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Volver a empezar

Tengo un amigo, que conoce a un amigo, que busca nuevo piso. "Volver a empezar", le ha dicho de buenas a primeras mi colega, haciendo el gesto de las comillas con los dedos. Estoy casi seguro de que no ha visto la película. En realidad, creo que no conozco a nadie que la haya visto, lo cual no impide que todos mis amigos digan "peliculón, peliculón" cuando nos hacemos los cinéfilos y alguien la saca a colación, como si repetir las cosas dos veces les otorgase alguna credibilidad. El caso es que, como digo, un amigo de un amigo busca nuevo piso y a esta hora, mientras escribo estas líneas, ya debe estar el pobre diablo replanteándose la negativa inicial a volver con sus padres, superado por una odisea que procedo a contar de oídas y escudado en el siempre útil recurso de la dramatización.

Día 1: Mi buen amigo Julio dice que no me preocupe de nada, que él conoce a un tipo —lo ha llamado así, tipo— que alquila un loft a cinco minutos andando de mi trabajo. Estoy tan ilusionado que ni siquiera he reparado en un detalle que oscila entre lo importante y lo decisivo: trabajo en un polígono industrial. Quedo con El Tipo a las dos y se presenta a las tres menos cuarto, con una mancha de huevo en la comisura de los labios y fumándose un Farias. El Tipo es de esas personas que saludan a cualquier desconocido palmeándole el hombro dos veces, con confianza pero marcando distancias, un poco como las cabras montesas. "Te va a encantar, es justo lo que un chaval en tu situación necesita", dice señalando al segundo piso de un viejo taller mecánico. Creo que lo dice en serio, no tiene pinta de ser El Tipo de las Metáforas pese a que, con la otra mano, empieza a rascarse las pelotas por encima del pantalón.

Día 2: He silenciado a Julio en WhatsApp. No me apetece explicarle qué tal me ha ido con El Tipo ni tampoco saber qué le pudo contar sobre mi situación personal para dar pie a tanto malentendido. Conservar una amistad tiene mucho de contemporizar, de saber administrar las conversaciones.

Día 3: El de la inmobiliaria aparece entre grandes aspavientos, sudando como un mal futbolista y disculpándose por su "imperdonable retraso", cito textualmente. Le digo que no pasa nada, que todo se olvida con una rebajita en el precio si el estudio que ha quedado en mostrarme resulta ser de mi agrado. Sonríe raro, como todas las personas que carecen de sentido del humor, y me conduce a un portal incrustado entre dos locales comerciales con sendos carteles de SE ALQUILA. Es un cuarto piso sin ascensor pero "con unos descansillos muy cómodos", comenta entre las ventajas de subir a diario por aquellas angostas escaleras. Abre la puerta con un empujón, después de varios giros de muñeca y no pocas dificultades para encontrar la llave correcta. "Cocina americana, todo amueblado, luminoso... No tiene calefacción pero eso es lo de menos", cacarea mientras yo no puedo apartar la vista de una cucaracha King Size que se ha hecho fuerte sobre la mesilla de noche. Los demás miembros de la familia —he contado hasta seis— parecen aplaudir su hazaña desde diferentes puntos de la casa.

Día 4: El de la inmobiliaria no aparece, supongo que avergonzado por lo de ayer o, peor todavía, ante la perspectiva de lo que pretendía enseñarme hoy. "No está tan bien como este pero podemos verlo mañana, si te apetece. Ahora tengo que irme, he quedado con otros clientes", me había dicho en uno de los cómodos descansillos al salir de aquel zoo.

La propietaria me ha dicho que no soy el tipo de inquilino que está buscando

Día 5: La propietaria me ha dicho que no soy el tipo de inquilino que está buscando, que prefiere esperar a que aparezca una pareja joven, sin hijos y sin mascotas, limpios y de buena familia. "Yo era así hasta antes de ayer", le digo para tratar de minar sus reticencias. "Ya, ya... Por eso", zanja ella.

Día 6: Me encuentro con Julio en un bar y me recuerda que no contesto a sus llamadas ni respondo a sus mensajes. Quiere saber si he tenido algún problema con El Tipo y yo le digo que no, que todo bien, pero que su idea de loft no se parece en nada a la mía. "Quizás si me lo hubiera ofrecido como panteón", estallo. A Julio le parece fatal y me dice que siga yendo por ahí con esos aires de grandeza, que ya se encargará la vida de ponerme en mi sitio. Al final termino pagando las cervezas, no sé por qué.

Día 7: Trastero con baño compartido.

Día 8: 700 euros más gastos, con dos mensualidades por adelantado y una más de fianza.

Día 9: Plaza de garaje enladrillada, insalubre y, como no, con baño compartido.

Día 10: Agua.

Día 11: Agua.

Día 12: Tocado y hundido.

Día 13: Mi madre ha hecho macarrones. Al terminar de comer, después de lavar los platos, me dirijo a mi antigua habitación para echarme la siesta. La han convertido en una casa de muñecas en la que Patty, una Yorkshire de ojos negros y flequillo adorable, me demuestra su cuquísima crueldad acaparando el centro de la cama con la lengua fuera de la boca, ahondando en el pitorreo. "Volver a empezar", me dijo ayer un buen amigo. No recuerdo haber visto esa película pero ojalá empiece con Chanquete, el protagonista, matando al perro de sus padres.

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