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Are you kidding me?

A Núñez Feijóo le sientan los jerséis de cuello alto un poco como a mí padre: ni bien, ni mal, que diría aquel, sino todo lo contrario. Lo digo por esas fotos en la revista Esquire que todo el mundo comenta como si fuese la primera vez que un político se deja arrastrar a un terreno que no es el suyo: en este caso, el de la moda, pues el anterior presidente de la Xunta de Galicia se deja querer por la cámara como si fuese Brad Pitt en aquella campaña de otoño-invierno para Brioni, la firma italiana de moda entre los maduritos con posibles. Se queda a medio camino Don Alberto, yo qué sé… Y le mentirá quién le diga lo contrario, claro que a ver quién es el guapo que no se queda a medio camino entre la más rutilante estrella de Hollywood y el común de los mortales. 

Feijoo Cabeleira

A la izquierda de este país —me gusta mucho añadirle a todo la dichosa coletilla, como si referirse a "este país" funcionase a modo de sazonador de fajitas, o de un jugoso relleno de empanada anunciado por Arguiñano en televisión— no le ha convencido del todo el reportaje de Feijóo en la susodicha entrevista porque dicen, aducen, protestan, la política española va sobrada de frivolidad: nos han jodido, Romerales. Ahora resultará que el problema de España es que a los políticos les renta ponerse guapos, como a Peter Griffin en aquel episodio de Padre de Familia en el que un accidente de coche lo deja en los huesos y su mentón de culito encebollado hace el resto. Hace años, en un hotel donde se hospedaban los periodistas que cubrían sus actos de campaña, Manuel Fraga se encontró a uno de ellos corriendo desnudo por un pasillo. "Con ese cuerpo le sentaría bien una rebequita, ¿no cree?", le sugirió con cierta preocupación, no fuese a pillar un resfriado, pero a sabiendas de que, en unas pocas horas, lo pondría a parir en su crónica o artículo de opinión. Entiendo que las críticas a Feijóo por parte de algunos rivales políticos —las referidas al reportaje fotográfico, quiero decir; de las otras que se haga cargo cada cual— se podrían enmarcar dentro del mismo falso recelo que Fraga llegó a convertir en arte. 

Personalmente, y que nadie quiera ver en esto malicia alguna, lo que menos me convence de este tipo de reportajes es la ya recurrente fotografía del protagonista tapándose la boca con el cuello del jersey, como si estuviese besando la etiqueta o callándose una maldad como un castillo de grande. Es la típica foto de instagramer atormentado que, en el caso concreto de Núñez Feijóo, podría contrarrestar esa imagen suya de tenerlo todo bajo control que tanto le gustaba promocionar en Galicia y que, por lo que me cuentan, no entusiasma en Madrid, donde no basta con ofrecer garantías de saber gobernar: también hay que demostrar que está uno preparado para irse de cañas o al fondo del Santiago Bernabéu, con los ultras, dependiendo del día y las horas. Porque si algo se le está atragantando a Feijóo en este segundo advenimiento capitalino es el propio Madrid, demasiado engrasado a la medida de Isabel Díaz Ayuso como para que cualquier persona, que no sea ella, pueda encontrarse más o menos a gusto, empezando por el líder de su mismo partido. 

Personalmente, lo que menos me convence de este tipo de reportajes es la ya recurrente fotografía del protagonista tapándose la boca con el cuello del jersey

La lideresa in péctore de la España dentro de España, como ella misma defi nió a la ciudad de Leiva y Pérez Galdós en una ocasión, no ha perdido la ocasión de dejar un puyita en ristre a Feijóo afi rmando, esta misma semana, que los jóvenes nada saben sobre la cultura del esfuerzo: así de bueno es el reportaje fotográfico de Esquire. Quienes siguen los entresijos de la política nacional con cierta atención sabrán que, por norma general, las mayores cargas de profundidad siempre proceden de tu mismo partido y a Núñez Feijóo lo esperaban los suyos con impaciencia pues con Casado —más joven, pero con aspecto de haber sido padrino de bodas antes de recibir la Primera Comunión— no encontraban la motivación necesaria para cargar las tintas como se espera en una buena partida de cartas. Rejuvenecido por la lana y el cuello alto, Alberto Núñez Feijóo sí representa una seria alternativa al rancio abolengo castellano, sangre nueva por licuar en una carrera de fondo que no se detendrá aunque logre la presidencia frente a otro guapo de postal: el hermosísimo Pedro Sánchez y su nivel avanzado de inglés. 

No deja de resultar curiosa la comparativa surgida estos días entre cierta intelectualidad periférica: le achacan a Feijóo —que habla castellano y gallego, un idioma y medio más que Felipe González y Mariano Rajoy— el hecho de no dominar correctamente el idioma de Shakespeare y Beckham. Aseguran estas voces que la política internacional se juega en los corrillos alrededor de la máquina del café y que ahí no pintará nada un presidente que solo pueda desear los buenos días o las buenas tardes a los presentes en función de la hora: "are you kidding me?". A este paso le pedirán a Feijóo que lleve porros en los bolsillos, por si algún mandatario extranjero quiere fumar, o algunas cartas de Pokémon para intercambiar por fondos de cohesión a la hora de la merienda, cualquier cosa antes de reconocer que al líder de los Populares lo votarán —o no— los españoles para ser presidente de España, no para ser el amigo molón de Europa: de eso ya se encargaron los de Esquire, convenidos de que nadie puede llegar a lo más alto sin ese toque desenfadado tan propio de la planta joven de El Corte Inglés.

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