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Galicia: instrucciones de uso para turistas

COMO cada verano, Galicia se ha llenado de turistas con algo de peso en los bolsillos y las cabecitas llenas de pájaros. Las ideas preconcebidas nunca son buenas compañeras de viaje, como tampoco lo son los cuñados, o esos amigos circunstanciales que uno se busca para compartir un apartamento a mitad de precio frente a la playa. Nada podemos hacer los gallegos frente a eso: cada uno viaja con quien quiere o con quien puede. Sí podemos -y creo que es mi obligación esta semanaorientar. O al menos intentarlo a través de un modesto manual de instrucciones que le ahorre disgustos innecesarios al visitante y, por qué no decirlo, también a nosotros, que sufrimos por ellos y con ellos a partes iguales, en la riqueza y en al pobreza, en la salud y en la enfermedad, hasta que las primeras nieblas de septiembre nos separen.

1- En Galicia se habla gallego

Ya sabemos que para muchos visitantes, especialmente aquellos llegados desde la meseta, el uso habitual del idioma propio de Galicia puede suponer toda una sorpresa: no se preocupen y, sobre todo, no vean en ello un inconveniente. Como los italianos, los franceses o los chinos, aquí solemos conformarnos con una actitud respetuosa hacia lo nuestro. Tampoco les vamos a pedir que reciten a Uxío Novoneyra de corrido, ni que rebauticen a sus hijos para apuntarlos a las actividades gratuitas de cada ayuntamiento, pero saber dar los buenos días o las gracias en nuestra lengua y, sobre todo, no ponerse folclóricos con las exigencias idiomáticas, suele ser el mejor camino para que cualquier paisano los adopte como familia espontánea y los meta a comer en casa.

2- No abusar del diminutivo cariñoso 

Pepe es Pepe, no Pepiño. Y un nuevo amigo es un nuevo amigo, no un amiguiño. Comprendemos que la tentación es grande: somos un pueblo que se hace querer, un pueblo riquiño, pero tengan muy presente que hay una línea muy fina entre el uso correcto del sufijo cariñoso y el ingreso en urgencias por exceso de confianzas. Para caminar sobre seguro, conviene practicar unos días con la comida ("póngame otra cerveciña, a ver ese pulpiño") y ver cómo respira el personal: el truco suele estar en desconfiar de una simple sonrisa.

3- No nos griten, no estamos sordos 

En cada turista —también en los gallegos cuando salimos del telón de Grelos, que es nuestra zona de confort— suelen cohabitar el alma del viejo conquistador y la firme creencia de que el entendimiento puede ser una mera cuestión de volumen. Es un planteamiento erróneo sobre el que no conviene insistir: por gritar más no les entenderemos mejor, aunque lo parezca, y este es un consejo válido para cualquier otro país del globo en el que pretendan plantar una toalla y una sombrilla para mayor gloria del Reino de España.

4- No se empachen con las tapas

Cada consumición suele ir acompañada de varias raciones de comida digestivamente abusivas para lo que suele ser el estándar de un pueblo civilizado cualquiera. Es posible que con el café de las mañana les sirvan una ración de callos. O que el vino del mediodía salga en procesión entre trozos de empanada, cuñas de tortilla y varias cestas de pan. No se dejen engañar: es una trampa para que no puedan ingerir ni un bocado más cuando lleguen las verdaderas viandas o, en caso de no deponer su actitud, morir en el intento.

5- Sospechen de los chollos de aparcamiento 

Especialmente en los muelles, playas o cualquier otra zona próxima al mar. Las mareas son un asunto muy serio: no las subestimen ni crean conocerlas, especialmente si se sienten seguros cuando echen pie a tierra. En caso de duda, recuerden que los golpes de fortuna no suelen darse en vacaciones. Y que los famosos sitiazos, como vulgarmente se conoce a estos espacios inauditos, suelen ser trampas mortales para coches estupendísimos que terminan convertidos en carne de meme y dinero el banco, siendo policías municipales, servicios de grúa, mecánicos autorizados y chapistas los más beneficiados: también cuatro jinetes tiene nuestro Apocalipsis.

6- Las playas son de todos , pero el marisco, no

Galicia tiene la capacidad de despertar al Robinson Crusoe que todos llevamos dentro por cuanto tiene de vergel. En las zonas de marisqueo, que coinciden con algunas playas, es sencillo hacerse con unos berberechos o unas almejas con apenas escarbar un poco, ricamente y por la cara: error. En primer lugar, estará usted robándole al pan a los mariscadores y mariscadoras que se ocupan de limpiar y sembrar esos mismos bancos con el sudor de su frente. Si eso no le detiene, puede que lo haga la gastroenteritis y, créame, es lo mínimo que se merece cualquier furtivillo de salón.

7- No existe el "marisquito baratísimo"

El término lo popularizó el bueno de Ramón Espinar, antiguo dirigente de Unidas Podemos. Como a tantos otros visitantes antes que él, algún hostelero sin escrúpulos le sirvió unas zamburiñas chilenas, unas navajas holandesas y unos mejillones incalificables. Nadie da duros a cuatro pesetas y menos aún en Galicia, donde seguimos teniendo la costumbre de matarnos entre familia por una cuarta de terreno.

8- No conocemos a todos los gallegos esparcidos por el mundo

Su hija estudia con un chico de Soutelo de Montes, perfecto. Y el camarero tan simpático de aquel bar de Chamberí nació y creció en Ourense, que así se lo ha contado, jurado y perjurado: nadie lo discute. Sin embargo, la posibilidad de encontrarse con un conocido o un familiar durante sus vacaciones en Sanxenxo es residual, no insista, ni siquiera lo intente. Es más probable que le toque la lotería sin jugar y por el camino se evitará usted que lo tomemos por un auténtico paleto.

9- No somos narcotraficantes

Pues no, amigo drogadicto: los gallegos no solemos andar con cocaína en el bolsillo y mucho menos para compartirla con el primero que nos pregunte.

10- El mejor GPS es preguntar

Preguntando se va a todos los sitios, también en Galicia. Las nuevas tecnologías son una gran herramienta para moverse por las vías de alta densidad, las ciudades y la gran mayoría de los pueblos. Pero si usted quiere visitar alguna zona remota no haga demasiado caso de las indicaciones de su navegador, por muy sensual que suene su voz, y ocúpese de preguntar a algún paisano antes de lanzarse a la aventura: posiblemente le engañe y entonces sí tendrá usted una buena razón para volver a su casa despotricando de los gallegos, que es casi lo mismo que despotricar de Galicia.

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