Blog | Ciudad de Dios

'Yankis Go Home'

MI AMIGO Pablo y yo siempre fuimos más amantes de los sueños que del trabajo, las cosas como son. Mientras nuestro entorno más directo trataba de hacer fortuna con esfuerzo y tesón, algo que nos parecía muy lícito pero poco inteligente, nosotros optamos desde un principio por la vía creativa y cada tarde se nos ocurrían cientos de ideas que podían convertirnos en millonarios a poco que el viento soplase a favor y se alineasen unas cuantas estrellas. Ninguna llegó a cuajar en proyecto empresarial serio por la sencilla razón de que nunca lo intentamos pero de aquellos días conservo servilletas llenas de bocetos locos, eslóganes con gancho escritos sobre tickets de compra e incluso algún contrato de confidencialidad que nos obligaba a guardar silencio sobre la revolución que preparábamos en el salón de mi casa, entre cerveza y cerveza. 

Fueron cientos de horas dedicadas a la planificación y desarrollo de, por ejemplo, una sombrilla de playa con placas solares y cargador de teléfonos móviles, sandalias de diseño para gatos y perros, condones ecológicos y reutilizables, tofu de patata baraka y la joya de la corona: una peluca de Ronaldinho que visualizamos como un básico de armario para todos aquellos que vivían maravillados con las hazañas del futbolista brasileño y que, intuíamos, se vendería muy bien en los bazares chinos, puestos ambulantes cercanos a los estadios y tiendas de El Corte Inglés. Por diferentes motivos, todas ellas terminaron perdiéndose en el olvido para desgracia de una humanidad que, una vez más, daba la espalda al progreso. El pasado sábado, mientras me tomaba unas cervezas por la ciudad, decidí regresar a casa sin pagar la última consumición y desempolvar nuestro viejo baúl de los sueños en busca de una de las últimas ocurrencias de mi viejo amigo: una granja de pavos. 

"En pocos años", solía explicar, "todos viviremos como americanos, esperemos que desarmados". Para articular su discurso empezaba por señalar todas aquellas modas importadas de los EE.UU sin que apenas reparásemos en ellas: el tabaco rubio, la ropa vaquera, el rap, la cultura del bronceado y los gimnasios, los reality shows, el bipartidismo…... Continuaba su razonamiento con las tradiciones americanas adoptadas por nuestro país tales como Papa Noel, el Día de la Raza, (que aquí disfrazamos como Día de la Hispanidad para evitar aquello de el qué dirán), Halloween, Beyoncé o el Black Friday. "No tardaremos en celebrar el Día de Acción de Gracias", sostenía, y cuando llegase el momento estaríamos preparados para atender la ingente demanda de un ave poco apreciada en España, en parte por aquí reina el cerdo y sus andares desde tiempos inmemoriales, y también porque el citado bicho es el único animal al que hay que emborrachar con brandy antes de sacrificarlo, con el consiguiente gasto en bebidas fuertemente gravadas por el estado y el peligro inherente de no permitir que el pavo beba solo, un gesto de camaradería muy español que suele terminar con víctima y verdugo durmiendo en el sofá, abrazados, mientras una famélica familia espera al repartidor de pizzas como si fuese el nuevo Mesías. 

Si en una tierra que se toma tan en serio la muerte y los difuntos como Galicia ha conseguido penetrar el insufrible Halloween, lo que es ya un hecho incontestable, el día anunciado por mi querido amigo está a la vuelta de la esquina. Hace apenas unos años, digamos diez o doce por no exagerar, la insolente postura de disfrazarse de muertos vivientes para salir a bailar sería contestada con represión policial, judicial e incluso eclesiástica, no pudiendo descartarse las hogueras de condenados en las plazas de los pueblos, con los indudables beneficios para un sector capital en nuestra economía como es el maderero. El truco o trato, esa bajeza moral con la que cada vez más niños molestan a sus vecinos en busca de chucherías bajo coacción, obligaría a los más viejos del lugar a desempolvar sus escopetas de caza y rellenar varias cajas de cartuchos con sal. Y qué decir de la decoración habitual en bares, peluquerías y prácticamente cualquier comercio de la ciudad: telas de araña, murciélagos, velas, sangre…... Si fuese yo el dueño de uno de esos santuarios de Pontevedra que han hecho de la suciedad y el alcohol barato su seña de identidad, ya habría comenzado a interponer demandas por plagio hace algún tiempo. 

La invasión yankee resulta tan evidente e imparable que dan ganas de declarar a Cristóbal Colón persona non grata en Poio y reconocer sus orígenes genoveses, catalanes o portugueses sin necesidad de más discusión. Con él comenzó todo, con su obsesión por los atajos y su torpeza en la conducción, algo tan propio de esta zona que uno no entiende cómo todavía existe alguna duda sobre su verdadero ADN. Por eso creo que haría bien mi estimado Luciano Sobral, alcalde de alcaldes, en tomar las medidas pertinentes y rechazar cualquier relación con el dichoso descubridor antes de que Donald Trump sustituya a Ángel Moldes como la gran amenaza de cara a las próximas elecciones municipales y la granja de pavos se demuestre como el negocio del futuro. Además, y dicho sea con el mayor de los respetos, ni siquiera los de Marín se merecen un Campelo republicano.

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