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Artistiñas

Por suerte para los duros fajadores, el árbitro resultó ser Alfonso Agra

MIS SÓLIDOS principios suelen desaparecer ante la perspectiva de comer gratis, de ahí que no tuviese mayor problema en aparcar mis verdaderos colores y enrolarme en las filas del Deportivo de La Coruña para disputar una nueva edición de O Derbi dos Artistiñas. Se trata de un partido de fútbol en el que diferentes figuras –salvando lo presente– de la cultura gallega se reúnen para sudar en público y armonizar una rivalidad, la del Celta y el Depor, que demasiado a menudo se enfanga por un exceso de celo y esa costumbre tan nuestra de pelearnos por los marcos. Al menos sobre el papel, el duelo se intuía amable y relajado, en consonancia con el espíritu fundacional del evento, pero algo tiene este deporte que al primer pitido se te dispara la sangre en los ojos y ya no contemplas otro desenlace que la victoria, el escarnio y la dominación.

La aventura comenzó bien temprano, en A Coruña, con Nacho Carretero mirando el reloj porque Cristina Iglesias se retrasaba. Apareció 20 minutos tarde y arrastrando una maleta en la que podría transportarse un cadáver, quizás dos. Por suerte, la persona tiene poco que ver con su personaje en la serie Fariña, así que emprendimos el viaje hacia Vigo con la confianza de quienes no tienen nada que ocultar ante un hipotético registro policial. Al llegar a los campos de A Madroa saludamos al capitán del equipo, Xosé Antonio Touriñán, que en pocas palabras nos dio a entender que el duelo tendría de amistoso lo que su pelo de alisado japonés. Para mi desgracia no quedaban uniformes de la talla XL, así que me vi obligado a saltar al campo embutido en unas telas tan ajustadas que apenas dejaban espacio a la imaginación y me dificultaban la respiración.

Los integrantes del equipo del Deportivo que disputaron 'O Derbi dos Artistiñas'. AILEEN PHOTO

El partido comenzó tranquilo, bajo de revoluciones. Dominábamos con soltura, empujados por el propio Touriñán y un Fede Pérez Rey que se encargaban de sacar la pelota jugada desde atrás como si los estudios de la TVG fuesen una especie de pequeña Masía. En el medio campo campaban a sus anchas Tamar Novas y un Nacho Carretero que envió al barrio de Teis varios balones francos para desesperación de Cris Iglesias y Marcos Pereiro, la delantera titular. Nacho Castaño, el portero rival, se tomó tan en serio el duelo que tras varias paradas empezó a ganarse nuestros peores deseos, como si bajo palos se encontrase el mismísimo Portabales y los deportivistas formásemos parte de algún famoso clan de la Ría de Arousa. Entonces sucedió lo que nadie imaginaba: el también actor Alberto da Sinda se lanzó como un toro a por un balón dividido, yo hice gala de mi habitual capacidad para llegar tarde a cualquier sitio y el choque sonó a cuerpos rotos, también a inocencia extraviada. Recuerdo el estupor de David Amor y Terio Carrera, figurones del combinado celeste, que me miraban como a un fumador en la sala de urgencias de un hospital así que opté por levantarme, pedir disculpas a la víctima y regresar al centro de la zaga mientras el público congregado se persignaba a mi paso. A punto estaba de pedir el cambio, avergonzado, cuando se acercó Carretero aplaudiendo y me felicitó por el salvaje zarpazo, la prueba que necesitaba para comprender que Nacho no es deportivista: es un terrorista. La consecuencia, casi lógica, fue que en pocos minutos derribé dos veces a la capitana rival, Carmen Méndez, que solicitó mi inmediata expulsión sin demasiada fortuna.

Y es que, por suerte para los duros fajadores, el árbitro resultó ser Alfonso Agra: un tipo afable y con mundo suficiente en la mochila como para no asustarse de nada. Fue de los pocos que comprendió el espíritu festivo del choque y se presentó al partido con una gorra de Ratibrom y un bote de espuma de afeitar con la que marcaba las barreras, toda una declaración de intenciones. Ninguno de los presentes podría sostener ante un tribunal que llevase a cabo un buen arbitraje, ni tan siquiera uno medianamente justo (¡Incluso se atrevió a chutar una pelota contra nuestra portería!), pero su actuación dejó contentas a las dos pandillas y con el pitido final comenzamos a salivar pensando en las viandas que nos esperaban en el restaurante. "¡Ni con el árbitro comprado ganamos, hostia!", declaró el trencilla nada más finalizar el encuentro.

La pachanga, además de para comer y beber, me sirvió para rendir pleitesía a un buen puñado de actores que se están encargando de situar al audiovisual gallego donde se merece: en el centro del panorama nacional y pronto –es inevitable– también más allá de Pirineos. Muchos de ellos formaron parte del reparto de Fariña, la serie que ha empujado los límites de la ficción en este país hasta niveles nunca vistos. Con la emisión del último capítulo nos despedimos de esos miércoles emocionantes en que llenábamos la agenda de rutinas hasta que los primeros acordes del tema principal –otra pequeña joya de Iván Ferreiro– nos ponía firmes frente al televisión y con las uñas seriamente amenazadas. Para aquellos que descubrimos las bondades de nuestro idioma gracias al Xabarín Club, Fariña ha sido el espaldarazo definitivo para salir de Galicia con la cabeza bien alta y el acento sin filtrar, explicando a estas buenas gentes de las castillas que aquí cogemos a los niños en el colo, nos cagamos en la cona y comemos, bebemos y reímos a rachar.

El partido en cuestión, por cierto, terminó con un aplastante 5-2 a nuestro favor, Touriñán fue aclamado como MVP (Punteirolo Máis Valioso) y Alberto da Sinda salvó la pierna atropellada. Nunca podré presumir de haber tenido una gran influencia del juego, al menos no debería, pero nadie podrá quitarme ya la satisfacción de haber interpretado un sonado cameo rodeado de gigantes con denominación de origen y el pasaporte en regla. Nos vamos a Segunda, cosas del profesionalismo, pero volveremos: aúpa Deportivo.

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