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Contacto, Bertín. Con tacto

CON ABSOLUTA NORMALIDAD, como esos padres que pierden la esperanza con el hijo rémora y le dejan elegir los muebles de su nueva habitación a los 45 años, la clase política de este país parece haber aceptado que no hay mejor manera de ganar unas elecciones que visitar la casa de Bertín Osborne o ‘El hormiguero’ de Pablo Motos, dos formatos de televisión que se diferencian, básicamente, en la utilización que allí se hace de los paños de cocina: Bertín los usa para sacar cosas del horno —pura tensión narrativa— mientras Motos optó desde el principio por reciclarlos en la fabricación en dos tertulianos que lo hagan parecer más alto y más inteligente: Trancas y Barrancas.

Ilustración del blog de Rafa Cabeleira. MX

Por alguna razón que se me escapa, alguien pensó en algún momento que la política era un asunto lo suficientemente trivial para que sus protagonistas más activos desfilasen por los platós de televisión para contar anécdotas de juventud, tomarse unos vinos, bailar, interactuar con marionetas de trapo o responder preguntas —hábilmente filtradas, por supuesto— de espectadores con tiempo y dinero suficientes como para enviar dos o tres SMS, pues no es habitual tener tanta suerte a la primera. A veces me pregunto cuánto dinero se habrán podido gastar tipos como Iván Redondo en cosas así, escondidos tras pseudónimos como MasterChess77 o TheRealWestWing, para dejárselo votando al presidente de turno ante millones de espectadores a 1,80 euros el mensaje, Iva no incluido.

-Pero esto me lo abonáis después, ¿verdad?
-Pues claro que sí, Iván: cuenta con ello y, como poco, con una vicepresidencia a mayores.

Supongo que las señales siempre estuvieron ahí, pero no quisimos verlas. Recuerdo una mañana, una muy en concreto, mientras desayunaba, en la que Ana Rosa se cambió de gafas al pasar de una tertulia sobre la última gala de Gran Hermano a otra muy sesuda sobre política nacional, internacional, universal… ¡A saber de cuántas políticas se habló allí! Yo creo que incluso se citó a Akenatón, en un momento dado. El caso es que, como digo, la icónica presentadora abandonó unos sofacitos muy cucos —y las gafas de pasta Rojo Party— por una mesa en la que apoyar los codos y ponerse a juguetear con aquellas otras lentes engastadas en montura de madera de sequoia, seguramente talada por encargo de Alain Afflelou o algún otro óptico de las estrellas para disfrute y lucimiento personal de la gran AR.

-No te voy a consentir que enfangues esta tertulia preguntando a la ministra sobre unos sobres que ninguno de los presentes hemos visto jamás.
-Bueno, Ana Rosa, mi obligación como periodista es pregunt…
-Tu obligación como periodista en esta mesa es respetar a la presentadora de gafas centenarias o te paso a la salita, a pelearte con Lecquio y Antonio David, descastado… ¡Que te encontré en la calle!

A partir de ese momento, la aparición de todo un referente del casete y la gasolina con mucho plomo en la escena mediático-política —hablamos de Bertín, claro está— era mera cuestión de tiempo. A veces me imagino a mi tío Jose, el hermano mayor de mi madre, reconvertido en productor de televisión y buscando presentadores para un nuevo formato entre las cintas de su viejo Renault 5: Bertín Osborne, José Manuel Soto, Dyango, Arévalo… "Vamos a dejarle los chistes a los invitados, mejor", pensaría descartando a este último y optando por un Bertín que ya tenía su experiencia como conductor televisivo, recuerden; aparecía vacilón y hábilmente espatarrado —el mismo número de botones abrochados en camisa y pantalón— para entregarse en cuerpo y alma al inolvidable Contacto con tacto: un show en el que los concursantes luchaban por algo que llamaban amor cuando querían decir "lo que sea, un morreo detrás de aquel biombo". Iban encendidísimos, benditos sean, mientras Bertín no hacía más azuzar pasiones con sus comentarios picantes y anécdotas frescas de la noche anterior.

-Creo que me quedo con el número dos, Bertín.
-¡Pero qué dices, chiquilla! ¡Si te quedas con las dos me dejas sin ná!
-¡Jajajaja!…Cómo eres, Bertín. Me muero de la risa contigo.
-Lo ve, señor juez? ¡Ya estaba así cuando me la encontré! ¡Jajajaja!

El último en apuntarse al aquelarre casero de Bertín fue el ya expresidente de la Xunta Galicia y candidato del Partido Popular a la presidencia del Gobierno, Alberto Núñez Feijóo. Se le vio muy cómodo hablando de su infancia, de su abuela, de su padre, y un poco menos cuando el presentador empezó a cargarle al bombo, tan desacomplejado en su normalización de la ultraderecha que en un momento dado le espetó un naturalísimo "¿Y tú qué tal te llevas con Santi?". Flipaba Feijóo a ratos, especialmente cuando apareció en escena Isabel Díaz Ayuso y se puso a imitarlo —con acento gallego incluido, sin dejarse nada— para relatar el día que se conocieron. El de Os Peares miraba al plato como si buscase un grelo lo suficientemente grande como para esconderse debajo, pero mantuvo la compostura tirando de canas, que uno ya tiene demasiado desafíos a las espaldas como para dejarse ahogar por el humo de la leña verde.

-Entre Alberto y yo hay una diferencia, Bertín: los madrileños vamos siempre de cara y los gallegos no se sabe si suben o bajan.
-Bueno, mujer… No será la cosa para tanto, ¿verdad? Alberto.
-Yo, si no os importa, mientras seguís hablando de parvadas voy a ir recogiendo esto.
-¡Míralo! ¡Para que luego vaya diciendo por ahí la ministra ecofeminista de los hombres de derechas!

No es que las cosas sucedieran exactamente así, pero lo importante de este tipo de programas es que no importa tanto lo que se dice ante las cámaras como lo que se interpreta al otro lado del televisor y por eso son tan del gusto de nuestros políticos: hace mucho, ya, que cada votante o afiliado elige lo que quiere oír, ver y creer; ahí está el detalle.

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