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Adiós, Interviú

Últimos números publicados por la revista Interviú. J.J GUILLÉN
photo_camera Últimos números publicados por la revista Interviú. J.J GUILLÉN

LOS PARAÍSOS, en mi casa, se buscaban encima de los armarios. Sobre uno guardaba mi abuelo docenas de periódicos antiguos y sobre otro escondía mi tío sus ejemplares favoritos de la revista Interviú. Hoy en día tenemos el mundo entero al alcance de un clic pero entonces se requería de días enteros de vigilancia y planificación para acceder a semejantes tesoros. Había que definir los horarios de trabajo de los adultos, buscar coartadas para quedarse a solas en casa, ejecutar el asalto con precisión y sigilo, eliminar cualquier tipo de prueba que pudiese delatar nuestra presencia en la zona restringida… El proceso resultaba excitante y la recompensa no podría ser más suculenta: a poco que uno jugara sus cartas con cierta maestría podía pasar un rato magnífico leyendo columnas de Umbral o asombrándose con la desnudez de Ángela Molina.

El desnudo, incluso por encima de las columnas de opinión y las crónicas taurinas, era uno de los bienes más preciados para un niño que no acababa de entender el mundo que le rodeaba: mis vecinos guardaban luto por difuntos a los que yo no había conocido, los perros vivían anclados a bidones de gasóleo tumbados, al director del banco se le ofrecía tratamiento de Don y los cacharros vacíos de la leche se dejaban en la puerta de casa por la noche pero aparecían rebosantes cada mañana: todo era un gran misterio sin explicación aparente, así que imaginen las formas femeninas despojadas de abrigo y en formato artístico, bellas y sugerentes.

La revista Interviú, que acaba de anunciar su cierre, cumplía una función estética y liberadora que otras publicaciones más chabacanas y de importación dejaban a medias. En un pueblo como Campelo, donde la mayoría de sus habitantes se ganaban el pan en alta mar, abundaban las revistas pornográficas francesas, alemanas, holandesas o canadienses. Funcionaba, además, una especie de voyerismo colaborativo mediante el cual, si uno se hacía con algún ejemplar del citado material, lo depositaba en un escondite común al que el resto de la canallada acudiría en pandilla para compartir conocimientos. Mi recuerdo, sin embargo, es el de un exceso de contenidos explícitos que ayudaban a fortalecer el discurso del párroco sobre la naturaleza pecaminosa del sexo. Con los desnudos de la revista Interviú sucedía todo lo contrario: era tanta la belleza que rezumaban sus fotografías que uno no podía hacer otra cosa que frotarse los ojos y sentirse cerca de Dios. Con el paso de los años, eso sí, se alejaba uno de los mandamientos de la iglesia, comenzaba a frotarse zonas menos decorosas que los ojos y a interesarse por los textos que acompañaban los reportajes fotográficos. Casi sin saberlo, nos habíamos metido de lleno en aquellas conductas que Don Sergio y padre Laureano definían como "la perversión".

Interviú fue una compañera fiel en la etapa universitaria, un producto ideal para aquella mezcla de pajillero y cultureta en que algunos nos convertimos casi de golpe. En las paredes de mi habitación convivían algunas de mis fotografías favoritas, estampas eróticas que encendían mi imaginación pero arruinaron mis estudios: Marta Sánchez pintándose los labios frente a un espejo, Emma Suárez arrodillada en la orilla del mar, Natalia Estrada con un vestido negro que recordaba a Sofía Loren en ‘Dos Mujeres’… Algunos se empeñaban en explicar que la presencia de desnudos era un factor insustancial y que el auténtico valor de la revista se escondía en sus reportajes de investigación, sus exclusivas, sus columnas de opinión, pero nunca me fié de aquellos que sostenían semejante falacia. De acuerdo, Interviú era una de las puntas de lanza del periodismo en este país pero solo un demente o un mentiroso despreciarían de tal modo la parte sensual de sus contenidos. ¿Cómo fiarse de gentuza semejante?

En la edad adulta, sin embargo, mi idilio con la revista languideció hasta que un día dejé de comprarla. Los motivos no vienen demasiado al caso y, además, no diría nada bueno de mí despotricar del difunto de cuerpo presente. Se cierra otra redacción, la enésima. Muchos compañeros deberán buscarse las habichuelas en otra parte, algunos no lo lograrán, y el panorama de la prensa escrita española será un sitio menos amable, menos humano, sin la presencia de Interviú en los habituales puntos de venta. Muchas deben ser las causas que han llevado al cierre de la publicación pero seguro que Internet y nuestro empleo por el consumo gratuito de contenidos han tenido mucho que ver.

Algún día nos encontraremos con un mundo en el que todo será inmediato y sin coste aparente pero entonces repararemos en la miseria cultural que nos rodeará y, quién sabe, quizás sintamos un cierto arrepentimiento por haber empujado al abismo tantas y tan buenas publicaciones que nos hacían un poco mejores. De Interviú será imposible olvidarse porque algunas de sus portadas permanecerán en nuestra memoria como una especie de Rose Bud, y no me cuesta imaginar mis últimas palabras en un futuro lecho de muerte, agarrando la mano de alguien: "Maribel Verdú: oso de plata, oso de peluche". Adiós, Interviú… Y gracias.

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