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Hazlo tú mismo

La sábana que utilizaremos como mortaja debe ser de un tejido no transparente, un tejido sobrio, con empaque

Cuando a Edmund Hillary le preguntaron por qué quería escalar el Everest dijo aquello tan obvio de "porque está ahí". Así son las cosas la mayor parte del tiempo: sencillas, lógicas, aplastantes. Complicarlo todo es una cuestión de malas costumbres, como la de sentarse torcido o fumar en la cama, qué sé yo. Y algo así sucede con la gente que cree en fantasmas, en especial con aquellas que creen en los fantasmas de otros, ni siquiera en los propios, que sería lo más cómodo y económico si uno cree en la mayor fantasmada que se ha inventado jamás: el Do It Yourself o Hazlo tú mismo.

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¿Cómo se fabrica un fantasma? Se preguntará usted. En primer lugar, y quizás sea este el paso más engorroso de todo el proceso, necesitamos un cadáver o difunto de cuerpo presente, a ser posible con todos sus miembros intactos pues de lo contrario corremos el riego de que, una vez haya regresado del obligatorio paso por el más allá para vagar alegremente por el mundo de los vivos, nuestro fantasma ofrezca una apariencia de masa informe, desaliñada y desagradable que debemos evitar en su propio benefi cio, pues bastante duro resulta ser aceptado como espectro en el mundo actual como para, además, arrastrar algún defecto de forma que pueda provocar las críticas despiadadas de una sociedad obsesionada por la perfección y el culto al cuerpo.

La sábana que utilizaremos como mortaja debe ser de un tejido no transparente, un tejido sobrio, con empaque, evitando los estampados y otras licencias estilísticas que puedan restar credibilidad a nuestra creación, siendo el tono blanco lo más aconsejable. El ancho de la tela debe ser tres veces el ancho del cuerpo en cuestión y resulta conveniente que el largo supere en unos 30 o 35 centímetros la altura del fi nado. También es importante fabricar una especie de pañal que absorba los fl uidos que presumiblemente expulsará nuestro cadáver y que deberá ser colocada entre las piernas, en posición obvia.

Una vez envuelto el cuerpo y controlados los esfínteres, no queda más que perfumarlo por pura decencia y adornarlo con unos grilletes o cadenas de malla gruesa sujetas a los tobillos para que el sonido que produzca nuestro futuro fantasma al arrastrar los pies sea lo más inquietante posible. Es entonces cuando procederemos a enterrarlo en el jardín de nuestra propia casa contraviniendo cualquier legislación vigente, al menos es este país, y en menos de lo que tarda un hijo en comenzar a darnos serios disgustos ya tendremos a nuestro propio espectro personalizado asustando a la vecindad. ¿Verdad que resulta sencillo? Todo depende de la sábana.

Según una leyenda más o menos aceptada, la historia de la sábana comienza su recorrido en Egipto, más exactamente en la ciudad de El Cairo y alrededor del año 1000 D.C. El inventor de la popular prenda fue Rashid Sab-Anah, un comerciante local de telas y alfombras con ciertas inquietudes y un evidente espíritu emprendedor. Se cuenta que los primeros prototipos fueron confeccionados a base de lino tejido con doble hilo, lo que provocaba que la tela fuese demasiado gruesa y poco práctica, pues a las difi cultades lógicas para su secado había que añadir las del correspondiente y aconsejable planchado, tarea penosa ya en aquellos tiempos. El siguiente paso de Sab-Anah consistió en fabricar dos tipos diferentes de lienzos: los encimeros, en ligera y vaporosa muselina, y los bajeros en cálido y resistente algodón. Si las primeras estimulaban el buen dormir e incluso una cierta lujuria, por qué no, los segundos recubrían los colchones rellenos de lana de cabra y resultaban resistentes al roce y también a los fluidos corporales, de ahí que pronto comenzara el invento a granjearle fama y fortuna a su diseñador. 

Su primer gran pedido, siempre según esta leyenda de difícil demostración, fue un encargo de la dueña del prostíbulo más grande de El Cairo, el Lilaz: 240 pares de sábanas de seda roja con diferentes posturas sexuales bordadas en color cúrcuma, ideales para alentar e instruir a los clientes en las diferentes posibilidades del acto amatorio más allá del salvaje encabalgamiento y el empotramiento simple acostumbrado. Pronto se sumarían a la demanda los demás burdeles de la ciudad, especialmente aquellos frecuentados por clientes de posibles y que preferían acostarse con sus rameras favoritas sobre camas mudadas y limpias, en un tiempo donde las buenas costumbres aconsejaban ducharse una vez por semana.

El resto de los datos que tenemos sobre la vida y obra de SabAnah, incluyendo los de su muerte repentina por asfi xia mientras jugaba con una de sus esposas más jóvenes y una almohada, no hacen más que restar credibilidad al relato pero tampoco conviene olvidar que vivimos en una época donde el Canal Historia produce y emite documentales sobre ovnis, esoterismo, homeopatía o el abominable hombre de las nieves: cada día somos más parvos y más fantasmas así que, ya saben, háganlo ustedes mismos.

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