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A callar

COMO USTEDES ya sabrán, el Tribunal Supremo acaba de condenar con un año de prisión a César Augusto Montaña Lehmann, más conocido como César Strawberry o «el calvo de Def con Dos», que es como lo llaman mayoritariamente en los círculos que yo frecuento. Una serie de desafortunados comentarios vertidos en una conocida red social han sido suficientes para declararlo culpable de un delito de enaltecimiento del terrorismo y humillación de la víctimas, lo que confirma mi teoría de que Twitter podría pasar a ser considerada como banda armada en próximas revisiones del código penal. Algunos grupos de WhatsApp, empezando por el de los redactores de Diario de Pontevedra, con Santi Mosteiro a la cabeza, recibirán el status de comandos itinerantes y también serán perseguidos y penados.

Cesar Strawberry se ha destacado siempre por ser una figura polémica, de los que nadan a contracorriente y sin bañador, con el culo al aire. Cuando ETA mataba sin compasión ni miramientos y muchos de sus compañeros de escena musical se iban por las ramas, evitando así pronunciarse contra de la banda terrorista e incluso deslizando agravios de terceros y justificaciones más o menos veladas, él no tenía reparo alguno en definirlos como lo que eran: "una auténtica lacra". No deja de resultar preocupante que a quien alzó la voz cuando zumbaban las balas, se le cuelgue ahora la etiqueta de terrorista por utilizar el sarcasmo y la sátira en una red social.

Podríamos discutir si los comentarios de Strawberry son más o menos afortunados, por supuesto. Nos llevaría horas y un intenso debate decidir si los chistes sobre el asesinato de Carrero Blanco son de mal o pésimo gusto, incluso si un representante político como Guillermo Zapata debe asumir o no responsabilidades por su apego al humor negro. Es más, a buen seguro que no faltaría quien encontrase condenable que Irene Villa o Eduardo Madina hagan chanzas sobre sus propias desgracias, menudos somos en este país a la hora de indignarnos con terceros. Sin embargo, miren por dónde, tras años escuchando que en ausencia de violencia se podría hablar de todo, nos hemos encontrado con que, una vez cesados el fuego y las bombas, un magistrado del Tribunal Supremo prefiere que no hablemos de nada, digo yo que por si acaso.

En el fondo de toda esta polémica subyacen dos cuestiones que tienen que ver con el tratamiento a las víctimas. Por un lado, nos encontramos con víctimas que no se consideran agraviadas por cuestiones tan triviales y se encuentran, de repente, con una defensa a ultranza que termina en condenas judiciales. Por otro, la sensación de que, como en el fútbol, en este país hay víctimas de primera, segunda, tercera e incluso de regional preferente. En estas últimas semanas, con el alma helada, hemos escuchado a los familiares de los fallecidos en el disparate del YAK-42 relatar los constantes desplantes y humillaciones a los que fueron sometidos por el entonces ministro Trillo y algunos de sus colaboradores más próximos. Frescas tenemos, también, las vergonzantes imágenes de Rita Barberá dedicando peinetas y chuflas a los familiares de las víctimas del accidente del metro de Valencia. A Rafael Hernando, otro de los que suele indignarse a menudo con Twitter y sus ocurrencias, no se le ocurrió mejor forma de cerrar heridas y desagraviar a las víctimas de la dictadura franquista que declarar aquello de que "solo se acuerdan de sus familiares cuando hay subvenciones". Y qué decir de las víctimas de la violencia machista… No hay más que repasar las aportaciones de un buen puñado de columnistas y tertulianos en las últimas semanas para comprobar que vejarlas en público sale gratis, a veces incluso ventajoso.

La condena a César Strawberry tiene mucho que ver con el resto de usuarios de las redes sociales y un poco menos con él mismo, con sus tuits, sus movidas y su ironía. Como aquellos ladronzuelos de los westerns, a los que emplumaban con brea y ataban de un poste a la entrada del pueblo, al calvo de Def con Dos lo han condenado para lazar un aviso a navegantes, para que dejemos el móvil y la tecla tranquilos y nos dediquemos a trabajar, a callar y a pagar impuestos, que es para lo que nos pagan. La medida se aceptaría de mejor grado si los sueldos fuesen un poco más jugosos, esto lo digo como una sugerencia. Puestos a cerrar la boca, qué duda cabe, siempre es mejor hacerlo por purita educación, mientras masticamos una loncha generosa de un jamón 5 Jotas, que por miedo a una multa o a terminar con nuestros huesos en la cárcel. Hablando del trullo: un año en chirona le ha caído a Strawberry y dos a los antiguos dirigentes de Novacaixagalicia. Habrá quién vea en todo ello una grave injusticia y cierta desproporción pero a mí me parecen sentencias muy sensatas y bien medidas. Al fin y al cabo, escribir un par de tuits de mal gusto ocupa la mitad de tiempo que auto asignarse una prejubilación multimillonaria.

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