para desesperación de los más indefensos, sino que me refiero a la situación moral de una sociedad, a todo aquello que trasciende de lo monetario y que permite a un país sentirse seguro y confiado bajo el manto de sus gobiernos y gobernantes. Con la Transición en permanente y necesaria revisión ahora es el turno de los esplendorosos años noventa (como las playas regadas por el Prestige), aquellos en los que el PP afianzó un partido y una estructura de poder que mandó al limbo al socialismo desgastado y corrompido, para situar a toda una serie de personajes acurrucados bajo el bigote aznarista y que han hecho de su paso por la política, amén de los servicios prestados (con sus nóminas convenientemente pagadas), una plataforma de exhibición tan pública como impúdica, y que en no pocos casos han contaminado aspectos de su gestión de manera grosera, y con ello a todo un país repleto de groseros y groserías. El último en aparecer, y que fue uno de los primeros en irse, con Canal de la Mancha por medio, ha sido Federico Trillo, al que el Consejo de Estado le ha dicho, a él y al Gobierno, al Gobierno de su partido, todo lo que este país voz en grito le ha ido diciendo durante muchos años. Lejos del sonrojo de unos y otros lo que tocaba era el premio, una embajada en Londres, no en cualquier otro lugar donde medianamente simular el castigo al personaje, ¡qué va, qué va! al lado mismo de su graciosa majestad. ¿Dónde iba a lucir mejor Trillo que entre los oropeles de Buckingham? ¿O dónde lo iba a hacer el inefable Wert mejor que a orillas del Sena? Nuestros orgullosos embajadores en la vieja Europa. ¡Manda huevos!

Ahora es el turno del maquillaje, de que regrese el esforzado defensor de nuestra patria, como no, al alba y con viento duro de Levante, pues no se espera menos de quien brindó sus servicios a España. Sus compañeros de camada se han ido resguardando en sus cuarteles de invierno, lentamente, puerta giratoria por aquí, puerta giratoria por allá, empujados por una sociedad inmersa en un cambio brutal en los últimos años. Pero todavía se espera a la familia, al clan que ampare ese regreso camuflado como uno más de los relevos en las moquetas rojas de medio mundo, y así este país sigue aumentando su vergüenza al ver como el tirón de orejas no es público y notorio, como unos se esconden en el pasado, como si el pasado no fuera parte del presente, y como no se le recrimina al instante su conducta que sería la propia de ese mismo gobierno y, sobre todo, como no se ha cesado fulminantemente a quién representa a España en una de las ciudades más importantes del mundo.

Otra de esas ciudades importantes es Lalín, y allí su alcalde ha decidido someter a pleno la declaración de Federico Trillo como ‘persona non grata’. Olvídense de oportunismos o cortas miradas, Rafael Cuiña tiene más razón que un santo, uno de sus vecinos era uno de aquellos 62 soldados trágicamente fallecidos en un accidente aéreo en el que el Ministerio de Defensa, liderado por Federico Trillo, actuó de mala manera, antes y después, como ha puesto en consideración ese informe del Consejo de Estado que tanto tiempo ha tardado en ver la luz esperando a un 2017 en el que parece nos vamos a seguir dando de bruces con informes y tribunales, con unos fantasmas que, como los del Cuento de Navidad, nos sobresaltan cada cierto tiempo. El desprecio a familiares, más intenso e incomparable al del resto de ciudadanos, solo puede aliviarse con gestos y actitudes como la que llega desde el Deza y que deberían extenderse, como poco, a todos los municipios en los que estuviese censada alguna víctima de aquel infausto para nuestra historia Yak-42.

A gorrazos parece que es sólo como este país puede irse sacudiendo la chulería montaraz sedimentada en nuestro territorio al amparo de la medranza económica que ha ido envileciéndolo todo, y lo que es peor, rasgando el pespunte imprescindible para sentirnos parte de una identidad común. Muchas veces se perfilan enemigos con mucho menor empaque y trascendencia que los propios, y pocos hacen más daño que los que con poder no supieron hacer uso de él, sirviéndose en vez de servir. Ahora Federico Trillo pide su incorporación como abogado al Consejo de Estado. Lo dicho, pura grosería.

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