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Vivan los novios

MIENTRAS UNA parte del país ocupaba el fin de semana en elegir un buen regalo para San Valentín, el Partido Popular y Podemos optaron por la celebración de sendos congresos nacionales para escenificar su particular visión del amor, una demostración pública y notoria de que no se ama de igual modo desde la derecha del centro político que desde su izquierda. Así, mientras los populares mostraron una vez más su gusto por las tradiciones y declararon su amor incondicional a un único líder, los populistas se decantaron por la modernidad más trasgresora y abrazaron el poliamor, que no deja de ser una especie de orgía bien organizada en la que priman, por encima de todo, los sentimientos.

Para la reunión con sus compromisarios, el Partido Popular optó por un moderno y carísimo pabellón conocido como la Caja Mágica, un guiño burlón y desenfadado a quienes lo acusan de financiarse de un modo irregular y altamente imaginativo. La suya fue una elección típica de enamorado bien, de novio potentado que reserva mesa en el restaurante más elegante de la ciudad y pide champán francés sin preocuparse por el precio de venta al público, un compañero al que todo le parece poco con tal de demostrar hasta qué punto está dispuesto a llevar sus demostraciones públicas de amor.

Además del espacio elegido para la cita, otro detalle evidenciaba que el clasicismo habitual de las huestes populares no está reñido, en modo alguno, con un cierto gusto por la modernidad y las nuevas tendencias. "España, Adelante!", el animoso eslogan que presidía la cartelería del congreso, aparecía escrito en caracteres desenfadados y electrizantes, con un inapropiado uso de mayúsculas tras coma y un solo signo de admiración, todo una muestra de rebeldía ortográfica que hizo las delicias de los asistentes más jóvenes, esos charranes recién salidos del cascarón que han abandonado la clásica gomina de antaño por el flequillo aznariano y decoran sus carpetas de instituto con fotos de Andrea Levy, la última musa de las nuevas generaciones.

Las decisiones allí tomadas fueron lo de menos. El PP sigue fiel a su teoría de que no existe mejor forma de afrontar las etapas de cambio que no tocar nada, con un Mariano Rajoy cada vez más convencido de que no moverse es la mejor manera de llegar a cualquier destino. Lo ampara la experiencia personal, el callo de un líder incontestable tras haber superado las más grandes tempestades con un pequeño paraguas, un chubasquero y una fe inquebrantable en el viejo refranero gallego. "Nunca choveu que non escampara", diría Rajoy a los suyos si no sintiese cierto pánico a expresarse en la lengua de Castelao, Celso Emilio Ferreiro o Fernández Lores. Suya fue la gloria de un congreso que cerró con una intervención institucional y bien calculada, secundado por una enorme bandera de la nación que ondeaba a su espalda, simbólicamente reflejada en otra de las grandes señas de identidad de sus mandatos: el plasma.

A unos pocos kilómetros de allí, en la vieja plaza de toros de Vistalegre, Pablo Iglesias e Íñigo Errejón se disputaban la capitanía de las tropas de asalto al cielo, ese ejército de boinas moradas surgido de la indignación del 11-M que se conocen a sí mismos como "la gente" y que apenas concede a los demás ciudadanos del país el papel de replicantes, de androides carnosos y sin orgullo al servicio de las oligarquías, el IBEX 35 y la tiranía del capital. El escenario elegido, menos ostentoso que el de los populares, con ese punto de romanticismo que exige la revolución, contó con la presencia de un pianista que deslizaba pinceladas musicales sobre los puntos álgidos de los discursos, una especie de serenara política cargada de arpegios y consignas que tocó la fibra más sensible de unos asistentes que aprovechaban cualquier oportunidad para reclamar unidad a sus enfrentados amantes.

Se impuso Pablo Iglesias en una votación a la que se presentó advirtiendo que la pelota era suya: o se jugaba según sus reglas o se iba a su casa, una de dos. El resultado, holgado sobre el papel, advierte de que un tercio de los afiliados se han candado ya de su figura mesiánica y no parecen demasiado preocupados por el futuro de la formación más allá de su liderazgo, quizá conscientes de que la vida siempre ofrece segundas oportunidades al amor y no hay necesidad alguna de encadenarse al primer amor hasta que la muerte los separe. Su victoria, amplia desde un punto de vista meramente matemático, le obliga a ser cauto en sus futuras actuaciones, de ahí que improvisase un abrazo con su íntimo enemigo frente a las cámaras para escenificar la unidad que sus bases reclamaban. La escena, cargada de simbolismo y dobles lecturas, recordó en exceso al momento en que Michael Corleone estrecha entre sus brazos a su hermano pequeño mientras, herido, le dice casi al oído: "Sé que fuiste tú, Fredo. Me destrozaste el corazón… ¡Me destrozaste el corazón!". En las próximas semanas sabremos si fue el amor lo que triunfó en Vistalegre o si los celos, los cuernos y los amigos de la pareja han terminado por imposibilitar cualquier tipo reconciliación.

Sea como fuere, el martes se celebró el día de San Valentín y las flechas de Cupido cayeron sobre nosotros a derecha e izquierda tras un fin de semana copado por ambos congresos políticos, con un Partido Popular encantado de conocerse y un Podemos igual de contento por haberse conocido. Rajoy e Iglesias se han dado el sí quiero antes que los regalos, y el reparto de funciones en tan interesante matrimonio de conveniencia no me puede parecerme más apropiado y equitativo: mientras uno aspira a encabezar el gobierno, el otro pretende lo propio con la oposición. Así pues, todos contentos: que vivan los novios.

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