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Ricos, ricos

Vivir sin calcular es un lujo al que solo unos pocos tienen acceso, una élite que no sabría cuánto arroz lleva una paella para cuatro comensales
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De niño solía decir que algún día sería rico y me compraría un buen coche. Era tierno como un cochinillo, ¿verdad? Veía Barrio Sésamo cada tarde, merendaba bocadillos de cacao, le robaba besos a mi abuela y ni por asomo podía imaginar que hacerse rico era un sueño irrealizable, casi imposible. Tampoco que los ricos no se compran coches, si acaso la fábrica entera o -como poco- un concesionario.

Ricos. EP
Ricos. EP

Elon Musk, que es el tipo más acaudalado del mundo, se ha comprado esta misma semana una red social por más de cuarenta mil millones de dólares: la pandilla de amigos más cara del mundo, vamos. ¿Entienden la diferencia entre un rico de verdad y otro que se parte el lomo a trabajar para comprarse un chalet con piscina? No es lo mismo, aunque pueda parecerlo en esas tardes de verano donde el ventilador no tira como debiera y la envidia se encarga del resto. "Ahorra una tercera parte de lo que ganas, vive con una tercera parte de lo que ganas y dona la tercera parte de lo que ganas", dijo Angelina Jolie en cierta ocasión. Es otro buen ejemplo de lo que signifi ca ser rico de verdad y de la redundancia que suele campar a sus anchas en el mundo del coaching y la autoayuda. Angie, cariño: que más quisiera yo que ahorrar la tercera parte de mi sueldo, si es que alguna vez llego a tener a uno. Y, por favor, no me juzgues si, como tú, no me dedico a coleccionar niños de todas las latitudes ni enviar camisetas de Levy`s Strauss a los pobres bosquimanos.

¡Ah, los ricos! Me encantan los ricos. Pero los ricos de verdad, los ricos ricos. Viven en una dimensión paralela que a los demás nos queda muy a desmano, muy a contrapié, muy a "se te va la olla solo de pensarlo". Algunos han escalado hasta su posición de privilegio desde las catacumbas de la más absoluta pobreza, gente hecha a si misma que ahora disfruta de lo amasado con la certeza de saberse un semidios. O un dios, incluso. A fi n de cuentas, ¿a partir de cuantos paraísos en propiedad te puedes considerar una cosa o la otra? Es difícil de calcular, supongo. Y esa es otra de las ventajas más agradecidas de estar podrido de dinero: que es inútil contarlo, que dan igual los enteros, los porcentajes y su prima, la de Noruega. Vivir sin calcular es un lujo al que solo unos pocos tienen acceso, una élite que no sabría cuánto arroz lleva una paella para cuatro comensales o el número de kilómetros que puede hacer su jet privado con medio tanque de combustible. ¡Qué belleza vivir así, despreocupado y sin contar por los dedos para llegar a destino o, peor aún, a fi nal de mes.

También esta semana hemos conocido el patrimonio de Don Felipe, el rey de España: poco más de dos millones y medio de euros. Con eso no debería plantearse, si quiera, dejar de trabajar. La vida es confusa y complicada. Te puede venir una del revés, que es una expresión muy castiza pero a la vez muy gráfi ca, y con ese dinero no te da para plantarle cara y, en caso necesario, levantar cabeza. Una mala inversión, una broma de la diosa Fortuna, una hija díscola y todo ese patrimonio no te sirve para mucho más que suavizar el golpe y mirar hacia atrás con cierta nostalgia, convencido de que hubo un tiempo en el que los problemas pasaban de largo porque un par de milloncejos te parecían la mejor de las garantías. Hay futbolistas en el Celta de Vigo con más patrimonio que nuestro monarca: menudo mundo este. Y no se extrañen que, de seguir por estos derroteros, la monarquía en España deje paso a un estado con forma de república pero no por cuestiones políticas o de progreso, no: simplemente, porque no compensa.

Clay Cockrell es un psicólogo especializado en personas muy ricas, de esas que pueden comprar cualquier cosa que esté en venta y muchas de las que no. En un artículo publicado en The Guardian, hace unos meses, Cockrell hablaba de los problemas que puede enconder una pila de billetes tan grande como la Gran Muralla China: incapacidad para confi ar, narcisismo, falta de habilidades sociales… ¿Se acuerdan de ‘Los ricos también lloran’? Pues a fi n de cuenta se ve que sí, que lloran y se desesperan como todos los demás, pero con la ventaja de poder ir al psicólogo sin tener que dejar de alimentar a dos de sus tres hijos. "Los super ricos son tan infelices. como los pinta Succession", dice el especialista. "A veces es tan realista que me tengo que ir a otra habitación mientras mi mujer la ve porque siento que estoy trabajando". Tengo que reconocer que se trata de mi serie favorita, heredera de un corazón abandonado por Juego de Tronos, donde la riqueza abusiva era cosa de los Lannister y las demás casas se conformaban con hacerles la guerra por cuestiones de honor.

En Succession no hay honor, ni bondad, ni amor… Tan solo una familia que se despelleja viva por ostentar el poder. Y yo me pregunto… ¿Acaso no hacemos todos lo mismo, de una manera u otra? Que se lo pregunten a mi padre, que la semana pasada se compró una televisión de cincuenta pulgadas, después de mucho ahorrar, y todavía hoy no sabe lo que es gobernar el mando: los ricos, en casa, seguimos siendo mi madre y yo. No ricos, ricos, como los Roy, pero sufi ciente para aburrir.

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