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La comunidad

El piso de al lado está en obras. Lo sé porque soy muy observador y llevo semanas despertándome a base de martillazos en las paredes, que es la peor manera de despertarse si obviamos a los helicópteros y los pescaderos: mis otros enemigos mortales a ciertas horas de la mañana. "Cómprate unos tapones, tiquismiquis", me aconseja un buen amigo. "Métete en tus asuntos, imbécil", le contesto. Y es que algunas personas necesitamos de un enemigo exterior al que odiar, aunque solo sea por el mero capricho de sentirnos vivos y hacer uso del turno de palabra en la próxima reunión de la comunidad: ahí, sí, me van a oír. 

El primer punto en la orden del día es la valoración de la actual directiva y, "si procede", leo textualmente, "proceder a su inmediata renovación": así se las gasta la actual y redundante junta directiva del edificio. Si de mí dependiera pasaríamos al vicepresidente a cuchillo sin necesidad de votar, al menos de manera figurada, claro, pues no vean cómo se ponen los censores de descansillo cuando uno no explica este tipo de licencias. Me lo encontré por primer vez a los pocos días de instalarme, en el pasillo. Ni corto ni perezoso, levantó una mano cuando pasaba a su lado y me dio el alto. "¿A dónde va usted, caballerete?", dijo el muy cretino. "¿Perdone?", respondí un tanto desconcertado. "Soy el vicepresidente de la comunidad y no le conozco. Solo cumplo con mi deber", insistió. Aquello me dejó tan abatido que señalé la puerta del piso y le mostré las llaves como quien entrega un sonajero a un niño.

Ciudad de Dios. Mx

La semana siguiente, apenas familiarizado con el ambientador comunal, me atacó por la espalda. Esperaba el ascensor con la vista puesta en el teléfono cuando le oí carraspear a menos de un metro de distancia. No sé de dónde salió, quizás había estado allí todo el tiempo, mimetizado con el entablillado o escondido bajo el rodapié, como los ratones. "¿Y la mascarilla, joven?", disparó sin darme tiempo a reaccionar. "¿Acaso se ha dado por extinguida la pandemia y yo no me he enterado?". Extinguida… Tuve que reprimir las ganas de plantarle fuego en la chaqueta y, entonces sí, extinguir aquel incendio pero sin prisas, dejándolo reflexionar sobre la verdadera razón del brutal atentado. “Pero relájese un poquito, hombre”, suspiré sin mirarlo a la cara. "¡Oiga usted! ¡Que soy el vicepresidente de la comunidad!", me gritó a medio metro del oído malo, cosa que agradecí en silencio porque el otro, el bueno, no está para tonterías. Unos días después leí en la prensa que Ignacio Aguado había cesado como vicepresidente de la Comunidad de Madrid y al regresar a casa, aprovechando que mi enemigo mortal revolvía su buzón en busca de algunas migajas, me acerqué a él y le di el pésame: yo creo que todavía está buscándole el sentido a todo aquello pero en mi cabeza sonó espectacular, que se joda.

Ahora que lo pienso, me pregunto quién será el presidente de esta nuestra comunidad. ¿Juan Cuesta, el de Aquí no hay quien viva? Bien podría, porque en este edificio todo es una ficción tras otra, un absurdo continuo que ningún guionista de televisión podría colar por algo parecido a la no ficción, que es una forma bastante rebuscada de definir la realidad. La famosa obra, por ejemplo. ¿Cuánto azulejo se puede picar en un viejo piso con más de cien años de antigüedad sin que el asunto empiece a sonar a cachondeo? ¿Dos toneladas? ¿Trescientas toneladas? ¿Mil toneladas? Ahí llevan dos meses, pica que pica, llenando sacos y sacos con azulejos destrozados que depositan, durante días, en el rellano. Me pregunto si no será todo aquello una tapadera para traficar con cachitos de cerámica, recién troceados y empaquetados con mimo rumbo a Sevilla o a Portugal. De todo esto hablaremos también en la reunión, punto cuatro de la orden del día: “Establecer las pautas para futuras obras y adecuar las actuales a la normativa comunitaria vigente”. Que se prepare Ursula Von der Leyen pues yo ya me temo lo peor.

Maldita la hora en que alguien, seguramente algún político, decidió que la convivencia con nuestros vecinos necesitaba de estos órganos de gobierno

Maldita la hora en que alguien, seguramente algún político, decidió que la convivencia con nuestros vecinos necesitaba de estos órganos de gobierno, de esta especie de democracia impuesta en la que unos señores se sienten policías y jueces de nuestro día a día. "Si quieres conocer la verdadera naturaleza de un hombre entrégale una placa y una pistola", decía James Cagney en una vieja película de la que no recuerdo el título. Al vicepresidente de mi comunidad le sobra con un papel de los administradores en el que se le nombra segundo de abordo para demostrar que es un cretino: da miedo imaginarlo en la Polonia recién ocupada o en el franquismo, todo el día recorriendo los pasillos en busca de maleantes y subversivos a los que dar la matraca con el calzado apropiado para bajar las escaleras o los horarios de recogida de la basura. Creo que me voy a presentar para presidente y entonces sí sabrá esta buena gente lo que es un líder comprometido… ¿Primera medida? Prohibir las obras en horario de mañana. Ya está bien de no poder dormir a pierna suelta por las ínfulas reformistas del Cuarto Derecha: el fascismo se combate en las calles pero, sobre todo, en las casas.

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